Poema: Una casa al pie del aire.

Abuelos

UNA CASA AL PIE DEL AIRE

Abuelito

–Mamá, déjame irme a casa de los abuelos,
que allí las horas se alargan como en los libros de cuentos.
Allí, mamá, cuando llegas, hay un caminar de besos
diferentes, ni son largos ni tampoco más pequeños,
son besos de mariposas, ¿o quizás tal vez de verbos?
que se vierten de unos labios siempre, siempre, sonriendo.
Yo no sé de dónde sale la voz de tantos jilgueros
si la abuelita es pequeña y blanda, como esos tiernos
bollos de leche que esconde en el armario. Yo creo
que la abuelita es un hada que se perdió de algún sueño.

——————-

–Guacha, ¿quién es? (la pregunta es de un sillón o un abuelo,
nunca se sabe en la casa la magia que está ocurriendo).
–Es la niña, Don Poemas, (nombre en clave para ellos)
que quiere las coordenadas del submarino de Nemo.
–Dile que pase, que estaba preparando los pertrechos
para hacer desde la luna safari por los luceros.
———————
–¿Sabes, mamá, que la abuela anda sin pisar el suelo?,
¿que va desde la cocina al salón y, sin dar tiempo,
brujulea en los armarios o se esconde entre los cuencos?
No lo creerás, pero he visto a la abuela en un momento
hacer pastel de bizcocho, crema de nueces, dos huevos
batir a punto de nieve y, entretanto, irme diciendo
por qué de noche las brujas son princesas sin saberlo.

Porque la abuela, no creas que me cuenta sólo inventos,
me cuenta muchas verdades y me canta, ¡ni te cuento!

A veces, desde su boca, salen pájaros batiendo
notas de cristal e incluso, desde un enorme crescendo,
algún ogro se descuelga con voz de lluvia en invierno.

El abuelo –que es muy raro y vive siempre entre versos–
en el jardín de la alcoba, junto al armario ropero,
tiene una entrada secreta para llevarme al recuerdo.

Allí, montando palabras que yo, a veces, no le entiendo,
nos vamos, mundo tras mundo, a su niñez, y nos vemos
dando trigo a los ratones, a las gallinas, centeno,
a los cochinos, salvado, cebada al mulo y, ya luego,
en una bici sin radios que compró un tatarabuelo
viajamos esa aventura, ya imposible, de cangrejos.

Mamá, ¿me dejas que vaya? Me han dicho esta noche en sueños
que hoy tocaba miel de labios de desayuno. Y buñuelos.

¡Déjame, mamá!, y no creas que, aunque arrugados, son viejos,
¡es un disfraz!, yo he viajado a la espalda del abuelo
desde la tierra a la luna por mil antiguos senderos.

Y la abuela, con su cara de luz cansada, un febrero
de nieve hasta la cintura me llevó a Belén. Es cierto,
que el regreso fue en los brazos de unos ángeles del viento.

¿Que digo mentiras, dices? ¿Mentiras de mis abuelos?

¡Qué mala suerte tuviste,
cuando eras niña,
creciendo!

Juan José Alcolea Jiménez

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