El antídoto
«El antídoto»…escrito hace un año en un lugar de mi mente.
¿Sabes esa sensación de vértigo que tienes cuando sientes que tu mente divaga demasiado rápido para lo que es capaz de soportar tu físico?
¿Esa rara sensación de que estás solo porque solo hablas y solo te escuchas?
Crees que no hay nadie capaz de entender lo que sientes y lo que piensas, y de hecho, no lo hay: tendría que estar dentro de mí para siquiera acercarse o alcanzar a entender.
Miras tan rápido y recopilas tantos datos que te vuelves loco, no sabes ni dónde ni cuándo parar y tus ojos se mueven como en un sueño REM.
El corazón se te sale por las sienes como un redoble de truenos, dejando graves secuelas de conciliación con el entorno.
Estas mil batallas internas, con una infantería que no frena, con cañonazos y lluvia de flechas, que siembran toda tu corteza de seguras certezas.
Demasiada velocidad para un poeta, incluso para un filósofo: imposible dar respuestas a tanta duda y tanta pregunta.
Siempre, un sonido, un olor, un gesto, por pequeño y nimio que sea, acapara toda tu atención y te centra, sacándote de este mundo frío y sin alma y sumiéndote en un sueño lírico que no responde a nada y lo pregunta todo.
No son poemas, son disertaciones de un loco fuera de toda norma que enmarque la imaginación.
Los poemas son dilemas o lemas contra la ausencia de alma y empatía.
Son los ropajes despreocupadamente ordenados u ordenadamente despreocupados de un macarra a puñetazos con una sociedad de costumbres y tradiciones absurdas.
Incorregible ácrata, ateo y antisocial por lo absurdo de una sociedad con más tintes de virus que de hormiguero o panal.
Mi antídoto: la poesía.
José Manuel Fernández Barello