Querida soledad.
Querida soledad, gracias por tejer el hilo de mis pensamientos.
El nuevo día me acerca a las caricias, que rondan mi memoria, como si estuvieran pendientes del jarrón que rompimos hace tiempo.
Me acerca al canto de pájaros, que ha crecido en virtuosismo en cada fecha que suma el calendario.
¿O será que el oído se ha hecho más profundo y sicodélico y descubre en los trinos el secreto de Fleury o Aurele Nicolet? (tal vez el murmullo de olas y ventiscas en papel guardado dentro de pálida botella borracha y vagabunda).
Después de masticar la noche, lentamente, te quiero agradecer, querida soledad, por el continuo reclamo de los grillos, pequeña sinfonía que se fija como fuego a madera seca y milenaria, en un vuelo tenaz y recurrente, de labios posados en murmullos de viento envueltos en mi almohada.
Agradezco también querida amante, el permiso que das para tomar tus manos, sin condición antibacterial, ni asepsia obligatoria. Por la soltura con que dejas a las mías pasar por tus contornos y cerrar los ojos cuando tocan tus párpados.
Mi muy querida soledad, debes saberlo, estoy renuente a volver por los pasillos del amor, si no es el tuyo y no quiero salir del laberinto de noche y huesos viejos, si no es tomado de tu mano.
Everardo Antonio Torres González.