DONDE HAYA OFENSA PONGA YO PERDÓN.
“Donde haya ofensa ponga yo perdón”, reza el tercer verso de la oración de San Francisco. Muchas veces en las relaciones interpersonales nos ofendemos unos a otros, a veces lo hacemos sin darnos cuenta, puede ser una palabra mal dicha o una omisión, lo que hace el agravio a otra persona. Otras veces, la ofensa es totalmente deliberada, lo hacemos con el afán de lastimar al otro a través del insulto, la ironía o el comentario sarcástico, y como la víctima no se deja, responde con el mismo tono, de ahí que el agresor se siente agredido, por lo cual redobla el filo de su lengua, al grado que tanto uno como el otro le echan más gasolina al fuego, dañándose ambos de una manera terrible. ¿Cuántas veces has sufrido este problema por el solo hecho de no quedarte callado ante la injusticia de la que estás siendo objeto?
Poco a poco has ido aprendiendo que para que exista un pleito se necesitan dos personas, por lo que a veces terminas cortando de manera abrupta la llamada telefónica o abandonas el lugar de la discusión, pues sabes que continuar respondiendo es echar a perder más las cosas. Estas acciones pueden parecer una grosería mayor o una huida de la realidad. Sin embargo, en realidad sirven para detener en seco el conflicto y evitar que siga creciendo. Ayuda a darse un tiempo para calmar los ánimos propios, reflexionar sobre esa riña, sus causas reales, ubicar los errores de uno y el otro, así como ver las formas de solventar las diferencias. Posteriormente, con el espíritu tranquilo, se puede regresar con la persona afectada para pedir perdón y perdonar; para reanudar la relación de manera normal.
Recuerda que la solución no está en poner oídos de cantinero a las palabras de borracho, pues el dolor de la ofensa se queda grabado en el corazón, aunque hayas tocado retirada para acabar el pleito, por eso San Francisco nos recomienda seguir la máxima de Cristo, de perdonar hasta setenta veces siete, o como dijo el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium: “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia”, por eso nunca te canses de perdonar, así como Dios nunca se cansa de perdonarte tus pecados. Esto lo dicen los dos Franciscos fundamentados en la oración que Jesús nos enseñó: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.
Alguien me dijo una vez que perdonar es olvidar. No, eso es muy difícil, la ofensa se queda grabada en el cerebro para siempre. No obstante, la actitud que debemos tener al respecto es lo que cuenta, el perdón es no sentirse agraviado, no guardar ningún rencor o resentimiento, es pedir a Dios la transformación del corazón de esa persona para que ya no peque. El Catecismo nos indica que “es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.” Cuando esto sucede en el interior del ofendido se opera una gran transformación, los recuerdos ya no hacen daño, se libera de ese peso, vive tranquilo sin los pensamientos obsesivos del dolor y la venganza. Así el beneficio del perdón inunda con su amor al agredido y al ofensor, lográndose las más de las veces la reconciliación entre ambos.
Phillip H. Brubeck G.