Reflexión: Vincularse con los demás

Familia

VINCULARSE CON LOS DEMÁS

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Estemos cercanos realmente con nuestro cónyuge, nuestros hijos, padres, hermanos…

Mírame y escúchame, estoy aquí a tu lado, nos dice en silencio la persona que tenemos a nuestro lado, con su sola presencia, con una mirada.

Hoy parece que para muchos los seres humanos no cuentan más que para obtener algún beneficio económico, social o político. Los usan como objetos, como herramientas en la satisfacción de sus ambiciones personales. No les importa pisotear la dignidad de los demás, abusar de la bondad y la buena fe, si con ello van a alcanzar o permanecer en el poder, o se congraciarán con quien lo detenta, u obtendrán un beneficio económico.

Hace justo un par de días, una muy buena amiga, con motivo de mi reflexión “Detente, mira y vuelve”, me escribió: “Por desgracia, la vida se ha vuelto así en las ciudades: todo son prisas, nadie tiene tiempo para nada y, lo peor: para nadie. Ya no solo es hablar con Dios o rezar, es que no existe la búsqueda interior, las personas ya no reflexionan apenas sobre sí mismas, mucho menos sobre el otro. Así que me temo que tendremos un mundo deshumanizado.”

De una manera o de otra es parte de nuestra vida cotidiana. Cuántas veces nos han ignorado, decimos algo y parece como si nadie hubiese hablado. Cuántas veces nos envuelven en los chismes insidiosos de pleitos de familia. Cuántas veces nos utilizan en las intrigas palaciegas y laborales. Nuestra dignidad queda por los suelos junto con nuestro estado de ánimo y nuestras lágrimas, mientras los autores de esas iniquidades siguen como si nada.

Pero los hombres de corazón bondadoso se mantienen de pie.

Durante la Cuaresma que acaba de concluir, el Papa Francisco nos ha proporcionado una guía a seguir. En primer lugar debemos escuchar con humildad. Si una persona te habla y no eres afectuoso y atento con él, debes escucharlo más, porque todos tenemos el derecho de ser escuchados, así como tenemos el derecho de hablar (cfr. Mensaje a los jóvenes, 19 de marzo de 2018).

Conforme a lo expresado por San Pablo, es necesario hacer que muera el hombre viejo para que nazca el hombre nuevo, es decir abandonar esas prácticas nuestras que dañan a quienes nos rodean, entre las que están la ambición, el egoísmo, la indiferencia, para cambiarlas por actos de bondad, si realmente queremos una sociedad mejor, por eso es conveniente convertirnos en “instrumentos de consuelo y esperanza para aquellos que sufren todavía hoy la humillación y la soledad” (Audiencia general, 28 de marzo de 2018).

El mensaje cristiano ha de encarnarse en cada persona, penetrar en la cultura da cada sociedad en específico, de la colonia, del barrio, a efecto de generar la cercanía entre los seres humanos, lo cual “es una actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que «es cercano» suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y la otra es que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos», dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que no creen… Curas cercanos, que están, que hablan con todos… Curas callejeros” (Misa Crismal, 29 de marzo de 2018). Sí, aquí se dirigió a los sacerdotes, pero en realidad nos aplica a todos, especialmente a aquellos que ostentan un principio de autoridad en la familia, como la mamá o el papá; el jefe en el trabajo; el maestro en la escuela. Pero también aplica entre iguales, los hermanos, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo.

De esta manera, el mensaje de la resurrección, del nacimiento del hombre nuevo en nosotros, “trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo (…) La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos»” (Mensaje Urbi et Orbi 1 de abril de 2018).

Si bien es cierto que las palabras del Papa Francisco guían a los católicos, la virtud de vincularse con los demás, de escuchar con atención y afecto, de estar cercano, de actuar con eficacia en los afectos y las necesidades de quienes nos rodean, lo pueden hacer todas las personas de buen corazón, creyentes o no, en cualquier momento, para hacer una sociedad mejor, un mundo humanizado.

Estemos cercanos realmente con nuestro cónyuge, nuestros hijos, padres, hermanos y demás familiares; con los amigos, vecinos, compañeros de trabajo; el vendedor ambulante y el mendigo que toca a la puerta de nuestra casa. Todos nos necesitamos a todos.

Phillip H. Brubeck G.

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