¡Feliz día a todas las madres!
Me quedé contemplándola un buen rato sin que ella se diera cuenta. Su mirada serena penetraba en la profundidad del horizonte, contemplaba la amplia gama rojiza del atardecer, con el goce inmenso del presente.
La brisa del ocaso me trajo a la memoria su respuesta, cuando días atrás le pregunté:
– ¿Qué se siente llegar a los noventa?
– Satisfacción -espontánea brotó la respuesta con una palabra. En sus ojos brillaba una chispa especial. Tras una breve pausa agregó la explicación solicitada por mi silencio.
– Las principales cosas que quise en mi vida las he tenido, especialmente el amor pleno de tu padre; a ustedes mis hijos que me llenan de orgullo al verlos felices con sus hijos y cónyuges, todos por el buen camino.
Con las pausas del tiempo vivido sin prisas, aceptando cada cosa en su momento, continuó con su reflexión.
– Ahora sí, como dice en sus versos Amado Nervo:
“Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.”
“¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”
La paz del alma se reflejó en su rostro con arrugas casi centenarias. Sus ensortijados cabellos canos enmarcaban la armonía de su ser llevándome a recordar tantas enseñanzas silenciosas que había visto en ella durante poco más de medio siglo.
Su vida ha sido una constante actividad, porque la vida es movimiento, la inacción es la característica de la muerte. Siempre ha estado haciendo cosas buenas, en la casa, el trabajo o para la comunidad. Algunas demasiado mundanas y cotidianas como el quehacer hogareño, otras más elevadas como la creación artística, pero todas realizadas con alegría, llenándole el corazón.
Ante las adversidades, de las cuales su vida no estuvo exenta, siempre la vi serena, con el pensamiento firme para actuar en el sentido correcto y así solucionar los problemas que afectaban a la familia.
Ella habla poco, a diferencia de muchas personas, no recuerdo haberla escuchado hablar de manera recurrente sobre hechos negativos que le hayan sucedido, ni mucho menos hablar mal de nadie. Al contrario, siempre ve el lado positivo de todos y de las circunstancias, por eso tiene muchos amigos de todas las edades, quienes le dan la bienvenida en sus corazones con los brazos espontáneamente abiertos.
Con su espíritu positivo, desde que éramos pequeños, amorosamente nos corrige cuando ve algo por mejorar; con su estilo sencillo nos hace reflexionar sobre los errores para que, al comprenderlos, los corrijamos.
Sí, a su estilo, siempre congruente su actuar con su forma de pensar y sus palabras. Nos educó en la libertad, la responsabilidad y el amor a los demás.
A contraluz del crepúsculo, cuando segundo tras segundo los rojos se transformaban en violetas y oscurecían en morados, la seguí contemplando con admiración, por haberme develado el secreto de su longevidad, y le pedí a Dios la siga cubriendo con sus bendiciones por muchos años más.
Phillip H. Brubeck G.