La “concientización” es un acto personalísimo, íntimo, como precisa Marco Antonio González Linares:
“Solo hasta que se concientizan las cosas que vemos sin observar, es que creamos el pensamiento dentro del entendimiento, para sensibilizarnos ante lo que vemos, coludiéndonos en el hacer por el prójimo.”
Esta acción psicológica consiste en llevar a la conciencia, a mi pensamiento racional del momento, ese algo que por algún medio percibimos. Para ello es necesario no solamente captarlo y meterlo a la memoria para luego repetirlo como perico, sino aprehenderlo, hacerlo propio. Una vez adquirido ese conocimiento, se procesa en el cerebro, se racionaliza y se entiende perfectamente, al grado que uno queda plenamente convencido de su bondad o maldad, de su utilidad para la vida, de la necesidad de aplicarlo, y entonces se logra la concientización.
Veamos un ejemplo. Sabemos que no es bueno hablar mal de la gente, por eso nos quejamos de los chismosos, sobre todo porque actúan como el teléfono descompuesto, pues en su afán comunicativo agregan cosas de su cosecha, aumentando así los malos entendidos generadores de conflictos entre las personas. Pero a pesar de que me quejo de eso, soy el primero en estarme fijando en los defectos de los demás, y luego, “Dios me perdone”, comunico a todos ese defecto, sin medir las consecuencias que pudiera tener. Justo lo mismo que condeno del otro es lo que hago. De esta manera no soy plenamente consciente de lo que estoy calificando como malo, ni tampoco de mi actuar, y por lo tanto no hay congruencia entre lo que predico y lo que hago.
Por esta razón la concientización es un acto personalísimo fruto fundamental de la introspección, la meditación, meterse a uno mismo, a efecto de “tener conciencia de lo que soy, de lo que siento y de lo que hago”, como bien afirma el Dr. González Linares.
La conciencia de lo que soy consiste en conocerme interiormente, los valores que tengo, las virtudes de las cuales estoy convencido y deben guiar mi actuar. Pero como no somos perfectos, también debemos conocer nuestros defectos, vicios o pecados. En pocas palabras saber para qué soy bueno y para qué soy malo. Así me valoro en su justa dimensión.
Resulta que uno de los motores de nuestras vidas se acciona con los sentimientos, lo que los estímulos externos producen en nuestro interior cuando los captamos y se mezclan con todo lo que tenemos adentro, así de puedo sentir alegre, tranquilo, melancólico, triste, furioso, etc. Cuando tengo conciencia de lo que siento, puedo controlar los efectos que puede producir en mí lo que viene de fuera, así como la reacción que pueda tener al respecto.
Cuando actúo con pleno conocimiento de los motivos, la forma y consecuencias de mis actos, quiere decir que tengo conciencia de lo que hago. De esta manera logro la congruencia de lo que pienso, lo que predico y lo que hago. Así, si veo que ando mal en algo, realizo las acciones para corregirme.
Pero resulta que al no tener conciencia de lo que hago, a veces de mis virtudes puedo derivar mis defectos; así, como soy sincero, digo lo que siento “sin pelos en la lengua”; soy perfeccionista por lo que no tolero el defecto de los demás, y por eso de que soy justo, me convierto en juez del prójimo, porque lo estimo y deseo se corrija. Sin desearlo, dominan los defectos, por ello no veo el daño que le provoco a la persona que estoy condenando, y no me doy cuenta de ello hasta que termino de meter la pata hasta el fondo.
Conociéndome así, puedo fortalecer mis virtudes, corregir mis defectos; perfeccionar y controlar mis sentimientos: enderezar mi actuar. De esta forma puedo avanzar integralmente en la perfección de mi persona.
Cuando mejoro yo, por un efecto de espejo, puedo ayudar a que los otros mejoren, a que mi círculo social mejore.
Phillip H. Brubeck G.