CERTIDUMBRE.
Son como las flores, con aroma propio y belleza irrepetible.
Las hay de colores intensos e intermedios, de complexiones variables y de caracteres que van desde el aterciopelado hasta el mismísimo hierro, pero invariablemente, tienen sus pinceladas de sol y su polvito de estrellas.
Por eso son cálidas e intensas y brillan en todo lugar y en cualquier momento.
Lo mismo las elegantes, cuyo andar despliega un halo distintivo y glamoroso, que las más modestas y hacendosas. Aquéllas que desde el santuario de su cocina acogedora, esperan el regreso de hijos y marido, con la exquisitez de un guiso y el preámbulo de una servilleta bordada e impecable.
Son hermosas todas; las que se pintan y las que no, las que improvisan un chongo, las que se sueltan el pelo, las que van al súper o a la tienda de la esquina, las que al fumar cruzan las piernas, las que esperan el autobús a la vuelta de la esquina, las que beben, las que ven la tele, las que cuentan chistes, las que ríen, las que lloran.
Todas son bellas y versátiles y nadie podrá decir que no, porque siempre con un trozo de vida entre sus brazos, susurran conmovidas una canción de cuna.
Porque irradian amor y ternura desde el manantial de sus pupilas, porque trasfunden vigor y en su abrazo generoso está el refugio para el desconsuelo.
Porque prestidigitan con la magia de los juegos infantiles, porque arroban y saben también hacer cosquillas. Porque oran, cuentan cuentos, lavan caras, curan raspones, corazones rotos y hacen trenzas. Porque son dulces, simpáticas y previsoras y alumbran con su fe nuestro universo.
Y porque también, defienden como félidos sus territorios, su dignidad y sus valores y todo aquello que consideran suyo.
Más allá del carácter, la complexión, el color o el bagaje espiritual…
Más allá de la cara bonita, del talante modesto, de la estampa elegante o del regio intelecto…
Más allá de la piel lozana y el cabello sedoso, del concierto de arrugas, de los hilos de plata, del rosario de achaques o la espalda encorvada, todas son ángeles sin alas y de verdad hermosas. Las que están y las que ya se fueron.
Son seres reales, pero también etéreos.
Son mujeres que aman con el alma, pero también con el cuerpo. Y en ese amor intenso y envolvente que prodigan al mundo, se reciclan diariamente en su hermosura.
Por eso y más, las mujeres de aquí y de allá y de todos los tiempos, son como las flores, con aroma propio y belleza irrepetible, con pinceladas de sol y su polvo de estrellas. Por eso son cálidas e intensas y brillan en cualquier lugar y en todo momento.
Por eso, definitiva e incontrovertiblemente, son siempre hermosas.
José Humberto López Medrano.