¿Sabes qué es el amor?
– ¿Sabes qué es el amor? -preguntó el joven adolescente.
-¿Por qué lo preguntas? -le cuestionó a su vez el anciano.
– Me han dicho muchas cosas mis amigos, pero como que no me convencen -hizo una pausa para recordar de la manera más literal-, unos me cuentan lo que sientes cuando ves a una muchacha preciosa y no puedes dejar de verla, no quieres apartar de ella los ojos. Las chicas dicen que sienten cosquillitas en el estómago; por cierto eso se me hace muy raro, pues dicen que el amor se mete en el corazón y como que la panza no tiene nada que ver -una vez más detuvo su hablar asaltado por los recuerdos-, aunque una vez mi tío Alberto le dijo a unos amigos que mi tía lo había conquistado por el estómago.
– A mí se me hace que tienes una amiguita muy especial -soltó como si nada el abuelo. Sus ojos bondadosos tenían una chispa de traviesa complicidad. El muchacho tímido bajó la mirada, sus mejillas reflejaron un rubor inesperado y una sonrisa brotó automáticamente en sus labios- ¿Qué sientes cuando estás con ella?
– No… pues… me gusta estar a su lado, platicamos de muchas cosas, de lo que le gusta hacer, aunque a veces tenemos esos ratos de silencio incómodo, cuando no sabemos de qué hablar, como que se acaban los temas y nos quedamos viendo como tontos. ¿Sabes abuelo?, tiene unos ojos negros muy bonitos, su mirada es muy tierna cuando me mira. Lo que sí me he dado cuenta que cuando llega otro amigo cambia la expresión de sus ojos. Lo que me da coraje es que de repente el tiempo se va muy rápido, de pronto ya es muy tarde y debo regresar a casa.
– Eso es solo el inicio -expresó el viejo- algo así me pasó cuando conocí a tu abuelita, estábamos en una fiesta en casa de una amiga, su risa opacaba las canciones de Elvis Presley, me atrajo tanto que discretamente me acerqué a ella, desde entonces empezó a llenar mi vida. Junto a ella aprendí lo que es el amor.
Hubo mucho de atracción física, era una varita de nardo, preciosa como ella sola. No es por nada, pero yo estaba macizo, puro músculo. Como a ti te pasa, siempre quería estar con ella, pero era imposible, había que cumplir con el trabajo y muchas veces tenía que cubrir horas extras, por eso aprovechábamos al máximo el tiempo para hablar de nuestras cosas, había temas que ella dominaba más, me gustaba su forma de razonar y como profundizaba en algunos detalles, así nos fuimos conociendo. Pero a veces nos quedábamos los dos en silencio, agarraditos de las manos, cada quien pensando en lo suyo, no se nos hacía incómodo, al contrario, nos ayudaba a comunicarnos mejor.
Siempre buscaba cómo agradarla, algunos días le regalaba flores o chocolates, ¡ah cómo le gustaban! Para su cumpleaños le llevaba serenata con mis amigos. También había pasión, nos abrazábamos, nos besábamos y acariciábamos, pero de ahí no pasamos, mientras éramos novios no sentíamos necesidad de otras cosas como ahora hacen.
A veces salíamos con los amigos en parejas, pero también era necesario ir solos, ella con sus amigas, yo con los míos, aprendimos a darnos esa libertad para seguir siendo nosotros mismos, no nos andábamos celando.
Después nos casamos. Una emoción increíble, al salir de la misa todo era felicidad, al fin se hacían realidad mis sueños, era el momento de la unión total, absoluta en cuerpo y alma.
Hemos tenido de todo, los sueños compartidos, las pasiones, el ímpetu juvenil de los primeros años. A veces nos peleábamos, eso es muy normal, somos totalmente diferentes, hay pensamientos, sentimientos que difieren y van en sentido contrario de los del otro, creemos tener la razón; o a veces cosas externas nos hacían explotar. Hubo una vez que la situación se puso color de hormiga, hasta me amenazó a de irse de casa con todo y los niños, iba en serio. Lo importante es que después de algún pleito esperábamos a que se nos bajara el coraje, luego uno de los dos, o ambos al mismo tiempo, reconocíamos nuestra falta, nos pedíamos perdón, siempre hubo reconciliación sincera y corregíamos el rumbo. Como pareja tenemos que estarnos conociendo constantemente, a pesar de los años que llevamos casados, no he terminado de conocer a tu abuelita, a veces me sale con alguna sorpresita, pero nos vamos acoplando a las circunstancias.
Con el amor siempre se busca el bien de la otra persona, se pone en primer lugar automáticamente. Cuando ya habían nacido todos tus tíos tuvimos problemas económicos, en silencio sufría mucho porque teníamos muchas limitaciones, no les podía dar más, veía los sacrificios que hacía tu abuelita para que alcanzara por lo menos para que no faltaran los frijolitos. Las enfermedades también nos han atacado duro, una vez estuve muy cerquita del otro barrio, pero tu abuelita siempre estuvo junto a mí, con sus oraciones y cuidados no me dejó cruzar la calle.
Cuando tu mamá y tus tíos se casaron nos volvimos a quedar solos. ¡Ah cómo se hizo grandota la casa de repente! A veces el silencio y la soledad nos apachurraban, pero no nos dejamos, aprendimos a vivir nuevamente como pareja. Ya han pasado muchos años ella sigue teniendo sus detallitos de enamorada, el besito de los buenos días y el de buenas noches; cuando alguno tiene que salir de casa solo, nos damos la bendición pidiendo la protección divina. Platicamos mucho, sobre todo los recuerdos, ya nos queda poco camino por recorrer, por eso casi no hablamos del futuro. Los silencios a veces se prolongan como una comunicación telepática. Fácilmente nos adivinamos nuestros pensamientos.
Eso es el amor hijo…
El anciano dejó sin concluir la frase, quedó en silencio contemplando el cuadro de su esposa que colgaba de la pared. El adolescente, respetuoso se mantuvo en su lugar sin preguntar nada más, pensando en esa bella jovencita ladrona de su sueño.
Phillip H. Brubeck G.