Cuento: Ataque aéreo

Mosquito

ATAQUE AÉREO.

A lo lejos vio a su objetivo, estaba precisamente en la actitud y posición como le habían predicho sus mayores, lo que recordó literalmente: “Ya se acostó, está cansado, esto le hace no pensar y que sus reflejos sean lentos. Después de eso el sopor lo invade, cierra los ojos y se duerme, con eso queda totalmente a nuestra merced; es la mejor hora para iniciar el ataque.”

Se lanzó al aire directo hacia su víctima, en un primer vuelo de acercamiento, por encima de su cabeza dejándole escuchar el zumbido de las alas. El individuo se mantenía absorto en la lectura. Al dar la vuelta pudo ver la portada del libro: El caza zero de Pascale Roze. Se retiró.

El segundo vuelo lo hizo más cercano, pudo ver cómo el humano había dejado al descubierto una pierna, un lugar sencillo, fácil de alcanzar. Fue hacia la parte superior y pasó justo entre el rostro y el libro. El hombre lo vio pasar, mecánicamente lo siguió con la vista hasta que la luz de la lámpara lo encandiló y lo perdió de vista.

Como todo joven mosquito, consideró que llegaba el momento oportuno. No le encontraba ninguna emoción esperar hasta que apagara la luz y quedara totalmente dormido para entonces acercarse a beber, eso era para los ancianos que no tenían la suficiente habilidad para las maniobras arriesgadas y veloces.

Se lanzó al ataque,

pasó justo a unos centímetros de la cabeza del individuo quien soltó el libro y lanzó un manotazo con la palma abierta; el aire que generó el movimiento brusco lo empujó a un lado, lo que le ayudó a no ser golpeado.

Viró de inmediato, obteniendo como respuesta otro manotazo, pero alcanzó a ver que el hombre le seguía con la vista y ponía en posición defensiva las dos manos, dejando el libro sobre su vientre. La noche anterior había visto esa actitud, indicaba que la batalla sería más intensa, pues buscaría aplastarlo entre ambas manos al juntarlas de manera brusca. Fue testigo de cómo un par de sus compañeros habían perdido la vida de esa manera.

No se arredró, volvió al frente de batalla. Su víctima lo estaba esperando, con las manos separadas. Cuando lo sintió cerca las juntó con fuerza, el ruido que hicieron fue estridente, la corriente de aire algo brusca, pero como no había afinado la puntería, porque su vista no era ten fina, ni tampoco era lo suficientemente veloz por la torpeza que le causaba su gigantesco tamaño, no lo alcanzó.

Cuando volvió a pasar rápido frente a él, se dio cuenta que las manos intentaban seguirlo para encontrar el momento oportuno de tenerlo justo en medio. Pasó por la zona de peligro, escuchó el aplauso, al virar vio cómo se volvieron a separar las manos, esta vez con mayor velocidad. Otro aplauso y nada. El ataque lo lanzó más cerca de la cara, pero con la finta logró colocarse en el dorso de la mano, y aprovechando el impulso se la empujó hacia el rostro, con lo que hizo que el pulgar de él se estrellara justo en el ojo.

Se alejó lo suficiente para ver la reacción inmediata, el humano lanzó un grito de dolor, con la mano se tapó el ojo que se había lastimado. No podía comprender cómo ese insecto le había empujado la mano para que se auto lastimara y dejarlo fuera de combate.

Envalentonado el joven mosquito,

sin dejar de mover sus alas rápidamente, se colocó justo en el ángulo de visión del ojo que al humano le quedaba funcional. Quedaron frente a frente. Puso sus patas delanteras en su cabeza, justo detrás de los ojos, le sacó su diminuta lengua y le hizo una trompetilla y otras muecas en señal de triunfo.

Al regresar a su casa, la historia de su hazaña se había corrido por toda la comunidad alada, fue recibido como un héroe, toda vez que nadie había logrado lo que él. Cuando se apagó la luz, todos los integrantes del escuadrón alado fueron a brindar con el dulce sabor de la sangre “A” negativo.

Phillip H. Brubeck G.

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