Con pasión

CON PASIÓN.

Había una vez un supuesto ladrón…

– Mamá ¿qué quiere decir supuesto?

– Bueno, es alguien que se supone, o sea, que tal vez sí sea un ladrón.

– ¿Tal vez sí o tal vez no? Y ¿ser un supuesto ladrón merece morir golpeado con una escoba como el ratón del granero del abuelo Pancho?

– Bueno, morir así tan drásticamente pues no.

– El ratoncito solo quería comer maíz, ¡tenía hambre, mamá! Cuando el abuelo lo vio, sus ojos parecían de hombre malo.

Sarita no podía borrar de su tierna memoria el drama que vivió el pobre ratón, ella también sintió terror, no por el roedor sino por la ira del abuelo.

– Vi como mi abuelo se convertía en monstruo horrible,yo lloré de miedo, él tenía ojos grandes y furiosos, también lo vi así de feo cuando la tía Carmen se fue de la casa, su amigo Pedro la jala de la mano y le dice: No le ruegues su perdón. No entiendo el enojo de mi abuelo, tampoco sé que hizo malo mi tía Carmen y ella dice: Es mi padre, Pedro, y lloraba y lloraba, tenía lágrimas y mocos, yo le di una servilleta de la cocina para que se limpiara luego me abrazó y desde entonces no la veo más, creo que también ella se espantó al verlo tan enrabiado. Pero cuando mamá me lleva a casa del abuelo, él se convierte en monstruo bueno y me da lo que le pido, todos los dulces y galletas que mamá no me da. Ella dice: “No comas dulces porque se te pudren los dientes, hay que cuidarlos igual que nuestra piel”. Mamá tiene miedo de tener arrugas dice: No quiero verme vieja, y en las noches se pone crema de baba de caracol. Mamita ¿si tienes arrugas cuánto tiempo más vas a vivir conmigo?

Su madre hace un silencio y se la queda mirando, ese espacio de tiempo inquieta a Sarita y siente miedo:

– ¡No te mueras mamita!

– Mi amor, ¡no me estoy muriendo no seas dramática! Viviremos juntas mientras tú vivas, ven abrázame, así mi niña hermosa.

– Mamita ¿te has fijado cuantas arrugas tiene mi abuelito Pancho?

– Sí ¿Por qué, mi nena?

– Quiero que viva mucho tiempo, me prometió una bicicleta para navidad.

– Anda, recarga tu almohada y sigamos leyendo el cuento del supuesto ladrón. –Sarita sentía a flor de piel cada suceso relatado, aunque a veces ponía cara de interrogación.

Toda la ciudad estaba intrigada, temerosos de encontrarse al supuesto ladrón, evitaban salir cuando el sol dormía e instalaban chapas de triple llave, ponían gruesas cadenas y atrancaban las puertas con pesados muebles, se decía que el ladrón se llevaba a todos los animales a su paso, que se los comía, otros afirmaban que con ellos hacía salchichas, otros, que los disecaba luego con las tripas hacía pelotas y con los corazones galletas, se compartieron las historias más burdas y asquerosas. Claro que toda la ciudad tenía Whatsapp en sus celulares y lo que no sucedía, las personas lo inventaban, era parte de sazonar la vida, pero nadie se detenía a hacer un análisis concienzudo de los hechos.

– Mami ¿Por qué sazonar la vida si no es sopita de letras?

– Bueno, se refiere a que no quieren ver la realidad e inventan historias.

Sarita se quedó pensativa: “La mamá de mi amiguis Gina, dice que Gina aunque le falte un dedo de la mano es la más bonita de la escuela y por eso es candidata a reina, hay otras niñas bonitas pero creo que la mamá no quiere ver la realidad y luego inventa eso, de todas maneras yo voy a votar por mi amiguis Gina.”

Casi todas las personas en esta ciudad se habían vuelto frías, egoístas, desalmadas, no se compadecían los unos de los otros, mucho menos de las mascotas que tenían, los niños colgaban a los gatos y les pegaban como piñata…

– ¡No mamá, no me cuentes eso! ¿Por qué la gente es mala? ¡Los gatitos sufren!

Sarita estaba alterada llorando, la madre en silencio se recriminó al percatarse que no era un cuento para su edad. La niña secó sus lágrimas con decisión.

– Mamá, sigue leyendo, pero bríncate ese renglón.

La gente estaba tan ensimismada en su aberrante mundo que la crueldad les parecía normal. Un día de fiero invierno, cuando el viento congelante quemaba, se escuchó en la azotea un quejido suplicante y enseguida se vieron los pies del ladrón bajar por la ventana con el perro casi tieso de hipotermia en sus hombros, ahí sí gritaron de pavor los de la casa, ¡claro que otro día apareció en internet, Twitter y Whatsapp la noticia de que el chupacabras se había comido al perro!

– ¿Pero no se lo comió verdad mami? Si se lo comió, bríncate el renglón.

y así cada día desaparecían los perros que estaban amarrados y abandonados, flacos y moribundos, caballos de carreras fracturados, sanguinolentos y esperando la muerte. En las granjas aledañas a la ciudad desaparecían las aves pelonas que padecían alguna enfermedad, caninos, equinos, porcinos y animales mal heridos que por ahí circulaban.

– Amor, ¿dónde pusiste los calcetines de rayas negras?

– Papi, escucha el cuento que me está leyendo mamá, se están perdiendo los perritos, los gatitos y los pollitos

– ¡Qué pena hijita! ¿Todavía no los encuentran?

– Cielo, continúa con el cuento mientras busco tus calcetines.

– Papi, ¿podemos nosotros ir a buscarlos?

– Sí, el fin de semana iremos a la sierra y los buscaremos ¿te parece bien?

– Papá, se los llevó un súper ladrón, tenemos que rescatarlos, tal vez sus mamás están tristes.

– Sarita, se los llevó un s u p u e s t o ladrón,

– O sea que ¿tal vez sí sea ladrón o tal vez no?

Habían pasado algunos meses y el supuesto ladrón dejó de hurtar animales, ya no había novedades que contar sobre el chupacabras, en realidad la vida empezó a ser muy aburrida, les empezó a faltar creatividad para inventar chismes. Un día a media mañana vi la calle principal bloqueada, ningún automóvil se movía, alcancé a ver por encima de los coches algunas orejas de burros, de caballos, deduje que algún circo desfilaba para promocionarse pero no veía leones, jirafas o elefantes, al momento pensé: ¡Qué circo tan pobre! A medida que me acercaba pude contar dos, cinco, ocho, trece, veintidós, treinta y seis y perdí la cuenta, eran demasiados perros. Abrí la boca tan sorprendido pues no logré ver el final del gran desfile era más largo de lo que yo alcanzaba a divisar. El supuesto ladrón curó a cada uno de los animales lastimados, las aves ya tenían plumas, los perros vacunados y desparasitados, los caballos lucían hermosos caminando con bríos, todos ellos avanzaban en armonía; la vaca al lado de un gato, un pato sobre el lomo de un perro, una gallina y sus polluelos sobre un burro, lo que me encantó fue ver a un pavorreal sobre el lomo de un caballo ¡Que hermoso cuando extendió sus plumas! Había un hombre peinando con sus dedos la crin frontal del caballo y la hermosa ave lo cubrió con sus alas emplumadas, era como un abrazo agradecido y amoroso, cuando este hombre se detenía, todos los animales también se detenían, él avanzaba y todos lo seguían, era impresionante ver que sin palabras ni chiflidos caminaban coordinadamente.

¡Obvio que ningún animal llevaba celular!

Las personas no cabían en la calle viendo el espectáculo, pero ninguna de estas personas reconoció a sus mascotas porque ahora estaban sanas y bonitas, las mascotas sí reconocieron a sus dueños, pero ninguna se salió del desfile, solo los miraron de reojo y con cierto temor, no querían ser reconocidos por sus dueños para no regresar a su antiguo martirio.

Sarita se había quedado dormida con la suave impresión del desfile, “puso una silla para bajar a los pollitos del burro y se los llevó para jugar con ellos en su cama”. Otro día por la mañana, Sarita buscaba a los pollitos debajo de la cama.

– ¡Papi, Papi! ¡El súper ladrón se llevó mis pollitos!

– Princesa, tengo algo que decirte.

– ¿Qué?

– Descubrí quién es el supuesto ladrón.

– ¿Mi abuelo Pancho?

– No, es un súper héroe, él cura y protege a los animales maltratados, quiso regresar a cada animal a su hogar de donde los había sacado, pero los animales no quisieron regresar y se quedaron con este buen hombre quien aclaró en una entrevista: Yo amo a los animales y cuando uno ama algo hay que cuidarlo con pasión.

Antonia Rivera Cháidez.

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