Por azar parte 3.

Cuando entraron sus hermanos.

Cuando se despedía.

Dos horas después llevaban la cena a Daniel y lo acostaban. Cuando comprobaron que todo estaba en orden, se despidieron de él hasta el día siguiente. En ese instante fue Javier quien, al mirarle en su despedida, se encontró con una lágrima que le salía por el rabillo del ojo, a punto de resbalar. El cuidador cogió a Pilar por el brazo advirtiendo con una leve presión que no exclamara. Se dirigieron los dos a la cabecera de la cama. Aunque aún había luz natural, Pilar encendió la del baño para tener mejor visibilidad.

La lágrima había caído y había otra en su lugar, lo cual era indicador de que Daniel lloraba, pues había una sucesión de lágrimas bastante regular, si no muy abundante. A Javier se le puso un nudo en la garganta que consiguió superar a base de extraños movimientos diafragmáticos:

—Daniel, no estás solo, Pilar y yo estamos contigo.

Su compañera al oír esto, entró en el baño como si fuera a buscar algo olvidado; le habían ganado las lágrimas y no sabía qué hacer. Se las secó como pudo intentando no dejar rastro, cogió la colonia de Daniel, por coger algo, y salió del aseo.

Al acercarse a la cama, ambos vieron cómo los ojos de su paciente rotaban despacio hacia la posición de Pilar y, de nuevo por escasos dos segundos, se fijaban en los de ella. Ya no podía ser más evidente. Permanecieron con él el tiempo que pudieron, ya que tenían que proseguir con su tarea, y en ese rato le hablaron de cómo ellos lo sentían a él también y trataron de borrar sus temores sobre lo que podía acontecer a su alrededor debido a la parálisis y al silencio. También comentaron, aunque sin base médica ni científica, que ellos creían que en un mes había evolucionado positivamente, y a raíz de lo ocurrido esa tarde, ya no les quedaba ninguna duda. Lógicamente, era el médico quien tenía que confirmarlo y tal vez le hiciera para ello una serie de pruebas. Por un segundo, la mirada de Daniel se ensombreció, pero Javier reaccionó como el rayo:

—Bah, nosotros no necesitamos pruebas de ningún tipo para saber que estás con nosotros —La mirada volvió a brillar—. Pero ya sabes, es el protocolo —canturreó el cuidador.

—Daniel: hace un momento, en el pasillo, me estaba comentando Javier sus sensaciones sobre ti y entre otras cosas me ha dicho que tal vez te gustaría que de vez en cuando alguien viniera a leerte.

El único signo fue casi imperceptible: las pupilas se dilataron por milésimas de segundo, pero ambos cuidadores lo captaron. Estaba claro que le gustaría, pero mucho más claro estaba que Daniel tenía posibilidades de recuperar parte de sus funciones.

¡Cómo cambió su vida en pocos días! Aprendió rápido la diferencia entre la resignación en la que había vivido hasta ese momento y la aceptación de su situación que empezaba a abrirse paso a codazos entre aquella. Los días eran distintos, y no solo porque pudiera salir a pasear por la ventana cada día con diferentes destinos, sino porque gracias a sus cuidadores había cambiado el enfoque que le daba a su estado y a las expectativas sobre sí mismo. A la vez, existía ese pequeño sueño en su interior que le decía que podía intentarlo. Además, no solo Pilar y Javier creían en ello, también los cuidadores de la mañana habían constatado el hecho de su mejoría, así como los enfermeros y, por tanto, ¿por qué no esperar más progresos? Todos se implicaban en las tareas de fisioterapia dentro de lo que su tiempo y sus conocimientos les permitían. La auxiliar doméstica, cuando entraba a limpiar le contaba anécdotas llenas de vida y simpatía. Hasta el médico, aunque con precaución y sin implicarse mucho, había dejado un “¿Quién sabe?” en el aire. Aunque solo fuera por las personas que creían en él, debería intentarlo. El psicólogo entró también en juego atendiendo a las posibles salidas que podía tener aquel inesperado despertar, ya que de involucionar sería terrible el golpe para Daniel y prefería tenerlo preparado.

¿Y la familia? Hacía dos años que no venía a verlo nadie. Llamaban de vez en cuando para saber de él, pero la vida les había situado en una coyuntura que no les dejaba muchas opciones y tuvieron que elegir marcharse de Madrid en busca de trabajo, cosa que habían encontrado unos en Canarias y otros en Galicia. No sobraba dinero para viajes y sabían que su hermano estaba bien cuidado. Otra cosa no podían hacer. Por otra parte, según habían dicho, Daniel no se enteraba de nada, y si bien les quedaba alguna duda sobre esto último, no podían hacer más debido a su situación económica.

Se les comunicó con cautela la situación de Daniel sin echar las campanas al vuelo para no dar falsas esperanzas y para poder cubrirse las espaldas en caso de que todo fuera pasajero, pero los hermanos recibieron la noticia como una respuesta a sus oraciones y sacrificios, y dos días después estaban en Madrid. Lo cubrieron de besos, abrazos, explicaciones… Daniel solo podía dar respuesta con esa lágrima que siempre brotaba del mismo punto. Pero cuando su hermano mayor le cogió la mano y le suplicó que se pusiera bien, para estupefacción de este, del otro hermano y de Javier ―el cual entraba en ese momento―, Daniel repitió:

—Bben —Y con gran esfuerzo consiguió corresponder débilmente al apretón de mano de su hermano.

Un paso más. Un paso muy importante en el que ya se hizo necesaria la presencia de un neurólogo para su estudio por su posible evolución y, sobre todo, para el tratamiento médico y ejercicios físicos. De manera que también entró en una terapia con tratamiento rehabilitador que la residencia para personas no válidas utilizaba con contados residentes.

Javier y Pilar decidieron visitarlo casi todos los días. El mes de vacaciones había pasado y ahora ellos estarían en otra planta en sustitución de otros cuidadores. Así, Daniel volvió a manos de sus antiguos cuidadores, cuyos nombres ni siquiera conocía. Se propuso hacérselo entender, aunque tenía que buscar la manera. Le costó incluso una noche de insomnio, pero cuando la tarde siguiente estaban contándose entre ellos sus respectivas vacaciones, Daniel aprovechó un silencio para decir:

—Hola. Danel.

Pararon en seco la tarea. Les habían comentado la evolución, pero ellos sabían que a veces las ganas del personal de que un enfermo mejorase, especialmente si eran cuidadores nuevos, hacían que se interpretasen movimientos involuntarios como gestos voluntarios o intentos de comunicación, así que cogieron la noticia con pinzas. No habían tenido tiempo de ponerse al día con todas las historias y la evolución de cada residente durante ese mes.

—¿Ha dicho algo? —se preguntaron entre ellos, una vez más olvidando a Daniel.

—Hola —insistió—. Danel. Javer. Pplar.

Tal vez diciendo los nombres de los otros cuidadores les hiciera entender algo.

—Ah… Yo Miguel y mi compañero, Joaquín —Había dado sus frutos.

Por supuesto, mejoraron las relaciones, la comunicación y el estado de Daniel y así fue pasando el tiempo con la satisfacción interna de unos cuantos.

Continuará…

Encarna Martínez Oliveras.

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