Karma felino

KARMA FELINO

Su cómplice Tony, el gato blanco y peludo como una espora, el huérfano soñaba en ser un Merlín moderno, y que por medio de sus “investigaciones y ensayos” descubre la pócima para transformar las cosas en dinero, era tanto meterse en esa ilusión, que le brillaban los ojitos. El felino tenía el papel de asistente sordomudo, lo miraba con sus grandes ojos azules; con débil maullido giraba lentamente su cabeza y se recostaba sin seguir indicaciones, se quedaba quieto y después se acomodaba en un cojín para iniciar con su siesta cotidiana.

—¡Cuasimodo, cuasi! Estamos a punto de ser ricos, la suerte está con nosotros. ¡Hum! Te duermes en este momento, gato inútil.

A lo lejos se escuchaban voces atravesadas que parecían ecos que solo a él retumban.

—Ya deja de soñar, pronto crecerás, la vida no es tan fácil.

—Hijito, no seas como tu padre, no debes ser como él, tú debes ser un caballerito.

Desde que nació acostumbró caminar sobre el colorido rojo de la alfombra esponjosa, se daba vueltas alrededor del sillón café, antes de caer a ese territorio conquistado, se acerca identificando los olores, las texturas que ahí estaban encargados de hace años, oro puro para su seguridad.

Desde que nació, fue el consentido de la familia, no sé si ellos lo adoptaron, o al revés, él adoptó a todos, era gracioso, parecía un bailarín de ballet, pues resbalaba sus patas como esquiador de hielo, las pisadas eran elegantes y su contoneó divertido y juguetón; en tempo lento improvisando, creando una danza exótica sobre una imaginaria pista negra.

El felino parecía un pequeño copo de nieve que buscaba mantenerse cerca de la madre; se escuchaba ronronear feliz, ansioso de asomarse al mundo material; siempre listo a disfrutar de esa lechita caliente y de las ricas lambidas de su “ma” que siempre eran buenas.

El minino, jamás imaginó, las aventuras que con el chico tendría, ¡Miau, miau! Qué decir de las correrías con las gatas de la cuadra, ellas en sus ciclos de celo; lo buscaban desesperadas, maullaban llamando al galán, se frotaban contra las esquinas de los contenedores de basura, y por unas horas se juntaban para darle persecución al Casanova.

Al peludo, los roedores no le interesaban; era demasiado fino para dedicarse a esas labores tan ordinarias, era más importante identificar su cosmos, perderse en las calles aristocráticas que le daban glamour, saltar por los techos de las casas con aire acondicionado, rebotar en los toldos de automóviles deportivos, aburrido continuaba hacia las rutas de luces multicolores, entrando a los lugares más concurridos, aunque le tiraran con una piedra o un zapato. Como buen “fashion cat” iba al supermercado de modas más caro o al “multi cinema” recién construido para ver la función de lujo; se daba la vida de “high life” gatuna, obvio, no bien vista por los de su familia felina.

Ese correteo se convirtió en su paseo favorito, terminaba debajo del techo verde de los robustos sauces llorones y encima de la alfombra de pasto ralo del parque; algo raro como esponja absorbía la humedad arbórea del microsistema. Después de su primera siesta nocturna, avanzaba lento, asomándose en los agujeros, pero siempre huyendo de los humanos; un día se fue caminando sin voltear atrás, llegó a la ribera de un río apacible, la corriente cantaba un arrullo hipnótico, su voluntad no respondía y continuaba extasiado recorriendo el afluente. A veces miraba el agua y veía su reflejo, los pececillos saltaban y se perdían en las piedras que claramente podían distinguirse en el fondo. Continuaba en ese trance placentero y a través de la música cambió de dirección hacia el interior del bosque tropical, raro el asunto, pues en la zona esa cubierta vegetal no existía, había otro tipo de vegetación, coníferas y encinos de zonas altas.

Llegó a un claro; se acercó a una figura con túnica blanca, la cual dejaba pasar el fulgor que emitía, estaba rodeada de varios tipos de animales, juntos depredadores y presas, obedientes al guía, como cuando subían al arca de Noé o conversaban con San Francisco. el gurú estaba en flor de loto, meditando en silencio, pero a veces murmuraba algunas palabras que solo él conocía; al sentir la presencia del felino abrió sus grandes ojos negros y exclamó con voz apacible:

–Ven acércate, te estaba esperando –abrió sus largos brazos azules para abrazarlo–, no te espantes te entiendo, conozco todas las lenguas del universo, todos ellos están en Nirvana; ¡Sé qué quieres saber! Al oído te diré tu futuro; más tu tiempo no es el tiempo que tu conoces.

Irás por los caminos de Vrndâvana, tu esencia será pura, jugarás y bailarás con las gopis, serás feliz más allá de Maya, la terrenal ilusión, podrás ver el interior de lo interior.

Luego estarás en Tebas, corriendo por el valle de los reyes, escondiéndote en las columnas del templo de Luxor; tu figura será emblema de estandarte, te llenarán de privilegios y estarás a un lado de Bastet, la diosa egipcia del amor y la fertilidad. Conocerás los excesos y defectos de la realeza y caerás en ellos; te expulsarán de los palacios, sufrirás de hambre terrenal, serás humillado y desterrado por los conquistadores romanos a tierras áridas, la soberbia será tu esencia.

En otra época, serás opaco y te llamarán sombra; podrás hacer méritos para evolucionar en un ser superior mas no lo lograrás; tu blasfemia será involuntaria e inoportuna. Maya te hará una jugarreta. Germinarán las semillas equivocadas, tu mente se bifurcará confundida, iras por el camino errado; harás todo para que el fruto de tu sangre no se logre y se “pudriera” en las entrañas de tu amada. Escribirás cuartillas con la facilidad que el viento tiene para arrastrar el polvo, romperás el equilibrio del oficio y no te entenderán. Tu Karma maldito continuará persiguiéndote hasta que te vuelvas cenizas.

Al finalizar el viaje, involucionarás, mas tus méritos serán acumulados y estarás en el Edén contemplando a Visnú.

Es tiempo de que cierres los ojos y duermas; que te dejes llevar por la paz del sueño. Por tu bien olvidarás este encuentro; mas tu inconsciente estará tatuado buscando repetir esta visita al paraíso.

Un picotazo en su lomo lo hizo salir de su trance; salió alegremente disparado queriendo atrapar al villano alado, que con sus negras alas venteaba al felino atarantado.

Transcurría un atardecer de octubre, de esos que lentamente se escurren, no se dio cuenta cuando lo atraparon, estaba distraído enfrente de un mostrador lleno de móviles de neón, no se percató de la presencia de extraños con anticuados uniformes grises, embelesado con la luz no sintió como su libertad se terminaba, nadó desesperado en el mar de adrenalina, atrapado luchó para salir de su encierro, imposible, era inútil.

En la noche es difícil ver, y más sombras en medio de la polución nocturna, menos en luna nueva, los hipersensibles las miran siempre, están rodeadas de miles, estos entes incorpóreos se auto flagelan con sus remordimientos, siempre apresurados se agolpan, no hay respiro, buscando otra sombra más atormentada y con ello sentir que no está mal llevar un pesar como seña de Caín y volverse poderosos, cómodamente sádicos, y estar girando sin saberlo, en un círculo vicioso de huerfanidad espiritual.

Por más que se preguntaba qué había hecho mal no asimilaba estar en el departamento de gatos callejeros; porque estaba ahí en ese lugar, lleno de dolor, muerte y olores etílicos, él creía que solo los perros merecían ir a la perrera municipal. Sentía vergüenza de estar con los supuestos perdedores, quejándose de su mala suerte, violentados en sus naturalezas, tratando de cambiar el resultado “karmático” que la rueda de la fortuna indicó.

Continuando con una pesadilla forzada de tijeras y bisturís afilados, de maléficas risas humanas que no paraban, la anestesia impidió la batalla final, dónde perdía en manos agiles, la habilidad que Dios le entregó para reproducirse. “¿Dónde estás amiguito, ayúdame?” Parecía que decía con un débil susurro en esa inconsciencia provocada.

Pasaron días largos y penosos, el dolor poco a poco cedía, por fin su familia adoptiva estaba ahí, para rescatarlo de las garras de los que de repente se habían vueltos científicos y experimentaban a diestra y siniestra con la inferioridad animal.

Pronto se dio cuenta de la lobotomía a que lo sometieron; llevándolo a un conflicto físico-mental irreversible, inconcebible saber que no se puede; cuando otra parte de su instinto le dice que debe hacerlo. Se ha procesado una metamorfosis neurótica en su interior de dimensiones mundiales.

Trauma incomprensible, o algo parecido, como la revoltura mental de “Benjy Compson” el del Sonido y la Furia. Y el, por qué de su mutilación aberrante, y de la decisión dictatorial a ser testigo de la micro sociedad decadente.

Él soñaba, viviendo en su félido pasado, en las noches pasionales de libertad, en su despreocupado andar, meneaba de vez en vez su cabeza preguntándose; ¿Por qué a mí? Blasfemando, no comprendiendo porque era considerada la vida de sus hermanos dañina, ecológicamente superflua. Concluyendo esa lamentación con un chillido, como una súplica para que le indicaran donde estaba el cielo de los gatos de Thomas Eliot.

Al regresar y entrar por la ventana del Ático, se queda con la mirada fija, algo pasa en casa. Cuando se es viejo, es difícil adaptarse a los ambientes que cambian súbitamente. El dolor y la tristeza se olía en el hogar, sus cuatro vidas restantes intuitivamente le dicen que algo falta; paso a paso recorre los cuartos; el de la bodeguita de los estorbos, el húmedo y frío baño, por un momento para extrañado, continúa desplazándose con ese andar felino característico, atraviesa una puerta de madera con restos de barniz, voltea a los lados no ve a nadie, baja con cuidado las escaleras, se le acaba la agilidad de joven, qué silencio, y la gelidez salvaje avanza.

Los años le han enseñado que, para calmar su angustia, con el simple hecho de realizar su rito antiestrés los temores descienden drásticamente, quién iba pensar que un simple mueble viejo e inmóvil iba ser la solución. Tres vueltas, solo tres vueltas para recostarse en el esponjado asiento, soñando plácidamente en su vida antes de la mutilación.

En la última vuelta reconoce el olor familiar de su madre, poco a poco este aroma va desapareciendo, se esfuma a través de la ventana que permanece abierta, esa rica fragancia hormonal va a una fuente brillante de maullidos melodiosos y luces como cuando fue al río mágico. ¡Suerte gatuna! la silla está justo enfrente de la ventana, el asiento desciende por el peso y el respaldo sufre cuatro arañazos; después salto descomunal…

Cayó del segundo piso, las imágenes de sus correrías las veía pasar vertiginosamente, parecían redes de contención que terminaban perforadas por el peso del animal, segundos que parecieron horas, sintió dejar de caer al rebotar sobre un manantial de tibio gel multicolor, navega a través de un laberinto cavernoso oscuro, donde se oyen ecos de maullidos. “Qué bueno es no caminar”. Al final de la travesía; un sillón resplandeciente, con cojines super esponjosos; el más hermoso, con un bordado más brillante que el oro y su olor ¡hum que rico!, pero que jamás fue diseñado por algún mortal.

A lo lejos escucha, una voz llorosa que sale del bosque de pinos.

—Lo tengo que lograr; por la abuela regañona y el gato Tony, ¡Uf! Que rápido creciste eras pequeño, saliste de la panza de tu mamá gata, tan lindo, una bolita de algodón, ¡miau! ¿ahora dónde estás?; ya de grande te fuiste con las gatillas coscolinas, eso es lo que dijo mi mamá.

Víctor Hugo González Fernández.
Cuentos del autoexilio.

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