María y la fiesta de Halloween

María y la fiesta de Halloween

Atendí de inmediato el llamado de la escuela; mientras llegaba, un mar de pensamientos ocupó mi espacio; no podía evitar pensar en lo difícil que era para mi hija, —y quienes son como ella—, desenvolverse en un mundo que se caracteriza por empeñarse en ser igual y no diferente.

El día esperado llegó. María se levantó más temprano. Cuando bajó a desayunar, la vi preocupada y nerviosa.

—¿Qué te pasa? Relájate, todo saldrá bien, has escrito un gran relato.

—¿Tú crees, Papi?

—Seguro, ¿y sabes por qué? Porque lo hiciste tú, es tu pensamiento, son tus…

—¡Y si no le gusta a la profesora y a mis compañeras y compañeros!

—Triste por ellos. Es posible que tengas algunos inconvenientes.

—Lo sé, y eso es lo que me inquieta. Pero como tú dices…

—De cualquier manera, sabes defender tus ideas. Esta vez no será la excepción. Recuerda lo bien que resolviste el caso de tu amiga y compañera el año pasado.

—Cómo olvidarlo, si gracias a mis compañeros la dejaron culminar el año.

—Entonces, desayuna y a la batalla, que la victoria espera por ti; estamos contigo.

Pensaba en ella, no cómo estaría, pues sabía muy bien lo inteligente y capaz que era para resolver asuntos como ese, sino por la actitud que asumen las instituciones educativas ante la rebeldía con causa de muchos de sus estudiantes.

Cuando llegué, María se encontraba sola en el pasillo. Nos abrazamos. Le pregunté qué pasaba y me respondió en cortas palabras que a la maestra no le había gustado su punto de vista sobre La Fiesta. Le pedí que se tranquilizara. En la oficina me esperaban la directora y la maestra. Permanecí callado hasta tener el derecho de palabra.

—María —comenzó la maestra— es una niña muy inteligente, piensa distinto a los demás niños, y eso está bien; pero me contradice en lo que yo ordeno. —Hizo una pausa—. Cuando estábamos realizando la exposición dio un discurso que me preocupó porque esa no es la línea de la escuela.

—¿Qué dijo? —Pregunté, sabiendo de qué se trataba.

—La celebración de Halloween es una tradición en nuestra escuela —intervino la directora— y es normal que todos, bueno casi todos, —rectificó—, participen.

—Lo que llama la atención es que ella estaba de acuerdo hace quince días; hoy, ya no. —Intervino la profesora.

La niña llegó a casa emocionada porque en la escuela celebrarían el día de Halloween. Nos comentó cómo su profesora les había contado la historia y entre risas y emociones convencida de la importancia que tenía para nosotros, celebrar tal día. Le escuchamos con inusitada atención, observando su rostro, sus manos, su voz y todo cuanto reflejaba el resultado de tan encomiable trabajo docente. Cuando concluyó, la niña, muy seria preguntó.

—¿Qué les parece? ¿Verdad que es fantástica? ¡Qué puedo participar con un disfraz de..?

—Todo está muy bien, hija. Nos encanta que hayas prestado tanta atención al relato que les contara la profesora y tus deseos de participar en un acto como ese no faltarán. Pero antes siéntate, necesitamos relatarte la otra historia, la que no te contó la maestra —agregó la madre mientras sonreía—. El día de Halloween representa algo más que lo bonito contado con tanto esmero por ella, hija. Hoy comenzaremos a preparar todo. Tráeme una de las calabazas, —que por cierto compré hoy—. Si todo sale bien como esperamos, estarás lista para que seas la mejor en aquella actividad que llenará de orgullo a tus compañeros. A partir de hoy, cada noche, colocarás la calabaza cerca de tu cama antes de acostarte. El día que lo olvides, colocarás dos y así sucesivamente hasta que tengas la habitación llena de aquellas figuras naturales.

María estaba en silencio, curiosa por saber hasta dónde llegaría.

—En, exactamente, quince días habrás entendido el verdadero sentido de la fiesta de Halloween.

—¿Y cuándo comenzamos, Mamá?

—Hoy, —dijo la madre—. Enseguida tomó un filoso cuchillo y comenzó a cortar la figura hasta que obtuvo un rostro con ojos profundos y una boca con los dientes más afilados que podría imaginarse.

—Todavía no entiendo de qué se trata, pero haré lo que ustedes dicen; mientras voy cociendo cada día el traje que luciré para mí y mis amiguitos de clase.

El reto se inició tal como estaba previsto. Minutos después, la niña iba camino a su dormitorio acompañada de la figura fantasmagórica debajo de su brazo; tan pronto llegó, de inmediato la colocó cerca de su cama, para lo cual desplazó la lámpara y le dio el lugar más especial, de manera que se quedaría dormida mirando la figura; y así fue cada noche. Durante el día, la estudiante tenía que llevar por escrito lo que ocurría en su sueño.

La primera noche fue muy difícil para la menor; no recordaba prácticamente nada. Preocupada, les contó lo ocurrido a sus padres quienes decidieron ayudarla, indicándole algunas lecturas acerca del origen de La Fiesta. Entonces, el registro diario comenzó a llenarse de extrañas historias que iban de lo sublime a lo increíble. Los sueños comenzaron a representar distintas formas de encuentro de la niña con espacios, lugares y personas nunca vistas por ella.

—En primer lugar se presentó con un atuendo poco adecuado para la exposición —dijo la directora, acentuando el tono de su voz.

—Poco adecuado según su apreciación, —aclaré—. Pero estoy seguro que ella explicó por qué venía vestida así.

Cuando le correspondió mostrar su relato, además de nerviosa y preocupada porque no le rechazaran su texto, causara pena, o lo peor, burla a su trabajo; observó con atención a la maestra quien absorta en su libro de notas sólo esperaba que iniciara. Así, la estudiante, cuaderno abierto, comenzó a hacerse sentir en el recinto académico…

—La noche se inició con mi deseo de soñar, mi madre me dijo:

—Si quieres celebrar y participar en La Fiesta de Brujas o Fiesta de Halloween tienes primero que conocer mi historia patria; luego, la del país que la inventó.

—Por supuesto, me la puso difícil. Cada noche leía historias extraordinarias sobre la cultura celta y su impresionante sentido de ver las cosas naturales. Hacía un salto y de pronto me encontraba en Estados Unidos, vendiendo a través del cine una versión totalmente distinta; América, al fin. No me sorprendió que la nuestra tuviera más que celebración una enorme confusión de ideas respecto al tal día, fecha o celebración.

—María leyó cosas que sólo ustedes pudieran haberle dicho o inculcado, señor. —justificó la maestra para hacerme sentir doblemente culpable.

—Créanme he cambiado de opinión y ya no quiero celebrar ese día; prefiero quedarme en casa con mis padres, comerme un helado. Pero si el verdadero culto, como ahora creo y siento, es por la naturaleza y su ciclo de producción, pues lo más lógico sería agradecerle a la Diosa Madre Tierra por el sustento, y a tantos hombres y mujeres quienes con su trabajo hacen posible nuestra alimentación. Prefiero eso a ponerme un traje para aparentar lo que no soy o hacer lo que en otro momento jamás haría, ¿y saben por qué? Porque puedo emocionarme cualquier día del año.

—María es y será, gracias su inteligencia, como usted lo ha reafirmado, una niña estudiosa y crítica de cuanto le rodea. Si ella dijo eso es porque esas fueron sus conclusiones, y nos sentimos orgullosos de ello, —expresé.

—Iniciemos una nueva tradición, una nueva costumbre, otra creencia —continuó la estudiante—. Ese día que no sea de muertos sino de vivos. Celebremos que existimos, que respiramos, que somos importantes; no con trajes de monstruos ni brujas; sino con obras a favor de los demás, con caridad, con alegría. Convoquemos a toda la ciudad y hagamos una gran fiesta por el pan de cada día, por la vida; dejemos en paz a los muertos, a los espíritus que mucho hacen por nosotros para que no desaparezcamos como especie sobre el planeta.

—Ha criticado la escuela y nos ha hecho el hazme reír de todos —agregó la directora.

María hacía breves pausas para observar a sus compañeros y compañeras, haciendo énfasis en la idea central: que se haga otro tipo de Fiesta.

—La escuela debe dar el ejemplo—prosiguió—. Los maestros no deben permitir ese tipo de cosas, porque es una falta de respeto hacia los espíritus que sabemos dónde van por lo que nos dice la religión, solamente; pero si el más allá es maravilloso, pienso que la muerte no debe ser tan mala, cuando existe; porque es parte de nosotros, anda con nosotros. ¿Será bueno burlarse? Me pregunté muchas noches, y si no es correcto, y cuando partamos a ese ciclo y el portal se nos cierre ¿Qué será de nosotros?

—Discúlpenme, el hecho de que mi hija no piense igual que ustedes, no significa que no tenga derecho a participar en una fiesta en la que ahora no cree. —señalé—. Debe ser ella quien decida si participa, y creo que ya lo hizo. Ahora eso tampoco significa tomar represalias en su contra, como lo estoy entendiendo. ¿O me equivoco?

—El día debe llamarse de otra manera —continuó—. El disfraz debe ser otro, o sin disfraz mejor, recordar a nuestros ancestros que partieron a otra dimensión. Hubo una noche, como tantas, en las que tuve pesadillas; soñé o viví, no sé, que ocurrían cosas peligrosas, y, de hecho, han pasado. El día de muertos tiene un origen mesoamericano, las antiguas culturas indígenas realizaban rituales para celebrar la vida de los ancestros, estas prácticas se realizaron por lo menos durante 3000 años a principios del mes de agosto. Luego, la iglesia, —enfatizó—, nos impuso su ritual.

Visiblemente nerviosa, la maestra, sólo atinó a decir que lo sentía que en ningún momento tal cosa ocurriría. Pero mis dudas persistían. Así que pregunté qué pasaría con ella y su actividad.

—Su hija no participará en la fiesta, es nuestra decisión, —puntualizó la directora.

Las ideas expresadas por la niña generaban inquietud en la docente, quien estuvo a punto de interrumpirla, pero al observar como el grupo se había interesado en el tema, la dejó seguir.

—¿Por qué no retomar lo nuestro haciendo pequeños cambios como en lugar de cráneos y sangre coloquemos música del llano, y los vivos comamos en su honor y no lloremos sino que celebremos a quienes pasaron por esta vida, y con alegría nos esperan al otro lado de la existencia?

—Respeto la decisión de ustedes, pero no la comparto; menos sin que se haya escuchado la opinión de mi hija en torno a esta situación, —recalqué.

—Ahora entienden por qué hoy decidí vestirme así. —Modela—. Y no importa que me hayan hecho bullying; lo que realmente me inquieta es que no seamos capaces de transformar y menos acabar con algo que representa la mayor burla que se haya visto a lo largo de la historia de la humanidad.

Hubo otro silencio y, ante mi solicitud de que la niña estuviera en la conversación, no sólo porque era su derecho, sino porque ella podía aclarar algunas cosas y defenderse de otras; minutos después entraba a la oficina. Lo primero que le preguntó la maestra fue por el vestuario. María hizo una breve pausa, tomó aire y expresó de manera clara.

—Mi traje era una sorpresa, maestra, señora directora, ni mis padres lo sabían. Yo misma lo hice con el recuerdo de cada noche; representa mi opinión sobre La Fiesta. De un lado —lo sacó y lo mostró— está la historia en los colores de la tierra, el verde, el azul, el amarillo de nuestros ancestros; del otro, mis sueños, mis reflexiones, mis pesadillas, mi punto de vista, mi opinión, que se puede observar en mi vestido pulcro y blanco.

—Y si el paso por las casas es para invitar a las y los niños a jugar y no dañar su mente e imaginación con cosas que uno no entiende, y al final no nos hace más venezolanos, latinoamericanos; pero sí, menos dignos, porque mezclamos lo nuestro con lo foráneo para sentirnos mejor, más felices, dejando a un lado lo que nos dio identidad; y no tragedia, como la colonización.

—Pero, hija, no puedes estar criticando a nuestra escuela, —explicó la directora.

—No critico a la escuela sino a su forma de ver las cosas. A caso importa más el 31 de octubre o el 2 de noviembre que los seres humanos. En ambas festividades hay dulces, disfraces, decoración, comida especial y un significado. Pero no es nuestro. “vístete de algo provocativo o de miedo”; “come pan y chocolates”. Hasta cuando vivir y gozar de los muertos y del terror.

La directora no sabía que decir, tampoco la maestra, porque la estudiante era precisa en su respuesta.

—La maestra del año pasado, nos dijo siempre que utilizáramos la imaginación, que fuéramos originales, únicos; y usted también, profesora, Aurora.

Ninguna tuvo palabras para refutarla. María, finalmente, agregó:

—Cada quien elige qué celebra y qué no, y se debe respetar a cada persona según lo que acostumbre. Finalmente, no me gusta el Halloween; prefiero la fiesta de celebración, si me lo permiten, por la historia de mi patria, por algo que me gusta y me hace sentir bien.

Con mi hija, —ahora convencida de la verdad—, salí de la escuela. Atrás quedó la maestra y la directora con su idea de negarle su asistencia a la actividad. Conmigo iba la persona que, a pesar de su corta edad, había comprendido: si queremos acabar con esa Fiesta de Halloween de una vez por todas, debemos trabajar juntos: la escuela, los maestros y los padres porque la tarea es de educación.

Tulio Aníbal Rojas.

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