La armonía de la familia

LA ARMONÍA DE LA FAMILIA.

“La armonía, serenidad y alegría de la vida de familia dependen en gran medida de la mujer, esposa y madre quien, con su intuición, su tacto, su afecto, su paciencia, su generosidad, suaviza asperezas y tensiones.” Vuelven a mi mente las palabras de Juan Pablo II de aquel 10 de mayo de 1990 en la ciudad de Chihuahua, junto con la imagen de mi madre.

Las circunstancias nos mantienen alejados unos de otros, somos veintisiete, repartidos en cuatro países de dos continentes, esperamos con ansias la videoconferencia alrededor de mi madre en este día. Ella es el centro gravitacional de la familia.

Su vida no siempre ha sido fácil, pero en todo momento la ha hecho mejor para nosotros.

Su sabiduría es sencilla, producto en parte de sus estudios, mas principalmente de su enorme experiencia, en el tránsito de una vida que ha tenido de todo: alegrías y tristezas, bonanza y estrechez.

Como es normal entre hermanos a veces nuestras diferencias nos enfrentaban o nos separaban; ella, como nos conoce a profundidad, siempre tiene la palabra exacta para hacernos entender el circunstancia específica que cada uno de nosotros estamos viviendo y nos hace pensar, hablar, actuar, de manera especial en ese momento, y así, comprendemos al otro, ayudándonos a mantener la armonía dentro de nuestra diversidad.

Su andar es lento, marca el ritmo de su pensamiento sin prisa para decirnos lo que necesitamos en el momento preciso, con lo cual aminora las tensiones de nuestra vida acelerada marcada por la velocidad cibernética.

Lleva en su corazón lo más importante, una virtud que Dios le infundió y ella a su vez, con sus palabras, con sus miradas, con la acción de sus manos y su simple actitud nos la reparte, es el amor a Dios; el amor entre nosotros como hermanos, hijos, nietos, bisnietos, esposos, padres, cuñados, tíos, sobrinos, en una relación multidimensional más allá del espacio; el amor a la naturaleza y a todas las personas que nos rodean.

Ese amor nos comunica la alegría, muchas veces de gran bullicio, especialmente cuando nos reunimos en esas fiestas especiales donde casi todos logramos asistir, con ese escándalo que nos caracteriza y podría espantar a los de naturaleza callada. Su espíritu sigue siendo alegre, bromista, ríe con todos. Aunque también, claro está, nos hace partícipes de su alegría serena de los momentos de intimidad espiritual.

Quisiera tener su intuición para detectar todas esas minucias de la vida, del porqué de cada cosa, la razón de las conductas, lo que puede llegar a suceder si actuamos en determinado sentido, pero eso solo se adquiere tras un largo caminar.

Anhelo adquirir su tacto en el buen trato con las personas, el derivado de la comprensión y el entendimiento, para actuar conforme la verdad y la bondad, para dirigir y en su caso enderezar el camino, para no ofender a nadie.

Con sus casi noventa y tres años, es mi madre, mi maestra, mi ejemplo de vida en amor, generosidad, paciencia y sabiduría.

Phillip H. Brubeck G.

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