BINGO EL ELEFANTE.

En cierta ocasión el pequeño Felipe visitaba el zoológico con sus padres, mirando con interés y curiosidad a los variados animales, unos muy grandes como los elefantes, otros pequeños como las ardillas, unos bonitos como los tigres, otros terribles como el rinoceronte que parece hecho de fierro, los graciosos monos y los elegantes pavos reales, las orgullosas águilas, los camellos de ojos aburridos, las aristocráticas jirafas, los melenudos leones, los osos perezosos y los tiernos venados.
De entre todos ellos, los que más llamaron su atención fueron los elefantes por su gran tamaño, sus orejas como abanicos y sus trompas largas que además de ser su nariz usaban como mano.
Felipe curioso preguntó a su papá:

-¿Por qué los elefantes tienen la trompa tan larga?
Ante tan inesperada pregunta su papá contestó:

-Por lo mismo por lo que tú no tienes trompa.
Felipe no contestó; pero comprendió que su papá no sabía la respuesta y permaneció callado pensando en los elefantes.
Por la noche, pidió a su abuelita que lo acompañara a su recámara porque tenía algo muy importante que decirle. Cuando estuvo metido en la cama le rogó a su abuelita que se sentara a la orilla de la cama y le dijo:

-Abuelita, tú estás viejita y sabes muchas cosas, puedes decirme: ¿por qué los elefantes tienen la trompa tan larga?
La abuelita no queriendo defraudar a su nietecito le dijo:

-Has de saber, que hace mucho, mucho tiempo, los elefantes no tenían la trompa tan larga y su cola era un rabo corto. Su trompa no era más larga que la de un marrano. Solo había una manada de elefantes que se querían mucho y se cuidaban unos a otros. En la manada había los grandes machos, las hembras y los elefantitos. Uno de estos pequeños elefantitos se llamaba Bingo, era tan travieso como curioso, tanto como tú. Le gustaba explorar la selva y a veces se alejaba algo de la manada, entonces todos los elefantes se preocupaban y lo buscaban hasta encontrarlo. Todo eso lo hacía muy feliz porque sabía que todos lo amaban.

Cierto día mientras su mamá se bañaba en el río junto con la manada, Bingo se alejó por un sendero desconocido, miraba hacia todos lados admirando la vegetación y gozando las frutas a su alcance. De pronto llegó al borde de un gran hoyo, en medio del cual había un árbol con sabrosos frutos, trató de alcanzarlas, pero cayó al fondo de hoyo, al levantarse vio que una gran serpiente lo miraba, Bingo quiso salir pero a pesar de sus esfuerzos no pudo lograrlo, entonces barritó tan fuerte como le fue posible y su mamá que ya lo buscaba corrió a su encuentro; pero pronto se dio cuenta que ella sola no podría sacarlo, la manada se sumó al salvamento, y mientras esto sucedía, la serpiente decidió que Bingo sería una buena compañía y no lo dejaría ir. Así su mamá se puso al borde del hoyo para que Bingo lo cogiera de su trompita para jalarlo y salir. A su mamá la cogería su papá por el rabo para que no cayera, pero la serpiente no quería quedarse sola, entonces enroscó su cola al árbol y su cabeza al rabo de Bingo.
Por más que los papás jalaban no podían sacar a Bingo. Los demás elefantes fueron sumándose a la cadena cogiendo con la trompita el rabo del elefante de adelante, jalaron, jalaron y jalaron, pero la serpiente era muy fuerte y no soltaba a Bingo que barritaba por el dolor que le producía el tironeo.
Después de muchos esfuerzos lograron reventar a la serpiente y sacar a Bingo. Todos estaban muy cansados y se durmieron. Cuando despertaron se vieron sorprendidos con sus trompas largas y sus rabos también más largos.
Bingo entonces supo que los pequeños no deben hacer travesuras a escondidas de sus papás, porque puede haber peligro.

Beddy Gamboa Lugo.

Del libro «Cuentos, poemas, reflexiones».

Publicado por Ediciones Bellas Letras.