Cuento: Doña Huesos

Doña Huesos

Cuando la luz es poca o la oscuridad de la casa es total, puede que escuchen un pequeño crujido en los muros o en algunos muebles, ¡no se asusten!, es Doña Huesos, va recorriendo el mundo metiéndose por las ventanas o colándose entre los agujeros del baño, buscando con desfachatez sus partes desprendidas de su frágil cuerpo dislocado hace muchos años, no les hará nada, solo esculca, mira y se va, sin decir ni una sola palabra ni emitir lamento que rompa el sonido cotidiano.

Todavía adormilada, veía como lentamente se desplazaban los números del ascensor, no paraba de chasquear, se impacientaba pegándole con su bastón de madera al piso de metal, el deslizamiento suave la adormilaba por instantes, de repente un empujón que le hizo reencontrarse con su mala suerte, las gotas de sangre (que le quedaba) se le fueron a los pies, en un instante los números se continuaban con mayor velocidad de lo habitual, estaba sola, no hubo nada ni nadie que detuviera su caída de bruces, ¡Crash! Casi todos los huesos de las extremidades se le desprendieron esparciéndose por los rincones del ascensor, maldijo mil veces que la noche anterior se desveló con varios amigos hasta el amanecer, jugando cartas y platicando escandalizados sobre la reunión a que San Pedro había convocado con carácter de urgente.

El cansancio hizo que los sentidos se durmieran junto con la razón y no escuchara la alarma del reloj cucú, que solo sirvió como una armoniosa canción de cuna, y como señal, para voltearse al otro lado de su cama y roncar más fuerte, ruidos que salían estridentes de su garganta y que muchos dicen, pero que no he logrado comprobar, se confunden con el crujido de las maderas y el tronar de sus articulaciones que son como de matraca gastada; por ese último ruido le dicen Doña Huesos. Por llegar tarde tuvo que irse sola, como toda su vida lo había estado, caminar sola, enfermarse sola, morir sola. Minutos antes aplastó los botones en forma desordenada, por más esfuerzo que hizo, no alcanzó a distinguir la numeración borrada por los miles de dedos que día a día los usaban para subir al cielo, bajar a la tierra o llegar al abismo del infierno; cuando por fin pudo distinguir un número, la temblorina lo desvió hacia uno diferente que obvio no era el correcto.

“Ahora no sé cómo detener esto”, pensó angustiada, mis viejos lentes… con las prisas mis lentes se me han olvidado, con la boca se arrastró hasta alcanzar cada parte desprendida de su cuerpo que unía con torpeza, hasta que por fin quedó entera, pero como la viejita no veía bien se puso un pie en el lugar de una mano y la mano en el sitio del pie y comenzó a dar vueltas de rueda de carro, cada vez más rápido hasta que volvió a chocar en la pared y se le desprendieron nuevamente las extremidades, otra vez la triste labor de llegar hasta las partes y acomodar, tarea que ahora sí fue hecha con el mayor de los cuidados, para no equivocarse.

Tengo que decir que no le decían Doña Huesos por los ronquidos, de ninguna manera, es porque cuando estaba viva, era flaquita, flaquita, churida como chile asoleado, y caminaba encorvada envuelta en su chal viejo, parecía se fuera a quebrar.

En su vida terrenal, cada día treinta, tenía una rutina que en los últimos años había adoptado. Se ponía un vestido sencillo, para ella era de gala, y una medalla dorada de la virgen del Sagrado Corazón, iba a la escuela por su apoyo de gobierno, pasaba al centro de salud a que la examinaran, luego a la Iglesia y al salir del templo daba un poco de limosna a los que estaban en las puertas y con las pocas monedas que le quedaban, alegre hacía el mandado; jamás olvidó pasar a comprar dulces de bolita que regalaba con amor maternal a sus alumnos, pues todos los sábados iban a su casa de cartón a recibir el catecismo. Como siempre, los más pillos se atrevieron a inventarle su apodo, desde hoy la llamaremos Mamá Huesos, apelativo que se popularizó en las casas de abajo.

Quedó tendida boca arriba agitada, tosía y se acordó que viajaba a gran velocidad. Se puso en flor de loto, preocupada trataba de entrar en concentración, como le había enseñado un gurú extraviado en el cielo:

— Tomo aire, lo retengo unos segundos, saco el aire, no debo de preocuparme no va a pasar nada, tengo salvoconducto especial del cielo —pero no le servían de nada esos ejercicios de relajación, porque el aire se le salía por los agujeros de las costillas descarnadas.

— Es inútil, mejor diré letanías; “mmm, Santa María, ruega por mí, Santo Niño de Atocha, ruega por mí, Virgen de las Maravillas ruega por mí” —al mismo tiempo todo su esqueleto temblaba, observaba los números que seguían moviéndose ahora hacia arriba, y comenzó a rezar más rápido—, “Santa María, ruega por mí, San Miguel Allende, no me desampares, Judas Iscariote, en ti confió, San Luzbel no me abandones” —tan nerviosa estaba que confundía a los santos y demonios, cuando nombraba un santo, el elevador subía, pero cuando nombraba un demonio el ascensor nuevamente bajaba, ya toda mareada prefirió, callarse.

Por más esfuerzo que hacía no se le ocurría nada, hasta que logró recordar la reunión de la tarde, San Pedro, mediante un memorando, había convocado a los candidatos a entrar al cielo a una reunión extraordinaria con carácter de emergencia.

— Hijos míos, estamos reunidos porque existen inconsistencias en sus expedientes, y su permanencia en el cielo depende de la brevedad con que se corrijan, de otra manera se les extenderá una acta donde se les notificará su salida; tienen de plazo una semana para solventarlas, para aclarar dudas, cada uno tendrá diez minutos para entrevistarse conmigo en privado. María Martínez Martínez, usted por ser la de mayor edad será la primera —tanta rabieta había hecho para que no le dijeran Doña Huesos, que cuando dijeron su nombre no reconocía que a ella se referían, hasta que le cayó el veinte.

Entraron en una estancia cuadrada de nubes azuladas, esas nubes eran especiales, aislaban del ruido externo e interno, en la entrada estaban dos ángeles que abrían y cerraban las puertas, la viejita justo antes de entrar observó a los serafines de pies a cabeza, entrecerró los ojos, entre sus borrones de siluetas, creyó que eran esbeltas edecanes semidesnudas con largas cabelleras rubias, se mordió los labios para no soltar la lengua, el esfuerzo fue casi sobrehumano, cerró los puños, pero era inútil, para algunos la lengua es un órgano endemoniado que a la menor provocación pareciera escupir fuego eterno. Por más que luchó, la viejita no se aguantó y la soltó al aire.

— Mamacitas yo era tan hermosa como ustedes sin necesidad de teñirme el pelo, ir ligera por el mundo y sin ponerme exagerada delantera”.

¡Doña Huesos, si por un momento dejaras de hablar un poco! Con la visión atrofiada, veía que el abultamiento de las plumas, eran los senos, de alguna frondosa como la Pamela Anderson o la Tetanic. Ella no se había puesto a pensar que ésas, no estarían acomodadas en el cielo.

Con la preocupación de su destino, no supo cuando se detuvo el vaivén del elevador, por minutos no se movió, simplemente era un milagro que agradeció al cielo, suavemente se deslizaron las puertas, afuera se escuchaba una música suave, de inmediato la atrajo, pero la decisión de dar un paso afuera todavía no estaba dado, sabía que bastante gente se había ido con la finta.

— No me bajo, no me bajo, no me bajo, seguro es una tentación del demonio, Diosito santo dime si este es mi destino o tengo que esperar a que este artefacto del diablo se mueva, Señor perdóname, pero yo ya me ando mortificando, esperaré tu señal para saber si aquí es.

Pasaron los minutos y las horas, no pasaba nada. la viejita que siempre tenía pila para rato, comenzó a desesperarse, veía los números del elevador que ahora estaban apagados, agudizaba el oído, pero hasta la música se había ido, el ascensor sin luz era como una laberinto negro donde un roedor atrapado trataba de confiar en sus instintos, tenía dos opciones: salir a buscar comida o morirse de hambre. Un nuevo temblor estrujó el armatoste, el impulso la aventó para afuera cayendo en otro compartimiento. Otro elevador que viajaba también hacia abajo.

Mientras tanto en el cielo, San Pedro daba instrucciones a dos ángeles guardianes para buscar a la viejita. También allá pasa, el ángel receptor de solicitudes había cometido un grave error, agotado de siglos y siglos, revisando impecable la papelería, algún día tenía que equivocarse, y ese era el momento; traspapeló una de las listas de buenos actos de Doña Huesos con las de otra viejilla que sí tenía cola que le pisaran.

La oscuridad del otro aparato era mayor que el anterior, pero no estaba sola, un bulto negro estaba en la esquina, parecía que dentro del saco estuviera un animal salvaje, a tientas se puso en el otro extremo y como pudo se sentó sin dejar de mirar a la cosa, se fue acostumbrando a la oscuridad, ahora podía ver mejor, de reojo vio arriba donde estaban los números pero no reconoció ninguno, ¿A dónde la lleva ese ascensor y qué era ese ser encostalado?

Al llegar de su recorrido mensual, el último día de octubre de hace 7 años, fue agredida por unos maleantes, tres drogadictos que no esperaron mucho para arrancarle la medalla, sólo se escuchaba el ruido de los golpes secos en el cuerpo de la mujer, se veía el polvo que se levantaba, la casa de cartón temblaba con tanta revoltura de cosas y por los manazos de frustración de los delincuentes al encontrar cosas viejas y gastadas, nadie llegó a ayudarla, probablemente porque vivía en la ladera más pronunciada del cerro de la Cruz, allí estaba difícil llegar.

Uno de ellos la abrazó y estrelló su espalda en el piso de tierra, preguntándole por los billetes y joyas, ella estaba muda del pánico, tiritaba casi al borde del desmayo, nuevamente la alzó y la tiró con más violencia, su cabeza golpeo el suelo, Mamá Hue- sitos de inmediato se desmayó.

No se sabe el tiempo que estuvo en ese estado, casualmente llegó un padre que iba a ver lo de la primera comunión de su hijo, tantos golpes le provocaron la agonía, solo aguantó una semana.

Como si fueran ecos lejanos se escuchaban las voces de los serafines: «María Martínez, ¿Dónde estás? ¡Tienes que regresar al cielo, todo fue una equivocación!” Pero ella no hacía caso, pues creía que eran una figuración, rezaba para que al regresar a la tierra, pudiera encontrar rápido la medalla dorada que San Pedro le encargó, como prueba de su identidad y de su devoción hacia el Creador y así por fin poder disfrutar del paraíso. El santo supo en esa entrevista que ella había tenido un hijo que había adoptado la religión del Hare Krishna, él siguiendo ese camino de iluminación, la había abandonado al cumplir dieciséis años, el santo restó importancia a la búsqueda de ese malagradecido por considerar que su hallazgo no ayudaría a la salvación de su alma.

El aparato se volvió a detener, la puerta lenta se deslizó, con un poco de temor se acercó para asomarse, se dio cuenta que el aparato se mantenía en el aire sin ningún cable que la sostuviera. Suspiró al darse cuenta de que estaba perdida en la inmensidad de un interminable universo gris, solo acompañada de un costal que cada vez la inquietaba más.

Hacía días que soñaba que su hijo volvía y se convertía a la religión católica, observaba cómo le rezaba todas las noches un rosario completo, para así tener pase directo al edén, ella no perdía la fe de que esa posibilidad se cumpliera.

Reaccionó en unos segundos, al ver unos meteoros luminosos que se iban acercando, desesperada pedía al Creador que no se estrellara con el cajón flotante.

Ajustó los lentes, a su nariz, no los habia olvidado estaban alli tirados, agudizó la mirada, los asteroides eran miles de elevadores que bajaban sin tocar el suyo. Uno se detuvo frente a su ascensor, lento comenzó a abrirse, se escucharon panderos y cantos hare krishna, eran tantos los que estaban en el compartimiento que al abrirse, diez cayeron al compartimiento de Doña Huesos, asombrada vio en el fondo del ascensor a su hijo.

— “Hijo, sabía que vendrías por mí” —esa fueron sus únicas palabras, porque en ese momento, del costal salió un demonio que comenzó a tragarse al más joven de los hare krishna. Como un sólo coro iniciaron su canto de hare krishna, hare krishna, hare, hare. Doña Huesos, para no quedarse atrás, empezó con sus padre nuestro; Satanás se sacudió, golpeándose contra las paredes, en uno de sus movimientos apretó los botones de control. Con tanta oración el diablo no tuvo otra que desaparecer, el movimiento brusco hizo que se moviera hacia arriba, en un instante se detuvo de golpe, chocando los pasajeros contra el techo, sufriendo el desprendimiento de los miembros de sus esqueletos, rápidamente trataron de armarse, pero ya no supieron qué parte era de cada quien, se escucharon las voces confusas pero nadie entendió nada. Por fin se detuvo enfrente de dos elevadores; de uno salió un gurú y del otro ángeles rubios, que apresurados recogieron los armazones que alguna vez fueron mortales, después de una pequeña discusión teológica, determinaron que las piezas sobrantes fueran enviadas a la tierra, para no cometer errores.

Ahora Doña Huesos estaba en tres partes: del tórax para arriba en el cielo de los católicos, la cadera en el planeta paraíso de Krishna y las extremidades errando por la tierra buscando como locas las otras partes.

Algún día los ángeles volverán por los restos que se quedaron en la tierra y Dios católico negociará con Krishna la devolución de la reliquia. Pero no creo según las discusiones previas, que María Martínez Martínez, deje de estar en los dos cielos al mismo tiempo.

Víctor Hugo González Fernández.

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