PEPINA
En una pequeña ciudad llamada Rayen, vivía una pequeña ratoncita, llamada Pepina, entre grandes canelos, se dejaban sentir los primeros rayos de sol y el pájaro cantor anunciaba la mañana con su hermosa canción.
– Vamos a la cocina, se huele algo rico.
– Hola Chuchu, ¡qué linda estás hoy!
– Buenos días niños, ¿será verdad lo que me están diciendo?
Entonces nos reímos, mirándonos con Chuchu.
– ¿Qué estás haciendo? –gritó Chuchu– ¡Metiendo el dedo en el merengue, Tijeretín.
Éste, recibió algo en su justa medida, mi abuelita con su cuchara de palo, en las nalgas le dio a este bribón.
– ¿Por qué me pegas?
– Te gustaría servirte un postre, al que le metieron un dedo y se lo chuparon.
– No Chuchu, por favor discúlpame.
– Está bien, que no se vuelva a repetir y voy a terminar enseguida el pie de limón para que lo sirvamos.
Después de un trozo de pastel, nos dirigimos en dirección de un cuarto que hay detrás del gallinero.
– ¡Hey, Pepina!, mira lo que lo que encontré en este cajón.
– Un fuego artificial, va a sonar, ¡guauuu!
– Voy a buscar los fósforos, espérame un poco.
– Ya estoy de vuelta, ¡enciéndelo tú!
– Corre, corre, que la mecha arde.
En ese preciso momento apareció don Tortuguín y nos canceló la explosión.
– Fue un descuido haber dejado el baúl abierto, lo importante es que a nadie dañó y los principales actores son esos señores que tienen ustedes en sus manos, los fósforos. Cuando niño también solía jugar con ellos, un día uno no se apagó y la cama de la Gran Tortuga se prendió, las llamas llegaron hasta el techo y mi oso regalón quedó atrapado en el fuego, cómo lloré aquel día, más encima un aguacero que caía… no me olvidaré nunca.
– Don Tortuguín, no llore por favor.
– Lo que sucede niños es que me acuerdo de mi oso.
– Prometemos no jugar más con fósforos.
En la tarde se precipitó una tormenta gigantesca, mientras mirábamos la arboleda alumbrarse por los relámpagos, disfrutábamos de una rica sopaipilla y una taza de leche calientita; mientras, los grandes hablaban de cosas que los hacen ponerse tristes.
– Abuelita, ¿qué es la guerra?
– Sería como mí muerte para ti Pepina, mas no te preocupes estamos muy lejos de eso ahora.
Después nos fuimos a la cama, con la alegría de tener a nuestra abuelita sana.
René Julio Milla Auger.
Del libro «Cuentos para Noche Buena».