El Nuevo Adán
A mis hijas, María Nazareth, y
María Fernanda y a todos los niños
que esperan algún día ver un mundo
parecido al de sus sueños; sí, real.
“Estamos en… Comenzó el experto cuentacuentos… Hace apenas dos horas todo era hermoso; había luz, agua, alimentos… los invitados observaban con atención… Si mirabas hacia la montaña, podías sentir que vivías. Todo era realmente hermoso, maravilloso; el mundo gritaba: ¡Qué bella es la Tierra!”
“De pronto, todo cambia; no hay más que angustia y desesperación… el hombre hizo una pausa… Sus semejantes lloran, corren por las calles, buscando esconderse, pidiendo ayuda… posa su mirada por sobre cada uno de quienes se encontraban más cerca y simplemente dejaban que el maestro contara… Los niños lloran. Las madres desesperadas preguntan por sus hijos. La puerta cerrada. El amigo ya no está. Hay espanto. ¿Nadie se conoce? ¿Todos se odian, acaso? ¿El hombre lo ha dañado todo?
Luego de otra pausa y de un trago de agua, continúa con el relato…
—“Todo empezó hace muchos años —cuenta el anciano— había un sitio único en el universo, y dábamos gracias al altísimo por tanto amor hacia los hombres… El progreso había alcanzado límites insospechados… La ciencia estaba cada vez más cerca de convertirse en la respuesta a todo lo posible e imposible… se levanta y camina hacia uno de los extremos del escenario… Pero el hombre se había olvidado de sí mismo. Pretendía conocer su origen sin reconocer que se estaba mordiendo la cola… Qué principio y fin conforman una ecuación en sí misma: no puede existir la una sin la otra…”
Unos niños le escuchaban… —refiere el hombre de unos ochenta años que lúcidamente transmite la sabiduría al futuro: el niño.
—“En dos horas el mundo ha detenido su marcha…” “El relato no puede continuar…” “Parece que todo terminó.” El maestro los observa detenidamente…
—¡Oh… ¿quién contará la historia? ¿Quién volverá a empezar?” —Pregunta un niño de cinco años muy interesado en el cuento.
El anciano sonríe, como quien sabe la respuesta, mira al cielo y responde:
—“Sólo Dios, él tendrá que volver a comenzar; su creación no se soportó a sí misma. Él lo hará, y, tal vez, tú, hijo mío, seas el Adán de esa nueva historia.”
—¡Yo! ¡¿Por qué?! Sólo soy un niño y, ni siquiera sé quién es mi Padre, menos voy a ser…
—Eso no es preocupación para el Creador. ¿Y si esa es tu mayor virtud? No olvides que Él es nuestro verdadero Padre.
El infante dejó entrever su ternura, y fijó con mayor atención su mirada en aquel personaje que le encantaba con sus palabras…
—“Entonces —prosiguió el relator— el ser humano habrá aprendido a vivir como Dios lo desea”.
El anciano no puede continuar la historia; ya no está. El niño lo busca entre la gente. Lo llama. Desesperado; llora amargamente…
—Algo me… estremece. Se ilumina mi rostro, pues un rayo de luz penetra por la ventana; me despierto. Un hilo de dolor recorría mi rostro y mojaba la almohada que siempre acompaña mi descanso: había llorado… Pensé un momento, mientras contemplaba mi propia existencia. Mi corazón saltó de dicha.
—“¡Qué alegría, era sólo un sueño…! ¡Terrible! ¡Pero cuán cerca de él estamos! No puedo seguir durmiendo.
—“Hijas mías, duerman en paz, aún tenemos tiempo de cambiar este… presente”.
Tulio Aníbal Rojas.