Cuento: Escéptica esperanza

Tigre

ESCÉPTICA ESPERANZA.

Desierto

Llevaba tiempo caminando por la pradera semiárida, la tierra blanca, dura, seca solamente dejaba salir a la superficie matorrales, lechuguillas y candelilla, nada crecía más arriba de sus rodillas en manchones sobre la tierra, tenía la esperanza de encontrar algo mejor.

Tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr… sintió sonar el teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón de mezclilla. Realmente era cierto lo que había visto en los comerciales de la televisión, tenía señal en todo el país, inclusive en ese apartado lugar donde no se veía el movimiento de ningún otro ser vivo. La costumbre le hizo sacar el celular, como pudo hizo un poco de sombra para poder leer el texto en la pantalla que más parecía un espejo.

“Durante los años de mi gobierno hemos generado mayores oportunidades para todos los ciudadanos. Duplicamos las oportunidades para reducir a la mitad la gente que vive en extrema pobreza.”

“Sí –pensó- las estadísticas indican el número de personas que hace seis años vivían en extrema pobreza se han reducido a la mitad. Será porque quienes no se han muerto de hambre han emigrado a otros países buscando mejores oportunidades para sobrevivir”.

Como si los hubiera invocado, a lo lejos vio una columna de personas que avanzaba rumbo a la frontera, caminaban despacio, con la espalda encorvada. Corrió hacia ellos, necesitaba compañía, platicar con alguien, la soledad le acuciaba.

Recordó a una anciana de su pueblo, en realidad no era tan vieja, acababa de alcanzar los setenta y dos años, era claro que no se había teñido su cabello en muchos años, estaba totalmente blanco, su mirada opaca, mil arrugas marcaban toda su piel. Con lo poco que le llegaba de su pensión, primero pagaba la energía eléctrica y el agua, le angustiaba que le fueran a cortar el servicio, siempre tenía en mente a otra señora, menos vieja que ella, cómo había suplicado, llorado, cuando le retiraron los medidores por falta de pago, así que no dejaba de pagar puntual, aunque eso significaba que debía racionar los pocos alimentos que podía comprar con lo que le quedaba de la pensión para subsistir el mes; de vez en cuando recibía una despensa del gobierno, o la ayuda de algún vecino que se condolía de su suerte.

Por más que les gritaba la gente no paraba, la columna seguía avanzando.

De pronto el miedo lo dejó paralizado, a lo lejos vio como un retén de las fuerzas armadas, leales al dictador cerraba el paso a los emigrantes, sus órdenes eran no dejar salir del país a ninguna persona, no importaba que se estuvieran muriendo de hambre.

Un muchacho escapó al cerco militar, corrió, corrió con todas sus fuerzas y así siguió hasta alcanzar la frontera. Tuvo que parar, frente a él había un muro, tan alto que llegaba hasta las nubes. Se sentó frente a él, lo estuvo estudiando por mucho tiempo; con las ideas así formadas trepó hasta que al fin logró llegar hasta la parte alta, solamente le faltaba descender, pero un ranchero del otro lado se puso a practicar al tiro al blanco y quedó inmóvil suspendido por las púas de la alambrada, para la eternidad.

Mirando hacia el horizonte a través de la ventanilla del autobús, el paisaje le indicó que iba de regreso a la capital del país. Le gustaba mucho su tierra, con la gran variedad de maravillas naturales. No hacía mucho tiempo, junto con un grupo de amigos, escaló los casi seis mil metros hasta la cumbre nevada del Pico del Ángel. Aquella vez sintió una gran plenitud en el alma al ver desde la cumbre la cobija de nubes cubriendo todo hasta donde su vista alcanzaba. Su espíritu se fusionó con la inmensidad a pesar de estar consciente de la pequeñez de su cuerpo, la libertad del alma volaba majestuosa como un cóndor, no había cadenas anclándole al asfalto de la ciudad.

El viaje era largo, perdió la noción del tiempo, el vehículo se había movido siguiendo la trayectoria del sol. El cansancio y el aburrimiento le hacían dormitar a ratos en su asiento, solamente podría levantarse hasta llegar a su destino. El destino, lo que la vida le tiene a uno asignado desde el momento de su nacimiento, es inexorable, no puedes escapar de él, como el aire que envuelve tu cuerpo, aunque puedes hacer cuanto esté de tu parte para aceptarlo con gusto.

En medio de la noche el autobús paró, al borde del valle. Al fondo se veía una ciudad gigantesca que iluminaba la noche, los cerros a su alrededor estaban totalmente iluminados con una luz blanca, como si potentes reflectores apuntaran hacia ellos. “Pobres animales que viven en esos cerros, ya no tienen noche con el resplandor que les proyecta la ciudad.”

Cuando descendió del camión de pasajeros estiró los brazos para arriba, luego hacia los lados y atrás con el propósito de sentir la distensión de sus músculos, también les tocó su turno a las piernas y la cadera entumecidas. Al salir de la central de autobuses le envolvió el bullicio de la gran capital, ríos de automóviles circulaban por las calles parando nada más bajo la orden de la luz roja. Se dejó llevar por la corriente de peatones entre escaparates y anuncios de neón.

Conforme avanzaba el flujo de gente fue disminuyendo hasta que solitario desembocó en una calle, las lámparas del alumbrado público no cubrían todo el espacio, dejando franjas de oscuridad entre ellas. Entró a una casa con fachada apagada, se asomó a la recámara de los niños, los dos dormían tranquilos, les acomodó las cobijas hasta el cuello para que no fueran a sentir frío más tarde. En su alcoba, su esposa sintió su presencia con ese radar que solamente tienen las esposas amorosas.

– Qué bueno que ya llegaste.

– Gracias.

– ¿Cómo te fue hoy?

– Bien –respondió mientras se ponía el pijama.

– ¿Comiste algo?

– No tengo hambre, me siento muy cansado.

Se metió entre las cobijas, su esposa lo abrazó y le dio un beso. Estas acciones le llenaron de tranquilidad, cerró sus ojos. Así quedaron dormidos mujer y marido.

La sala de capacitación estaba adornada con buen gusto, los cuadros motivaban a la superación, incitaban la compettividad de los trabajadores en un ámbito de armonía laboral. Las mesas estaban colocadas en forma de herradura, así se podían ver mejor los asistentes y atender al instructor con la presentación que proyectaba en la pantalla.

Cuando el conferencista terminó su exposición, el ministro encomió el contenido de la capacitación, la importancia del trabajo en equipo enfocados al beneficio de la sociedad de conformidad con los objetivos del ministerio y la guía del Señor Presidente, razón por la cual exhortó a sus subordinados a aplicar los valores de honestidad y honradez en el servicio público, buscando siempre la eficacia en beneficio de la sociedad. Su rostro reflejaba el convencimiento del contenido de las palabras, haciendo que los empleados sintieran plena confianza en él, reconociéndole su liderazgo y buen juicio en la conducción del equipo de trabajo.

Cuando el ministro tras de sí cerró la puerta que comunicaba la sala de capacitación con su oficina, su rostro dio un giro de 180 grados, sus gestos se endurecieron, la mirada era gélida, haciendo juego con la escenografía del despacho, la foto del Señor Presidente que parecía vigilarlos a todos y demás adornos acordes con la egolatría y prepotencia del ministro.

– ¿Qué pasó con lo que te encargué? –tronó su voz.

– Disculpe señor, pero no se puede hacer como usted dice –respondió el empleado.

– ¿Por qué no?

– Va en contra de la ley.

– Eso no importa, búscale el cómo sí, al cabo que nadie se va a dar cuenta.

– No es posible señor, puede tener consecuencias negativas para usted, especialmente con el Ministerio de Auditoría y Vigilancia.

– ¡Si serás tarugo!, de esos yo me encargo.

– Pero señor…

– ¡Si no puedes hacer lo que te ordeno, lárgate a tu casa! ¡Estás despedido!

El subordinado salió de la oficina con espíritu de insubordinación, no estaba dispuesto a obedecer, pero temía por su empleo, era la única manera de sostener a su familia, no podía darse el lujo de renunciar para demostrarle al ministro que no sería cómplice de su corrupción.

Al cruzar la puerta desembocó en medio de una selva, había una luz tenue pero el follaje tupido no dejaba pasar los rayos solares. Vio entre la vegetación a un tigre, sus ojos amarillos lo veían vigilantes, no sabía por la cual el felino no le provocaba miedo alguno. Con el rabillo del ojo, por encima de su hombro, alcanzó a distinguir un movimiento sigiloso atrás de él. De manera discreta volteó ligeramente, en una línea tangencial distinguió a un cazador furtivo, por su posición entendió que no estaba acechando al tigre, sino a él; también alcanzó a distinguir las insignias del Comité de Honestidad del Ministerio de Auditoría y Vigilancia en su uniforme.

– No voltees, solamente escucha –oyó un susurro al oído-, no te asustes, pero nada más en mí puedes confiar –continuó la voz apenas audible-, yo tampoco estoy de acuerdo con las trapacerías de ese individuo, pero hay que actuar con astucia, el cazador del Comité de Honestidad nos vigila a nosotros para proteger al ministro, a él no le van a hacer nada, el sistema está diseñado para protegerse entre ellos. Aunque no lo creas, le tienen miedo a los honestos, les estorbamos y no dudarán en disparar para aniquilarnos.

De pronto sintió cómo las yerbas y hojas que cubrían el piso cedieron con su peso y se despeñó en un precipicio.

Tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr, tirrun tin prrrr,…

El timbre del teléfono móvil se accionó en ese momento, indicaba que estaban entrando muchos mensajes en el whats app del grupo del ministerio. En cuanto logró estabilizarse activó su celular. Efectivamente, el ministro había mandado un mensaje:

“En el transcurso de este año hemos tenido el doble de resultados de cuanto hizo en el sexenio pasado mi antecesor, para beneficio de la Patria.”

El resto de los mensajes eran de sus compañeros:

“Felicidades jefe. ”

“Es un honor trabajar a sus órdenes.”

“Con su liderazgo siempre alcanzaremos los mejores resultados.”

“Felicidades mi líder.”

“Muchas felicidades, impulsaremos su difusión en las redes sociales para que todo el país se entere.”

“Muchas felicidades Señor Ministro por tan distinguido trabajo.”

“Súper!!!”

Otros muchos mensajes más con emoticones de caritas felices, manos aplaudiendo, cornetines de fiesta y lluvia de confeti y serpentinas.

Sonrió con un sentimiento de lástima, veía como casi todos sus compañeros eran aduladores del poderoso señor, muy pocos, como el que le habló en la jungla, solamente emitían mensajes en el grupo cuando era necesario por razones del servicio. Eran respetuosos con el jefe, pero nunca descendían al nivel de los lambiscones; probablemente por eso no tenían toda la complacencia del jefe.

Ya hacía un año que el Presidente había tomado posesión de su cargo, el gobierno anterior se había caracterizado por sus altos impuestos, niveles de corrupción e impunidad, de tal suerte que lo negativo superó con creces a las cosas buenas, que sí contaron, pero no fueron suficientes, por eso, como en la campaña el candidato prometió acabar con los malos funcionarios públicos castigando a los culpables sin importar su rango y disminuir los precios de los energéticos, entre otras cosas, creó expectativas demasiado altas; su partido se autodenominó la esperanza del país, por lo que obtuvo la mayoría de los votos para la Presidencia, el control del Poder Legislativo, así como los gobiernos de diversas provincias, junto con sus legislaturas.

Desde un principio el Señor Presidente se rodeó de hombres deshonestos, muchos con antecedentes escandalosos, por lo que a un año de distancia se veían los resultados de la dictadura y el hambre revoloteando como buitres haciendo círculos en el cielo esperando la muerte por inanición de millones de ciudadanos. Ninguna de las expectativas populares se había alcanzado.

Vio el reloj, se acordó que tenía una cita muy importante, apenas le alcanzaba el tiempo para llegar. Al salir a la calle se dio cuenta que el tráfico vehicular estaba muy lento, de nada le serviría tomar un taxi. Con paso acelerado sorteaba a las multitudes que se desplazaban por las banquetas. En el cruce de una avenida de ocho carriles se sintió más ligero, se elevó por encima de los edificios mientras caminaba en el aire.

“Mejor –pensó- así podré ir en línea recta y llegar puntual”.

Con facilidad pasaba sobre los edificios de cinco pisos, pero rodeaba a los más grandes, que no eran muchos en esa zona de la ciudad, consideraba conveniente mantener esa altura donde no le estorbaban los cables de teléfono o energía eléctrica. De pronto una corriente de aire lo empujó hacia una zona donde estaban instaladas una gran cantidad de antenas de telecomunicaciones, empezó a preocuparse porque no pondía cambiar el rumbo; un nuevo golpe de viento le hizo descender, frente a él estaban los cables de una línea de alta tensión de energía eléctrica, su desesperación fue en aumento, el pánico de enredarse en ellos y terminar electrocutado lo dominaba.

Ti ti ti ti… ti ti ti ti… Le despertó la alarma del reloj, no se explicaba la causa por la cual se sentía excesivamente cansado, se había acostado a la hora de costumbre, para nada se levantó durante la noche. Con el mismo ritmo de su ruitna diaria se arregló, comió los taquitos de frijoles y el café que le sirvió su esposa para desayunar. Caminando por las calles de la colonia llevó a sus hijos a la escuela, quienes en el trayecto le platicaron las aventuras vividas en sus sueños.

Llegó justo al momento en que el dueño de la ferretería quitaba los candados de la cortina de acero. Sin esperar órdenes, le ayudó a levantarla. Se puso la bata gris y con un trapo limpió el polvo del mostrador. A los pocos minutos llegó el primer cliente del día.

– Buenas, ¿en qué le puedo servir joven?

– Quiero cuatro tornillos de estos con sus rondanas y tuercas.

Cuando se fue el muchacho, llegó a la conclusión que, pese a toda la propaganda del partido oficial y del gobierno central, todo iba a seguir igual con el sistema de impunidad, pero de una cosa estaba seguro, él tenía que seguir trabajando duro para poner el ejemplo a sus hijos, de que en esta vida sí es posible ser una persona honrada y trabajadora cuando se quiere, y no es necesario estarlo pregonando a los cuatro vientos.

Phillip H. Brubeck G.

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