Conocí esa paz…
Vicente tenía un brillo en la mirada que traslucía una vida de paz y felicidad. Se sentía tan querido que no necesitaba más.
Un día, la enfermera vio que se acercaba el final y puso al corriente a la familia. Sus rostros reflejaban tristeza; sin embargo, irradiaban la misma paz que él. Pero faltaba una hija, la monja: ojalá pudiera llegar a tiempo a despedirse de Vicente.
¡Al fin llegó! Poco después, la misma hija reclamaba a la enfermera. Con los ojos llorosos y media sonrisa recortada por la dulzura, dijo:
─Mi padre ha pedido que vayas.
Cuando la enfermera se aproximó a él, Vicente le cogió la mano, sonrió y dijo:
─Ya estamos todos.
Ella se sentó en el borde de la cama y, con un nudo de emociones gratificantes aferrado a la garganta, pudo devolver la sonrisa a Vicente quien, alojado en su serenidad, se marchaba.
Encarna Martínez Oliveras
IV Antología de VIVENCIAS, Premios Orola 2010