DIOS DIRÁ
(Tercera y última parte)
El sábado anterior al tercer domingo de adviento, como de costumbre, Guido salió a pasear a la montaña acompañado de Prode. De manera automática sus pasos lo llevaron por la estrecha vereda que subía hasta la zona donde empezaba la arboleda. Un poco antes de llegar a la roca donde solía sentarse para contemplar el paisaje que le ofrecía Pesina, escuchó el canto de un pájaro, los trinos de una exquisita armonía le hicieron voltear hacia el árbol de donde provenía la breve melodía que se repetía. Con la intención de ver mejor al intérprete, dio unos pasos sin quitar la vista del árbol, su pie se posó sobre una piedra que estaba floja, se desprendió del terreno haciendo que se le torciera el tobillo, por lo que cayó y rodó un par de metros por la ladera hasta que el tronco de un árbol lo detuvo.
Ligeramente aturdido por la caída, se sentó en el suelo recargándose en el tronco que le había detenido en la caída. El dolor en el tobillo opacaba el malestar de los otros golpes que había recibido en los brazos y la espalda durante la rodada.
– Vamos a ver qué tanto daño sufrí Prode -dijo mientras se quitaba la bota-, parece que estuvo algo fuerte… Mira nada más, se rompió la suela…
En ese momento se dio cuenta que le sangraba la planta del pie.
– Ahora sí nos lucimos amigo… no esperaba esto -agregó mientras el perro lo veía con atención.
Con el pañuelo improvisó un vendaje para detener la hemorragia, tras lo cual se sobó un poco el tobillo hinchado. Reposó unos minutos pensando en la forma de regresar a Pesina. Con dificultad volvió a ponerse la bota, de algo le podría ayudar. A un par de metros vio una rama seca tirada en el suelo, gateó hasta alcanzarla, comprobó que estaba lo suficientemente sólida para utilizarla como bastón.
Apoyándose en la rama se incorporó, titubeante dio los primeros pasos, vio que podía realizar el regreso. Su mirada estaba más atenta al terreno, seguía la ruta menos abrupta, renqueando descendió poco a poco, temía volver a resbalar. El dolor de la herida se mezclaba con el del tobillo, confundiéndose en uno solo. Cuando el cansancio y el dolor le dominaban, recargaba su espalda en un árbol para descansar de pie.
– Dios mío -susurró mientras se secaba el sudor de la frente con la manga de la camisa-, gracias por este accidente, me recuerda que siempre debo estar alerta para evitar cualquier caída. Te ofrezco este dolor por la salud de quienes se encomiendan a mis oraciones, permite se recuperen pronto.
El trayecto de descenso desde su mirador hasta la carretera, normalmente lo realizaba en media hora, mas por las lesiones se triplicó. El perro caminaba junto a él, no se le separaba como en otras ocasiones, seguido volteaba hacia arriba para verlo. Al fin llegaron a la cinta asfáltica, en una roca se sentó para recuperar fuerzas.
– Gracias a Dios ya terminamos la etapa más difícil del camino -le dijo al mientras le acariciaba la cabeza-, aunque falta lo más largo para llegar a casa; con el favor de Dios pronto estaremos ahí. El dolor es fuerte, aunque en nada se ha de comparar con el que sentía Jesús cuando lo llevaban camino al Calvario, todo lastimado por los latigazos, las rodillas deshechas por las caídas y el peso de la cruz. Eso sí que estuvo intenso… Vamos Prode, basta de flojear, hay que seguir adelante, que todavía nos falta un buen trecho.
Midiendo el camino con los pequeños brincos de su pierna sana y la rama, continuó su andar por la orilla de la estrecha carretera.
– Mira papá, ¿no es el maestro Guido el que va ahí? -dijo Pietro señalando hacia adelante.
– Así es hijo, algo le debió haber pasado.
Unos metros adelante el señor estacionó el automóvil. Solícitos descendieron para auxiliarle.
– Maestro Guido, ¿qué le pasó?
– Mientras paseaba allá arriba di un mal paso y caí, al parecer me disloqué el tobillo.
– Déjeme le ayudo a subir al auto para llevarlo al hospital.
– Gracias, se lo voy a agradecer mucho.
Entre los dos le ayudaron a subir en el asiento trasero de tal forma que la pierna lastimada quedara extendida. El perro se coló de inmediato en la parte baja entre ambos asientos, para no abandonar a su amigo.
Al llegar al hospital, en cuanto abrieron la puerta Prode descendió. Ayudado por el señor, Guido se sentó en la silla de ruedas que el niño había colocado junto al vehículo. Con su mirada triste el can se le acercó.
– Tú me esperas aquí -le dijo mientras le acariciaba la cabeza-, lamentablemente no te van a dejar pasar. No te preocupes Prode, no voy a tardar mucho.
El niño y su papá lo acompañaron hasta el mostrador de la recepción, donde se despidieron de él. Después de que le tomaron sus datos, lo llevaron a la sala de curaciones.
– Vamos a ver maestro Guido -le dijo amablemente Rosaura, una enfermera recién egresada de la universidad, mientras le quitaba la bota y el calcetín- vaya que está hinchado su tobillo. A mí se me hace que quería imitar a los héroes de sus cuentos -continuó con su plática mientras le hacía la limpieza del pie-, si supiera, no se me olvidan las historias que nos narraba en clase -Guido hizo una mueca de dolor cuando le joven le estaba aplicando el desinfectante en la herida de la planta del pie, por lo que la enfermera retiró rápido la mano con la gasa-, ¿lo lastimé?, usted perdone, ya estoy terminando lo mío.
Una vez que estuvo limpio el pie lo revisó el médico, la luxación del tobillo no representaba gran problema, con una pomada desinflamatoria, el vendaje y el reposo, en un par de días estaría solucionado; sin embargo la cortada en la planta del pie le preocupó un poco más, ya que independientemente de la cortada causada por la piedra que rompió la suela de la bota, notó algunos síntomas de pie diabético, por lo que tendría que guardar reposo por lo menos quince días para permitir la correcta cicatrización de la herida, le recetó antibiótico para evitar la infección, además de recomendarle que por ningún motivo suspendiera el tratamiento de la diabetes. Después de esto, la enfermera le vendó el tobillo y con una gasa cubrió la herida.
Apoyado en unas muletas salió de la clínica. Al verlo Prode se levantó y se le acercó moviendo la cola en señal de alegría. Abordaron un taxi que los dejó en casa, donde desde el alféizar de la ventana los esperaba Cativello, extrañado por la tardanza.
En cuanto se sentó en el sofá, el gato se le acercó mirando con curiosidad el pie vendado. Se restregó en la pierna sana mientras maullaba insistente.
– Tienes razón Cativello, ya hace hambre.
Apoyándose en las muletas pasó al baño para lavarse las manos, puso alimento y agua en los platos de sus mascotas, mientras hablaba con ellos. De la nevera sacó comida, la calentó en el horno de microondas, tras lo cual se sentó en el comedor, en voz baja bendijo los alimentos y se dedicó a comer en silencio.
Los efectos de la digestión y el cansancio se fueron apoderando de él, el sopor empezó a invadirlo, así que con calma se fue a la cama, en el suelo dejó a un lado las muletas y se quedó dormido, acurrucándose a su lado el felino.
Cuando despertó de la siesta recordó que no se había bañado, así que colocó una silla abajo de la ducha, envolvió en una bolsa de plástico el pie para evitar que se mojara el vendaje.
– Ahora sí mis fieles compañeros -dijo al salir del cuarto de baño-, es hora de descansar, como lo ordenó el doctor. Lo que sí, ¿no sé cómo le vamos a hacer para el reposo absoluto?, ¿quién los va a atender a ustedes mis pequeñines?
Se acostó en la cama, con el control remoto encendió el televisor, pronto encontró una película de su gusto. Aproximadamente media hora después le habló por teléfono a Vittorio, en forma breve le explicó el accidente que tuvo, y como el médico le había ordenado que estuviera en reposo absoluto el domingo no podría ir a la comida de Adviento, y le pidió que lo disculpara con los demás amigos. Aprovechó la ocasión para hablarle también al director de la escuela, se sentía apenado por no estar en condiciones para ir a dar las clases a su grupo durante esa última semana antes de las vacaciones de Navidad.
Cuando terminó la película que se transmitía por la televisión, cogió la última novela de Umberto Eco, “Número Cero”, que tenía sobre la mesilla de noche y se puso a leer hasta que los ojos se negaron a mantenerse abiertos.
Al día siguiente, Prode le despertó, ya que necesitaba le abrieran la puerta para salir a la calle, momento que aprovechó Cativello para salir a vagabundear un rato.
Un poco inquieto por la inactividad forzada, colocó comida en los platos de los animalitos, les cambió el agua, dejándolo todo listo para cuando regresaran a casa. Después de desayunar arrastró una silla hasta el estudio, la acomodó junto al escritorio y en el ordenador se puso a escribir un cuento.
A media mañana escuchó el timbre de la puerta de la casa, cuando abrió se dio cuenta que era Rosaura, la enfermera.
– Buen día maestro Guido, vengo a hacerle la curación.
– Bienvenida -saludó mientras le franqueaba el paso-, pasa por favor, creo que en la alcoba podrás hacer mejor tu trabajo.
– Sí maestro. Si le parece bien, todos los días, más o menos a esta hora, cuando vaya camino al hospital pasaré para hacerle la curación.
– Te lo voy a agradecer mucho.
Se acostó en la cama. Tras quitarle el calcetín que le cubría el pie, retiró la venda del tobillo.
– Esto va bien, ya está menos inflamado que ayer.
Utilizando un algodón impregnado con agua oxigenada remojó la cinta adhesiva para retirar la gasa que cubría la cortada.
– Veo que ya empieza a cicatrizar la herida, aunque todavía sangró un poco.
Con delicadeza limpió bien el pie, hizo la curación en la cortada, la cual volvió a cubrir con una gasa nueva; puso la pomada desinflamatoria en el tobillo y lo vendó nuevamente. Cuando terminó su trabajo, Guido le pagó por su trabajo y le dio dinero para que hiciera el favor de ir a la farmacia a comprar el material de curación que necesitaría durante ese par de semanas.
– Ya no se levante ahorita maestro -le dijo la joven-, conozco bien el camino de salida, es mejor que siga acostado como ordenó el médico. No vaya a andar de vago como acostumbra, ¿eh? -le reprendió en son de broma.
– No te preocupes Rosaura, te voy a hacer caso. Muchas gracias por todo, te vas a ir derechito al cielo con todo y zapatos.
Durante las siguientes horas se mantuvo acostado alternando la lectura con la televisión, acompañado del gato acurrucado a su lado, y por el perro que permaneció acostado en el suelo a un lado de la cama. De repente Prode irguió la cabeza con actitud vigilante, se levantó y ladrando se dirigió a la puerta de la casa.
– Tranquilo Prode, debe ser gente que va caminando por la calle.
En eso escuchó el timbre. Apoyado en las muletas acudió a abrir.
– ¡Sorpresa! -escuchó un grito en cuanto abrió la puerta. Frente a él estaban Cesare, Giuseppe y Vittorio, con todos sus hijos.
Realmente sorprendido, ya que no esperaba a nadie los invitó a entrar a la casa.
– Cierto es que nos tocaba organizar la comida en mi casa -afirmó Alessia-, pero como no puedes salir de casa decidimos todos venir aquí contigo, y así le vamos a hacer también dentro de una semana.
Cada familia cargaba con distintos platillos típicos veroneses, los cuales llevaron directamente a la cocina.
– Tío te traje este postre -le saludó Bianca con un beso en la mejilla – copié la receta de una página para diabéticos, en internet; no es por nada, pero me quedó muy rico.
Rápido las mujeres organizaron todo, unas pusieron sobre la mesa del comedor los refrescos, los platos y vasos desechables, mientras otras se dedicaban a calentar los guisados. Por su parte, Vittorio descorchó un par de botellas de vino tinto. En menos tiempo de lo que se podría imaginar, en medio de la algarabía armada por todos, la comida quedó lista y se agruparon en torno a la mesa, haciendo a un lado las sillas.
En ese momento, el único que se sentó, por razones obvias, fue Guido. Guardaron silencio, se persignaron. El anfitrión le pidió a María, la más pequeña de todos, encendiera la primera vela morada de la corona de Adviento, luego le tocó a Renzo la segunda vela morada, y por último Chiara prendió la vela rosa.
– Gracias Señor por esta familia maravillosa que me has dado, mis amigos que son mis hermanos del alma, sus hijos que son mis hijos, todos unidos por tu amor y bondad, pues son ellos quienes llenan mi vida solitaria. Llena Jesús nuestros corazones con tu presencia y con el gozo de sabernos amados por ti, con la esperanza de la vida eterna. Con paciencia esperamos tu venida, preparamos nuestras almas para festejar tu nacimiento, buscando que todos nuestros actos, palabras y pensamientos se ajusten a tus enseñanzas, pues queremos que nuestras almas sean moradas dignas de ti en esta Navidad y siempre. Ven Señor no tardes.
– Ven Señor no tardes -contestaron todos a coro.
Unieron sus manos en un gran círculo para rezar el Padrenuestro, tras lo cual bendijeron los alimentos. Durante la comida le peguntaron a Guido los pormenores del accidente. Prode y Cativello aprovecharon la oportunidad para degustar los pedazos de carne que sigilosamente les convidaron los niños por debajo de la mesa, buscando no ser sorprendidos por sus padres.
Terminada la comida, como de costumbre cada uno colaboró con algo para limpiar el comedor y la cocina, sin permitir que Guido hiciera algo. Luego, los adultos se fueron a la sala, frente al profesor colocaron otra silla para que pudiera descansar correctamente la pierna herida.
– Michelangelo -le llamó Guido- hazme un gran favor antes de que te vayas a jugar, tráeme la guitarra que está en el estudio.
El niño obedeció y luego se fue a la calle con los demás niños. Por su parte, Bianca y Francesco salieron a pasear por las calles de Pesina, el aire frío bajaba de las cumbres nevadas de los Alpes acariciando sus rostros. La alambrada de un viñedo les dejó ver los esqueletos de las parras desprovistas del ropaje de las hojas. Mientras caminaban uno junto al otro, se tomaron de la mano, como algo muy natural y así siguieron su paseo, descubriendo que el sentimiento que los unía iba un poco más allá de la amistad de las familias.
*****
El lunes por la tarde fue a visitarlo el maestro asignado por el director para suplirlo ante el grupo, quien le reportó las actividades que había realizado ese día, y se pusieron de acuerdo sobre el contenido de las clases para esa semana, la última antes de las vacaciones de Navidad. Antes de concluir, le entregó una impresión del cuento que recién había terminado de escribir, recomendándole mucho se los leyera a los niños el viernes después del receso.
Cuando se fue su compañero, descendió el silencio, con su peso se adueñó de la casa, el educador sintió su opresión. Recordó a sus padres en las colinas Potenza, especialmente a su mamá, cuando por la varicela lo habían obligado a estar en cama, sin recibir las visitas de los amigos. La soledad le cubrió con el velo de la tristeza. El reposo obligado lo reducía prácticamente a la inactividad, prácticamente le había truncado su rutina diaria de constante movimiento, debía estar el mayor tiempo posible con la pierna extendida, sin que hiciera esfuerzo alguno. La frustración de no poder hacer todo lo que deseaba se metió en su cerebro, la impotencia de la soledad. Así dejó entrar a la noche en su habitación.
– Ya me estoy haciendo viejillo mis queridos compañeros -les dijo a Prode y a Cativello- ya empecé con los achaques de la diabetes y a ver qué sigue, pero no importa, hay que seguir disfrutando de la buena vida, por lo pronto es hora de ir a dormir, mañana será otro día, Dios dirá…
Phillip H. Brubeck G.