EL ADIÓS
Él se marchó una tarde cuando más lo quería.
En sus ojos brillaba una luz permanente,
un relámpago azul y un sonido pautado.
Compartimos los días y las noches
desde la libertad de quienes aman
los mismos privilegios: un sofá, unas cortinas,
un libro, unas ventanas, un jardín
y un silencio cargado de poemas por nacer,
que yo le repetía a cada instante
y él nunca pronunció
-pero supo decirme muchas veces-
como suelen hacer los que saben hacerlo.
No es que él fuese mío. Yo era suya.
Me eligió para siempre desde que nos miramos,
desde que nos tocamos, desde que nos soñamos.
Y yo me entregué a él sin pretensiones,
plenamente consciente de mis actos reflejos,
sabiendo que ya nunca dejaría de amarlo.
Ronroneó un momento antes de yo besarlo.
En mis labios dejó sus últimos suspiros.
Nieves Álvarez Martín.