Perséfone
Pasé devorando aromas y frescuras,
despacio como el mar en sus mareas.
Pasé, más nunca pasó de largo
porque no existe en mi cortesía
visita alguna de compromiso.
Me visto de oscuridad y de noche,
me acicalo y perfumo de petricor rancio,
se alimentan de vidas efímeras mis esporas
dejando torrentes de perlas saladas.
Nunca fui invitada aunque si llamada,
nunca bienvenida aunque halla alfombra roja,
siempre se teme, aunque se ignore, mi visita.
Liviana por carente de carne
ni piel que me arrope,
sólo una enjuta y pútrida jaula de huesos
cubierta por una vieja y raída túnica.
Porto una larga y pesada cadena
testigo de mi longeva condena,
un grueso eslabón por cada pecado.
Vuelo montada en corceles de aliento ácido
acompañada siempre,
de cuatro jinetes sanguinarios.
Si vengo y a tu puerta llamo
no me iré hasta cobrar mi erario.
Estoy en las cuerdas del violín del diablo,
entre las piernas lujuriosas del vicio,
en la guitarra que lanza cuchillos,
en los húmedos labios de la codicia.
Estoy aunque no me veas y me sientas,
mi única visita a todos desalienta.
José Manuel Fernández Barello