Gritos lejanos
La oscuridad siempre está,
en realidad nunca se fue.
Entro y veo brillar docenas de mares,
diminutos, infinitos,
el techo llora su fría soledad
y, con un son hipnótico, les da alma.
Las ondas dibujan como aureolas
en las fangosas orillas,
dónde se va sedimentando el pasado.
Se oyen gritos lejanos,
el roce de los aceros, como relámpagos,
historias que alimentan los ecos
que se van perdiendo, olvidados.
Unas llamas llenas de amor
abrigaron estas otrora frías paredes,
dieron una razón a la mitología
para tornarse poesía, historia.
Mi piel olía a mar, a sal,
y sus espejos se incendiaron
con la chispa glauca de tus ojos.
Abriste llagas que jamás cicatrizarán,
por las que me desangro
sin remedio,
sin descanso,
agotado me aposto en unos versos.
Quise volar hacia el sol,
pero no caí con mis alas derretidas,
crezco y de él me alimento.
Dejaste de volar y reniegas del fuego,
te aferras a la fría piedra
de castillos viejos,
ya no existe canalla que te dé desasosiego,
leeré tus versos,
los tuyos me echarán de menos.
José Manuel Barello