ELEGÍA

En memoria de la que fue
Maria Antonia M.
Ha vuelto a amanecer.

Y me preguntas
si acaso volverás a ver tu rostro
escrito en esa luz que las mañanas
le va poniendo al nombre de las cosas;

si aguantarás el golpe de saberte
el precio que se paga por la vida
apenas sin haber adecentado
los sueños infantiles de tus hijos.

Y te has puesto a mirar por estos viejos
abriles que empezamos a ser siembra.

Y has volcado despacio los bolsillos
encima de las sábanas.

Has separado
las dudas y silencios que aportaron
el polvo y la vainica de los años,

las últimas nostalgias de la infancia,

lo lenta oscuridad de aquellas días
con hambre en que gastar todas las horas
al poco de habitarnos en pareja.

Y has recobrado,
con mimo, entre tus manos
los primeros abrazos, las respuestas
surgidas al arrimo de los pechos,
la caricia del tul sobre los hombros,
la rotura primera de tu vientre,
su lluvia de dolor y el llanto nuevo
que dio sentido al hambre de tu vida.

Y me has mirado.

Y ha vuelto a amanecer.

¿Cómo decirte
que acaso volverás ya siempre nunca?

Que están los enemigos apostados
en todos los rincones de tu sombra
y está buscando el ángel en la puerta
la mano entumecida de la aldaba.
Que el tiempo de los dioses se ha acabado,
que sus excusas no sirven, y que ahora
tu cuerpo dejará de doblegarse
rindiéndole al dolor tanto tributo.

Que tú amanecerás cualquier rocío
como una luna quieta y asustada
sin cielo en que alumbrar de tan sencilla,
ni un agua en que beber de tan ausente.

Y habrá vuelto a nacer de nuevo el día,
y el sol te acostará sin ser ya tarde,
y todos los adioses serán llanto
y toda la memoria insuficiente.

Y ha vuelto a amanecer.

Sobre mi mano, tu mano
desposadamente muerta.

A dos de Octubre.

Juan José Alcolea

Premio Alcaraván, 2012
Arcos de la Frontera