EN DESPEDIDA
I
Se fue,
la aurora ya impaciente le esperaba
y el aire se quedó desconcertado
sin pecho en que abatir su hambre de tiempo
ni rama en que posar su partitura.
Se fue.
Nunca se quiso
vestir del manto albar del crisantemo
ni hacer cobijo triste a las aulagas.
Siempre crecieron
las rosas más oscuras en sus labios
y, por los ojos,
reían mil carbúnculos sin tregua
la llama en que abrasaba su sonrisa.
Se fue.
Que nadie dude
que siempre estuvo en búsqueda y viaje
por todos los archivos de la historia;
que a nada del camino estuvo ajeno
y siempre se acercó a quien lo pedía
con un vaso sediento la esperanza.
No sé si se encontró,
en cualquier caso,
nos dio todo su pan a manos llenas
y nunca recibió en igual medida.
Y se fue.
Los ángeles guardaban impacientes
los cuentos que ab aeternum les narrara
y no tuvieron fe para dejarle
abrirle al mosto nuevo una caricia.
Pero se fue.
Mi padre me inició en el ser poeta
y hacer un guiño siempre a la ironía.
No sé si aguantaré, duele la lluvia
y el sueño de la noche está minado.
Tal vez inicie ataques por sorpresa
e intente recobrar de los escombros
el texto incinerado de poema.
II
No me acostumbro
a ser lomo a caballo de techumbre
sin más torre albarrana que la muerte
ni más abrigo al viento que la lluvia.
Hoy he vuelto a buscar
en los despachos
algún salvoconducto que mintiera
la gélida orfandad de los entierros:
tan sólo he visto
camisas con su nombre,
el sello en que lacraba las preguntas,
una boina sangrando
y un poema.
No lo puedo olvidar
-sobre el tapete,
un cuadro inacabado de mi madre,
las fotos de un encuentro de carlistas,
una imagen sin brazos
y tres guerras- .
Mañana quemaré toda una vida
y un cielo de cristal
se
hará
pedazos.
Algún día sabréis por qué no existen
billetes de regreso en los paisajes.
Juan José Alcolea Jiménez.