PREÁMBULO: SOBRE EL EJE Z
La vida (esa película de miedo
que cambia de escenario,
de paisajes, actores,
atrezzo, director,
y una escaleta múltiple
de fracasos y logros imposibles)
es el guion: el mismo, siempre el mismo.
Al final, muere el protagonista.
A veces, sin embargo,
las escenas ofrecen
momentos lujuriosos,
romanticismo cómplice
de errores en los versos.
Como muestra, una toma.
Comienza con un plano de recurso:
camisón en el suelo, zapatos de tacón,
botella de champán, perlas, corbata…
Imaginas un hotel en París,
joyas, dinero, lujo, sobresaltos,
amor eterno, gloria…
Plástico de felicidad, carmín, confeti.
Y finge la pantalla en su metraje,
se ríen las secuencias,
sientan plaza, hacen norma
los cánones de ritos y de cuerpos
que empalagosamente invaden la retina,
cumpliendo la canalla misión de las estatuas:
descolocar al gremio de los vivos.
Cuando vuelves a casa
vira el plano, salta lo que te espera
y todo se termina.
Solo queda una imagen por rodar:
tu sangre salpicando la pared.
Nieves Álvarez Martín.
Del libro «Tremor de polvo Rojo».