Quien camina mirando al cielo, no ve las piedras en el camino.
No es la sabiduría del hombre que le lleva a nuevos descubrimientos,
contando historias y teorías de elementos nuevos,
cambiando la vida hasta despertar en el mismo cielo.
A los miedos entre susurros de un camino nuevo.
Mirando siempre hacia el cielo, creando historias y sueños
indagando en las mentes de aquellos que no creen en lo nuevo.
Sentir que las sabidurías de tiempos modernos,
alegrando tiempos de una mañana sin recuerdos.
Olvidados a la vida, como aquel sueño de un vuelo.
como una esperanza del descubrimiento de un veneno
infectando a los pueblos porque era lo mejor según ellos.
Una y otra vez, los eruditos, descubren los misterios,
llenando hojas con fórmulas de consuelos,
acunando entre sus iguales sabidurías para un tiempo nuevo,
que desnude las palabras para encontrarse mirando al cielo.
Mirando el universo desde las constelaciones lejanas
para saber que todo viene desde la distancia, olvidando la vida
con sus misterios que otros ya han desnudado,
para alcanzar la paz que nunca han logrado.
Una y otra vez, cada cierto tiempo del año.
Cada ciclo en que alguien descubre que la vida se ha terminado.
Que las parejas discuten sin sobresaltos, olvidando las caricias
que en sus nubes se han entregado, entre susurros de alientos,
caminan sin sentido, sabiendo que mañana, en algún tiempo.
Todo vuelve a ser irreal, porque se tropieza con las palabras
que la vida entrega, cuando se camina mirando al cielo,
entre las noches calladas y la luz de las estrellas.
El tiempo olvida misterios, que se vuelven reales,
cuando no han aparecido los ruegos.
Cuando no amanece más temprano, o cuando se espera
que el cielo se ponga nublado, aunque el cielo no haya llorado.
Se tropieza al caminar mirando al cielo,
pero se vive, después de caer, sin encontrar un consuelo.
Moisés Jorquera Vivanco.
Del libro «Espumas en el mar».
