Una mañana, una tarde, una noche.
Quien no despierta agradeciendo a la vida, no valora sus días.
Quien no encuentra que la luz guía los pasos hasta su puerta,
no comprende que todos los días se despierta.
Quien no toma las manos de quien las necesita,
no comprende que los otros también viven esos días,
de angustias y dolores que marchitan sus vidas.
Quien no comprende que cada despertar, la vida avisa
que las tardes complementan las ilusiones
del encuentro en las noches, para decir lo que se siente.
Despiden las ilusiones los sueños que han pasado.
Después del camino que se tuerce, la vida endereza el destino.
Hay espacios que se duermen, en el olvido.
Hay tiempos nuevos que alegran los sentidos.
Hay palabras que adormecen sentimientos idos,
cuando la vida se termina, sin cruzar el camino.
No hay luz, no quedan oscuros caminos,
cada mañana se apunta hasta recorrer los latidos.
Tu pecho junto al mío descubren alegrías, sin nido.
Las horas de las tardes se apuran al encuentro,
cuando llega la noche se esconden los olvidos.
Todo se alcanza cuando se olvidan los olvidos.
Todo apunta a mirar las cimas del destino.
Cantar alegres melodías, alegrando los oídos
dispersa los dolores que un día se han vivido.
No quedan instancias de una noche sin freno.
No quedan tardes que el amor no se vuelva fuego.
No quedan mañanas donde no se enciendan los besos.
mañanas, tardes y noches, el amor que es nuestro,
descansa entre caricias y besos que se vuelven fuego.
Moisés Jorquera Vivanco.
Del libro «Algo personal».