Canta poeta, canta.
“Te nombro en nombre de todos
por tu nombre verdadero,
te nombro cuando oscurece
cuando nadie me ve.”
[…]“yo te nombro libertad.”
Gian Franco Pagliardo:
Yo te nombro libertad.
Canta poeta, canta, desata el nudo de tu garganta, atado por la tristeza de cielos encapotados, siempre oscuros, de tormentas que anegan la tierra, cuando los truenos de los rayos acallan todo, cuando obligan a mantenerse encerrados, en silencio, en medio de la oscuridad.
Ha pasado el tiempo, los gritos disformes dan órdenes, pretenden impedir cualquier posibilidad de armonía, el huracán no amaina mientras todo amenaza desfallecer. El llanto de la impotencia anega el alma llanera; las lágrimas se acumulan en los pantanos de la desilusión, del pesimismo, pues no ven un resquicio entre las nubes como anuncio del nuevo sol.
Abatido por ver así a tu gente, tus versos siguen los mismos derroteros, como una protesta ruedan cuesta abajo, junto con el torrente que arrasa con todo y los mantiene inmóviles, intentando romper las telarañas del venenoso poder que los atrapa y envuelve.
Canta poeta, canta.
Con un nuevo tono saldrá otro ritmo, suave como el rocío, para reconfortar el alma.
Tus poemas son mariposas de mil colores, vuelan con sus alas de papel, con los impulsos electrónicos, en las ondas del aire, de flor en flor, por los jardines de la ciudad, los pastizales llaneros, la intrincada selva. Sorprendentemente los vientos huracanados no pueden destrozar sus frágiles alas, ni las telarañas logran atraparlas.
Vuélvete en ese rayo de luz, diles que hay algo que no puede ser encadenado, es el pensamiento, la conciencia, se expresa entre susurros, con el leve sonido de la brisa matutina, el mal tiempo no puede perdurar hasta la eternidad.
Comparte con tus hermanos el aliento vital que inunda el alma ante la contemplación de la belleza en un éxtasis liberador de las angustias existenciales, con esos breves minutos suficientes para seguir por los ásperos caminos de la vida, regustando en cada momento la letra de tu poema en lo más profundo de sus corazones.
Recuérdales la alegría espontánea del niño que ríe en su inocencia ante las cosas más sencillas de la vida; el beso de los jóvenes enamorados; la satisfacción de disfrutar juntos los colores del nuevo amanecer; caminar tomados de la mano, pasito a pasito, con la tranquila esperanza de la ancianidad. Recuérdales que todo eso y más todavía existe.
Sean tus versos heraldos de libertad para el pueblo, pues aunque alguien en su egoísmo quiera vedarlo, el espíritu siempre será libre.
Phillip H. Brubeck G.