El amor no se crea ni se destruye

EL AMOR NO SE CREA NI SE DESTRUYE.

El amor no se crea ni se destruye, solo se transforma. De eso tengo la certeza. Simplemente se adapta a la perfección a la Ley de Lavoisier.

Si buscamos por acá y por allá, a cualquier persona le viene el recuerdo de sus amores juveniles, en especial el primero, el que deja profunda huella y nunca se olvida, pletórico de su idealismo, de los máximos sentimientos. Otros pudieron ser simples atracciones pasajeras de dos almas, pintaban como algo superior, sin embargo era una amistad en uno de sus niveles superiores, y su evolución en eso quedó asentada, no hubo química perfecta para que sus átomos se fusionaran en un solo ser.

A veces la química del amor suele fallar, pues en su experimento la gente busca obtener la fórmula perfecta, pero le ponen ingredientes de más, poco compatibles, como el egoísmo, la pasión sin límite, la posesividad, la inseguridad, el proteccionismo, la idealización más allá de la realidad, ¡y qué se yo! Cuando esto sucede, de una manera u otra, todo fracasa, como un sutil desvanecimiento de los gases en la atmósfera, o una violenta explosión que acaba con el laboratorio. Dicen que así es como el amor acaba, pero en realidad nunca existió tal.

El amor no se crea ni se destruye, solo se transforma. De eso tengo la certeza. Dios no tiene principio ni fin. Dios es amor. Nuestras almas las hizo a su imagen y semejanza y por ello con la vida nos infundió el amor, pero de eso no nos damos cuenta cabalmente hasta que encontramos a la persona exacta.

Todo empezó una tarde soleada de invierno, al cruzarse las miradas de un par de jóvenes por primera vez, algo les dijo en la profundidad de sus corazones, que habían llegado al final de la búsqueda. Con esa empatía inicial, el alquimista tuvo la intuición de haber encontrado los elementos propicios de la fórmula. Durante breves días los analizó, estudió sus características y encontró la forma de hacer la fusión, así, la primera chispa encendió los corazones provocando la unión de esa mujer con ese hombre. El amor que estaba en potencia en cada uno de ellos se transformó en un estado real de la pareja.

Los besos, las caricias tiernas, los paseos tomados de la mano, abrazos cariñosos, se mezclaron en el matraz Erlenmeyer del noviazgo. El movimiento suave de ligera agitación ayudó a la unión, tras de lo cual se mantuvieron las circunstancias de este nuevo estado, en un proceso de sedimentación, permitiendo las primeras reacciones químicas que les aseguraron la viabilidad del proceso.

Fue así como vertieron la mezcla en el matraz de destilación del matrimonio, ambos jóvenes, mediante la acción del mechero de Bunsen entraron en ebullición, las moléculas de los sentimientos adquirieron la velocidad vertiginosa de las pasiones, los sentimientos brotaron desde lo más profundo del ser de cada uno, separando los elementos volátiles incompatibles, para sublimar sus esencias, sus valores. Pasaron por el serpentín y se condensaron en una nueva etapa del amor.

La fusión de esa mujer y ese hombre se realizó en una mezcla sui generis, de tal suerte que, con el paso del tiempo surgieron los frutos del amor, un niño y una niña, cada uno con los elementos adecuados compartidos de sus padres en las proporciones precisas, permitiéndoles la identidad particular con la comunidad genética y los valores espirituales como aglutinantes.

En ciertos momentos, el alquimista agregó algunos elementos nuevos en él o en ella, pues la vida es constante cambio, las circunstancias del entorno son variables y es necesario asimilarlas y adaptarse, lo que provocó reacciones desestabilizadoras que amenazaron con la fisión. Sin embargo, en el laboratorio analizaron a conciencia las reacciones de desencuentro. Con nuevos procesos de paciente introspección y comunicación separaron las discordias y malentendidos, conjurando los efectos catastróficos de las explosiones centrífugas, le imprimieron nuevos movimientos centrípetos para darle una mayor cohesión a la pareja.

Han transcurrido treinta y cinco años, el amor es maduro, estable. Quizá ya no tiene las reacciones de ebullición de las pasiones juveniles, pero todos los días, en la constante adaptación, procuran agregarle una pizca de polvos especiales, de pequeños detallitos, para que no deriven en la monotonía de la rutina conyugal o la aparición de alguna fisura en los espacios intermoleculares.

El experimento es de largo plazo, en la constante evolución del desarrollo de las dos almas, esa mujer y ese hombre, con la ayuda del Creador, con cariño y comprensión, deben velar por la estabilidad, deben procurar el crecimiento de su amor hasta la eternidad, hasta la unión plena con Dios.

El amor no se crea ni se destruye, simplemente se transforma hasta llegar a la perfección.

Phillip H. Brubeck G.

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