El placer estético, Parte 1.

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El placer estético, Parte 1.

Contemplación estética.

“La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.” (Jorge Luis Borges).

La literatura es un mundo lúdico, juguetón, donde interactúan el escritor y el lector, teniendo como medio las palabras que se mezclan de manera libre alrededor de una idea que genera un estímulo afectivo intelectual en torno a lo sublime, la belleza en grado excelso.

Nos dice la Real Academia Española en su Diccionario de la Lengua, que

la belleza es la “propiedad de las cosas que hace amarlas infundiendo en nosotros deleite espiritual”,

es decir, una cualidad que poseen los seres naturales o fruto de la invención humana, para crear una relación de empatía con el hombre por el gusto, por el placer que genera.

El placer estético, es ese sentirse bien que lleva al aquietamiento de las pasiones que agitan el alma de la persona, no el huracán hedonista de las pasiones desenfrenadas que arrastran a las personas por los laberintos tortuosos de las bacanales presididas por Afrodita y Baco. Es la íntima correlación entre lo realmente bello y la persona, para crear en esta una sensación de bien-estar, de bien-ser, por eso recomienda Ovidio que “cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella”.

El desarrollo del arte de escribir, es una actividad lúdica, es la diversión experimentada por el autor al expresar las ideas que fluyen desde lo más íntimo de su ser, consciente o inconscientemente, con palabras que en ocasiones brotan de su cerebro y en otras se la dictan los personajes, pero siempre en un ambiente pleno de libertad, uniendo los signos alfabéticos en una acción vital, plena, para darle la unicidad a su obra, fruto de sus entrañas intelectuales.

Este juego no siempre está libre de penurias, sobre todo cuando las ideas se revuelven en el cerebro buscando su conformación, su integración en un mundo lógico, verosímil, coherente, dentro de la misma ficción en que se pudiera encontrar; punto del caos previo a la creación, donde la idea se convierte en una obsesión que no deja descansar, y en el momento inesperado, por impertinente de la hora, cuando adquiere la plena madurez, exige saltar como una chispa eléctrica desde los dedos hacia el papel, entonces se tiene la imperiosa necesidad de suspender lo que se está haciendo en ese instante, para dejarla fluir con libertad. Esto es bueno cuando solamente se sacrifica el sueño, pero causa ansiedad cuando no se pueden abandonar los deberes del prosaico trabajo cotidiano, con lo que las ideas se agolpan en la puerta de salida que está cerrada, y muchas veces mueren de asfixia, aplastadas, generando con ello la tristeza del autor, por no haber podido darles vida.

Pero al momento en que los dedos se mueven arrastrando la pluma sobre el papel, o se deslizan suavemente por el teclado de la computadora, la energía placentera lo llena a uno de la fruición creadora, que se va mezclando con la preocupación de encontrar la palabra exacta que exprese lo que deseamos, pues muchas veces el idioma nos resulta tan limitado como la pequeñez de nuestro cuerpo frente al macrocosmos que nos envuelve. Es el tiempo en que se escribe sin parar, como un poseso, como enajenado, sin importar la corrección de la sintaxis, o de la ortografía, o las redundancias, eso se arreglará después, lo importante es plasmar el tropel de ideas.

La diversión se sigue al momento de revisar y corregir lo escrito, y nos llena de orgullo al ver la obra terminada. El objeto fin de nuestra actividad creadora ha llegado a su culminación, adquiere su vida independiente, es ella misma diferenciada de su autor. En ese instante nos embarga la sensación placentera del aquietamiento de las pasiones, con el agrado que produce la relación emotiva obra-autor.

Pero la obra literaria no es solamente una catarsis para que el autor se libere de las ideas que lo atosigan, pues cuando adquieren su individualidad, tiene una relación con otro ser humano; en este acto genera en el lector una sensación de gusto o disgusto y si es agradable genera la empatía propia de lo moralmente bello, pues como lo expresa María Rosa Palazón Mayoral, junto con Adolfo Sánchez Vázquez, la palabra bello, en Latín «”bellum” procede de “bonum” (bueno) en su forma diminutiva de “bonellum”, que se contrajo en “bellum”»

Aquí vale la pena hacer propias las palabras de la misma María Rosa Palazón, pues “en cuanto fenómeno conocido por cualquier ser humano, la experiencia estética es la recepción, el juego variado y libre de facultades, por sí mismo placentero, opuesto a la conducta inmoral que considera al otro como un recurso o instrumento. La experiencia estética es la sublime libertad de lo bello, afirma Caso con Schiller; y lo bello, el juego colectivo que hace felices, restañando las heridas de la soledad”, y agrega que “es cierto que, por su faceta lúdica, el objeto y hecho artísticos se ubican allende la dicotomía de lo bueno y lo malo, sin que se olviden tales valores. Se ubican más allá pero no fuera de la oposición sensatez y necedad, verdad y falsedad, moral e inmoral.”

Continuará…

Phillip H. Brubeck G.

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