Las manos de mamá.
“Pero era nuestra mamá y su risa nos la regalaba. Jugaba, iba y venía, no parecía mujer; a veces era tan infantil como nosotros.” Con qué ternura, con qué delicadeza Nellie Campobello nos habla de su madre, sus recuerdos que se fijan sobre todo en dos símbolos externos, sus manos y su falda.
Después de treinta años volví a ver su librito, ahora en la edición de la UJED. Recordando vagamente los detalles exquisitos de esta obra, el lenguaje sencillo pero lleno de color, no dudé en comprarlo para deleitarme nuevamente con estos relatos en los que retrata a una mujer en especial, porque “la fuerza de su amor sostenía su cuerpo esbelto de mujer.”
Ese amor es el único capaz de transformar los duros momentos de la guerra, de hambre, de soledad, de la angustia por el marido o los hijos con sus vidas segadas por la metralla, en esa tranquilidad, la seguridad que requiere el niño en todo momento, por eso recalca ya casi al final del libro: “Nos heredó sus risas, nos heredó su alegría; por eso hoy, cerrando los ojos, le vemos y reímos con usted como en aquellos momentos de tristeza que usted nos enseñó.”
Pero la grandeza de esta pequeña obra no está solamente en lo que dice y su estilo, ya que retrata a la madre universal, y así me vuelve a hacer presente a mi abuelita, también de aquella época revolucionaria, que con sus manos supo dar el amor y mantener a sus nueve hijos en su viudez, manos firmes y cariñosas que preparaban exquisitas comidas, mantener impecable el hogar, cuidar al hijo enfermo; y entre los pliegues de su falda todos encontraron la protección, la serenidad, la alegría. ¿Cuántas mujeres como ellas de aquellos tiempos podemos recordar con claridad?
Pero el retrato no queda nada más enmarcado a las madres de hace un siglo, con esas circunstancias específicas de las luchas revolucionarias, de una cultura donde la mujer solamente estaba dedicada al hogar, pues además nos lleva a recordar en nuestra niñez, a esa maravillosa mujer que nos ha dado la vida, y entonces es cuando siento las manos de mi madre que con tierna firmeza me guiaron por el camino de la libertad y del amor, esas manos que enjugaron las lágrimas en mis momentos de mayor tristeza, que curaron los raspones en las rodillas producidos en los juegos bruscos, que me aliviaron en la enfermedad, me enseñaron a hacer una gran cantidad de cosas para vivir, para hacer más placentera la vida.
Fue a ellas a las que les tocó romper muchos paradigmas sociales que les cerraban las puertas, ellas las abrieron en el reclamo valiente de sus derechos por una educación superior y el trabajo, así como la plenitud de sus derechos políticos, pensando en ellas, pero también en sus hijos. Transformaron la vida social con ese don del amor que solamente ellas saben cultivar delicadamente.
Hoy la realidad social ha dado otro giro en su evolución, los riesgos, los peligros son distintos, la violencia de la delincuencia organizada, las drogas que quieren enseñorearse de nuestros hijos, los accidentes automovilísticos, quitan el sueño a las madres que se mantienen con el Jesús en la boca. Sin embargo la narración de Nellie Campobello me hizo recordar los momentos especiales como mi esposa atiende a nuestros hijos, siempre hacendosa en el afán por mantener la casa como un espejo, a pesar del cansancio que le produce su trabajo normal.
Ahora las madres tienen doble ocupación, el de la casa y el del trabajo, así lo están exigiendo las circunstancias, por regla general el sueldo del marido ya no alcanza para mantener de manera decorosa a la familia y por ello se ven obligadas a trabajar para contribuir con el gasto familiar. Porque pasan menos tiempo en el hogar pudiera parecer que lo descuidan junto con los hijos, pero no es así, lo veo en mi esposa, en mis compañeras de oficina, en mis amigas, cómo en un acto de magia se desdoblan y siempre tienen tiempo para todo.
En estas tres generaciones que llegan a mi mente, además de lo ya dicho, resalta siempre como rasgo común de todas las mamás de todos los tiempos, la facilidad con que las madres causan la alegría de sus hijos, porque sus manos tienen la magia para jugar, para hacer cosquillas y contar cuentos maravillosos.
Por esta razón es que “Las manos de mamá” permanece desde que Nellie lo escribió, como un clásico de la literatura mexicana, el cual merece ser difundido con mayor amplitud en las escuelas de nuestro país.
“Recuerdo sus manos, sus valientes manos, las que nacieron para darnos y señalar; sus manos de mujer, sus compañeras, sus mejores camaradas.”
“Nos inclinamos a rezar.”
“Son las que nos levantaron y nos enseñaron el camino. El mejor, el que va derecho, a través de la nieve, los cerros, las canteras, el lodo, los ríos azules, las chozas mugrosas y los camposantos.”
“Son las que nos entregaron a la vida. Son las que trenzaron nuestro cabello, las que lavaron nuestra cara y nos secaron los ojos.”
Phillip H. Brubeck G.