¿PARA QUÉ LAS VACACIONES?

Las vacaciones se han conquistado con el trabajo diario.

Las vacaciones permiten el pleno dominio del ser.

Uno de los derechos laborales que tiene gran importancia es el del descanso, el cual se ha conquistado con el cansancio de millones de trabajadores de todo el mundo, con la palabra de intelectuales y líderes morales, con lo que logró plasmarse en las leyes positivas, pero ahora lo quieren relegar una vez más.

En una ocasión, un amigo, fanático del trabajo, les dijo a sus colaboradores en la oficina: “¿Para qué quieren vacaciones?” y como respuesta les negó el goce de este derecho que les correspondía, por la simple razón de que son trabajadores de confianza (confianza para hacerlos trabajar el tiempo que se les antoje, y quien no esté de acuerdo con toda confianza puede irse, pues la puerta está siempre abierta). No me sorprendió porque se está convirtiendo en práctica común al grado que a muchos trabajadores de confianza les sucede lo mismo en cualquier parte del país.

No me sorprendió, pero sí me causó tristeza, de esa que penetra hasta la médula, al constatar la ciclicidad de la historia y la falta de memoria de la humanidad. Volvemos a los mismos errores que dieron origen a cruentas luchas a finales del siglo XIX y principios del XX, retrocedemos al pasado como si nada hubiéramos logrado, como si nada hubiéramos aprendido. Le pusieron antiadherente a la memoria histórica.

En 1891 el Papa León XIII, en su encíclica Rerum Novarum propugnó por el derecho al descanso semanal y las vacaciones. Posteriormente y tras cruentas luchas, este derecho se incluyó en las leyes laborales como una conquista del sector obrero. Casi un siglo después, en 1981, el Papa Juan Pablo II de manera breve, en su encíclica Laborem Excercens, hizo eco de las palabras de León XIII y sigue puntualizando la necesidad del descanso.

Para dar respuesta a la pregunta del amigo, preocupado más por los resultados que por la persona, al repasar los textos pontificios, vemos que efectivamente los papas se sustentan en el pasaje del Génesis, en el cual se puntualiza que al concluir la creación del mundo, el séptimo día, el Omnipotente descansó, por lo tanto lo mismo debe suceder con los hombres de fuerzas limitadas. Otro de los argumentos en esta línea es el del tercer mandamiento de santificar el “sabat”, las fiestas, tener tiempo para la oración, en una relación exclusiva con Dios.

Pero la reflexión no se queda nada más en el aspecto religioso, sino que analiza el aspecto humano, en la subjetividad del trabajo, que nos recuerda Juan Pablo II, en el sentido de que, en pocas palabras, el trabajo existe en función del hombre y no el hombre en función del trabajo.

Hoy estamos volviendo a la negación del descanso, en las oficinas los patrones quieren jornadas exhaustivas de más de ocho horas diarias; que los empleados estén disponibles las veinticuatro horas con el teléfono móvil encendido, siempre al capricho neurótico del jefe; pretenden la supresión del descanso dominical porque el tiempo es breve y son muchos los pendientes por resolver; y no se diga de la eliminación de las vacaciones porque nunca se puede suspender el servicio a los clientes.

Pero la vida no es trabajo constante. El trabajo es solo para poder obtener los satisfactores necesarios para alcanzar una vida digna; es necesario tener el tiempo para la familia, para la cual se trabaja. Así lo precisa en la Rerum Novarum con claridad León XIII: “ni la justicia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal, que el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuerpo se rinda a la fatiga. Como todo en la naturaleza del hombre, su eficiencia se halla circunscrita a determinados límites, más allá de los cuales no se puede pasar. Cierto que se agudiza con el ejercicio y la práctica, pero siempre a condición de que el trabajo se interrumpa de cuando en cuando y se dé lugar al descanso. Se ha de mirar por ello que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas […] En todo contrato establézcase en general que se dé a los obreros el reposo necesario para que recuperen las energías consumidas en el trabajo, puesto que el descanso debe restaurar las fuerzas gastadas por el uso […] que se provea uno y otro tipo de descanso, pues no sería honesto pactar lo contrario, ya que a nadie es lícito exigir ni prometer el abandono de las obligaciones que el hombre tiene para con Dios o para consigo mismo”.

A su vez, en 1961, Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra precisó que “constituye también un derecho y una necesidad para el hombre hacer una pausa en el duro trabajo cotidiano, no ya sólo para proporcionar reposo a su fatigado cuerpo y honesta distracción a sus sentidos, sino también para mirar por la unidad de su familia, la cual reclama de todos sus miembros contacto frecuente y serena convivencia”.

¿Para qué quieren vacaciones?, retumba en mis oídos la pregunta. Les digo y recuerdo que el hombre no es un robot. Me ha tocado ver, palpar, la moda actual del trabajo bajo presión, de exigir a una persona el rendimiento de cuatro, del estrés continuo que lleva al embotamiento del cerebro, lo que en realidad reduce la eficiencia y la eficacia de los empleados, ya que bajo este tipo de circunstancias de cansancio psicológico se cometen múltiples errores por tratar de dar una respuesta rápida a lo urgente; en las prisas se llegan a provocar accidentes; y como amenazadoramente la puerta está siempre abierta, se avivan los sentimientos antagónicos entre los compañeros de trabajo por la supervivencia, los chismes se avivan y la falta de solidaridad se hace patente.

Cuando se tiene el descanso adecuado, después de la jornada laboral, al concluir la semana o en vacaciones, junto a la familia, el trabajador logra desligarse del estrés, de la preocupación de los problemas del trabajo, y así, se mete en sí mismo para ser él mismo, para atender a su vida, a sus necesidades y sus gustos, logra ser él en sí, y al tener pleno dominio de su ser, se vuelca en la familia y sus prójimos, recarga sus energías físicas y espirituales para trabajar con mayor ahínco, tomando en consideración que el trabajo es un medio de santificación, de perfeccionamiento personal, un medio para vivir de manera digna.

Phillip H. Brubeck G.

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