Álvaro Parte I

Cover Álvaro Parte I

Cuento Parte I

Nunca nadie le dijo a Álvaro que no podía volar, por eso, cada mañana él iba a lo más alto de la montaña, tomaba unos metros de carrera y saltaba al aire. Extendía sus brazos como lo hacen todas las aves tan pronto despegan las patas de la tierra, y saltaba a la aventura en el cielo.

Su vida era feliz en las alturas y el alba, ese momento donde el sol todavía no se alza y los primeros rayos de luz perfilan los árboles, las nubes y las rocas. Álvaro era solamente otra línea en el lienzo azul, así como otra ola en el mar u otro árbol en el bosque que se pierde en la espesura.

Lo acompañaban los pájaros al emigrar; a veces seguía a las águilas o los halcones; otras, debía bajar un poco para evitar ser arrastrado por las inmensas nubes de gaviotas que pasaban cerca. Era otro niño perdido criado en la libertad, el cielo era su eterno Nunca Jamás. Todo cuanto Álvaro quisiera hacer, era posible, pues nunca nadie le dijo que no podría.

Él era joven, apenas un adolescente y mostró a su pueblo cómo volar.

Creó un ejército de hombres pájaro, quienes después del vuelo volvían a casa para ponerse a trabajar. Era el pueblo de los hombres libres que no conocían lo imposible, hasta que la ciudad llegó.

Un hombre descubrió el vuelo de Álvaro y condujo a otro al pequeño nido de hombres con plumaje invisible. Y ese otro hombre llevó a otro hombre con mucho dinero, y el hombre con dinero llevó a hombres con maquinaria, y los hombres con maquinaria se llevaron lejos los árboles, las rocas y la tierra. Y los hombres con máquinas y dinero trajeron consigo calles de concreto y cuadrados edificios con ventanas pequeñas. Y las ventanas pequeñas y las grandes calles calvas atrajeron hombres con corbata y mujeres con collares de oro. Y los hombres de traje y las mujeres de maquillaje, destruyeron el nido y atraparon y esclavizaron a los pájaros con piernas, cortándoles las alas con la ropa ajustada y las convicciones sobrias.

Álvaro se quedó en su pequeña casa, incapaz de salvar a su parvada. La juventud de su vida todavía mantenía fresca y viva la certeza de poder volar; alguna vez lo volvió a hacer desde ese trozo de montaña tragado por la ciudad, de modo que recibía visitas de hombres con batas blancas y libretas donde todo se escribía con ojo crítico. Él respondía las preguntas de los curiosos que a veces lo veían volar por las mañanas, pero nadie lo creía real. Y los hombres ricos llevaron pájaros falsos, enormes armatostes y titanes de metal. ¿Cómo era posible para esos gigantes muertos volar, y no para él? ¿De verdad ellos no podían entenderlo? ¿O era él quien se encontraba en un error?

(Continuará)…

Diana Brubeck.

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