Dos virtudes.
Dos virtudes sobresalen en la mujer que más admiro: el amor y la sabiduría.
Durante toda mi vida me han acompañado en cualquier lugar del mundo donde me encuentre.
El primero, intangible, pero lo he percibido sin necesidad de hablar ni pensar, desde antes de nacer. Me lo ha dado espontáneamente sin que yo se lo pida. Es inagotable. En mis recuerdos, quizá donde mayor incidencia tiene, es en mi infancia con sus besos y caricias, los cuidados que me prodigaba. En los momentos más felices ella es la gran protagonista, sin decirlo comparte la alegría de vivir.
En los momentos difíciles siempre ha estado presente, sus manos mágicas me aliviaron de las enfermedades; su presencia física o espiritual siempre me ha comunicado la fortaleza cuando más débil me siento. Ha sido la gran compañera en los momentos de la soledad.
Hablo en presente, porque a pesar de la distancia que separa nuestros hogares, la energía de su amor fluye de manera constante hasta donde estoy.
Siempre me he admirado su sabiduría, estudió medicina y durante algún tiempo la ejerció. Las circunstancias la llevaron a cambiar de actividad y se hizo maestra, muchas generaciones de jóvenes recibieron sus enseñanzas. Prácticamente podemos hablar de todo con ella. Imagínense los conocimientos que ha acumulado en casi un siglo. Pero lo más importante de todo, es que su sabiduría le hace tener siempre a la mano la palabra exacta, el consejo oportuno para todos y cada uno de nosotros. Todo esto nos lo ha dejado en sus cuentos, poemas y reflexiones, porque es lo que Dios le pidió que hiciera, como explica en su libro más reciente.
También me ha enseñado el valor del silencio, la puerta del mundo interior, la comunicación con su yo, el trato íntimo con Dios.
Con su amor y sabiduría me enseñó la oración de San Francisco, su norma de vida.
Doy gracias a Dios por permitirnos estar junto a ella, porque a través de ella Él se manifiesta
Beddy Nora Gamboa Lugo es mi madre, mi maestra.
Phillip H. Brubeck G.
