AMO Y SEÑOR.
“Para sobrevivir necesito muy poco,
casi nada. ¡Ah, la libertad!”
(Isabel Allende: El amante japonés).
Me guía el espíritu de la libertad, caminar por los senderos de la vida sintiendo las caricias del viento, mientras el sol revitaliza mi ser.
Soy amo y señor de mi vida, no tengo dueño ni poseo nada. Mis amigos me quieren de la misma forma como yo los amo, nos respetamos mutuamente, nos aceptamos cual somos sin imponernos estilos de vida.
Me encanta salir a pasear por el simple gusto de ver la ciudad, caminar o correr; observo con detenimiento todo: los árboles, las aves, los bichos pequeños de movimientos rápidos, y hasta las sombras que se mueven con el ritmo de las hojas. Todo es digno de contemplarse pues a final de cuentas resulta un motivo de diversión.
– Prrrrmiauuu -sus ojos verdes brillaron en la oscuridad cuando lo vio salir de la recámara-. Prrrrmiauuu -volvió a saludar, con cuidado frotó su costado en las piernas de su amigo en un saludo matutino. Mientras caminaba junto a él ronroneó para decirle lo contento que se sentía a su lado. Cuando llegaron a la cocina el hombre encendió la luz.
Pobrecitos los humanos, tienen tantas limitaciones, hasta necesitan luz artificial para ver en la oscuridad.
A un lado del fregador se sentó en el suelo para observar atento cómo ponía agua y café en la cafetera; siempre le gustaba escuchar desde ese lugar el sonido de ese aparato cuando sube el vapor y luego escurre líquido en la jarra, para olfatear el aroma del café a los pocos minutos. Cuando estuvo lista la bebida, el señor se sirvió en una taza y se dirigió al estudio. Casi pegado a sus pies el gato lo acompañó, manteniendo la distancia mínima para que no lo fuera a pisar. Cuando el hombre se sentó en su sillón de trabajo, él se echó a su lado para ver el encendido de la computadora, con su pantalla luminosa.
– Así las cosas gatote –le dijo el hombre mientras le acariciaba justo detrás de la orejas-, vamos a ver si ya sale este cuento.
Acostado en el piso el rítmico golpeteo de los dedos en las teclas del ordenador lo arrullaron. De pronto levantó una de sus orejas, la orientó hacia la ventana para escuchar mejor los primeros trinos de los jilgueros que anidaban entre las tejas de la casa vecina. Se levantó. Se estiró para desperezarse.
– Prrrruuuiii –llamó la atención del escritor, quien suspendió su trabajo y volteó a verlo. El felino dio unos pasos hacia la salida del estudio y regresó repitiendo su tenue maullido. El hombre se levantó. Juntos caminaron al pasillo, ahí el gato se dirigió a la puerta de la terraza, sus ojos verdes se dirigieron al amigo.
– Quieres salir de vago, anda pues -dicho lo cual, le abrió la puerta-, está bien gatote, vamos afuera –la brisa fresca y los primeros rayos del solsticio de verano les dieron los buenos días. Vio a los pájaros que nerviosos volaron en cuanto sintieron su presencia. Con un salto, el gato pasó a la azotea de la casa vecina.
Una hora después, el escritor escuchó un maullido, era su amigo que le estaba pidiendo le abriera la puerta para entrar a la casa. Cuando el hombre se sentó nuevamente para seguir escribiendo, el felino se dio cuenta que la agujeta de un zapato estaba suelta. ¡Ah, una agujeta! –sin esperar más se abalanzó sobre ella. El hombre movió el pie, el gato lo siguió para continuar mordisqueando la agujeta, así que sacó unos audífonos desechables y los utilizó para jugar con el animal; se divirtió como cuando era niño, la risa salía de su garganta con la sonoridad espontánea de la amistad. El gato se agazapaba, saltaba, daba vueltas siguiendo los alambres, lanzaba un manotazo para atraparlos, se atoraban en su uñas, los mordisqueaba, no permitía que se los quitara, y si esto sucedía, volvía al ataque.
Cuando se aburrió del juego, simplemente se dio la vuelta y se fue a acostar en el sofá de la sala.
Me cae muy bien mi amigo humano porque me entiende correctamente, aunque hablamos distinto idioma, interpreta a la perfección lo que le digo cuando le hablo, comprende lo que quiero. Le fascina jugar con los audífonos, además de que nos divertimos, me sirve de entrenamiento para cazar grillos, polillas y pájaros, imita bien los movimientos rápidos y de saltos, o hasta los deja quietos y al momento en que los voy a atrapar, los hace a un lado con gran velocidad. Sabe cuando tengo hambre, cuando quiero sus caricias o simplemente su compañía, aunque no me entra en la cabeza por qué le gusta tener siempre cerradas las puertas de la casa y las recámaras, como si tuviera miedo de que alguien se meta en su intimidad; tampoco me explico por qué no me deja arañar el tapiz de los sillones, allí se atoran perfectamente mis garras, me permiten estirar correctamente los músculos de las patas delanteras y hasta arqueo deliciosamente la espina dorsal. Pero sobre todo, lo admiro porque respeta mi libertad.
Tiempo después despertó, se estiró para desperezarse, las patas delanteras pegadas al suelo, mientras que las traseras las levantó lo más que pudo, dejando tiesa su cola por unos segundos. Con calma fue hasta donde estaba su plato, comió unas cuantas croquetas y luego bebió una buena cantidad de agua.
Con la mirada atenta, su paso elegante lo transportó por las zonas de la casa que no tenían las puertas cerradas, de un salto trepó sobre el tocador, miró su imagen en el espejo, era el único lugar donde veía otro gato, pero este solamente hacía lo mismo que él, si ponía su pata derecha en el vidrio, el otro lo hacía con la izquierda, si sentaba sobre sus cuartos traseros el otra le imitaba, pero no maullaba, así no tenía chiste, no se podía jugar bien. Miró los cepillos para el pelo, olisqueó los frascos con las lociones; no había nada atractivo, se dio la vuelta y en ese momento detectó, en el otro extremo de la recámara una mesita sobre la cual estaban los enseres de tejido. Con un salto llegó a la cama, un par de pasos y luego otro salto, ya estaba en la mesita de trabajo, inspeccionó las grandes agujas, quietas, frías; sin querer, empujó la bola de estambre que cayó al suelo; el movimiento le hizo seguirla con la vista, por lo que de un salto fue tras ella, un ligero empujón y fue hacia adelante, con un manotazo ya estaba en el pasillo, dejando el hilo tras de sí; la alcanzó, la mordisqueo, luego la levantó con sus patas delanteras y la aventó, la bola llegó hasta el comedor, se movía en distintas direcciones, enredándose entre las patas de las sillas y la mesa, haciéndose más pequeña cada momento, hasta quedar en línea curva, como una lombriz, de esas que de repente salen de las macetas, pero sin movimiento propio, y con eso se acabó el juego.
Detectó un olor peculiar procedente de la cocina, rápido se trasladó hasta allá. Ahí estaba la señora de la casa, justo en ese momento cortaba la carne para quitarle los pellejos y grasa.
– Miau, miau –le saludó el gato para llamar su atención, luego, con el costado rozó las piernas de ella, era una forma de demostrarle que estaba a gusto a través de una caricia, mientras ella seguía ocupada preparando sus alimentos.
– Pprrriiiuuuuu. Huele rica la carne fresca que estás preparando, no seas mala, dame un poco, no seas egoísta, debes aprender a compartir conmigo tus alimentos, así como yo también te llevo de lo que cazo.
– Sí, espérate tantito, debes aprender a tener paciencia.
No tardó mucho tiempo en picar los pellejos, tomó la tabla donde estaba trabajando y los llevó hasta el plato del gato, en un rincón del comedor, donde los depositó.
– Ahora sí minino, es todo tuyo –el felino no perdió el tiempo, esa carne fresca era uno de sus platillos favoritos, por lo que comió disfrutando cada trozo con singular alegría.
Cuando terminó de comer se fue a la sala, de un brinco subió al sofá y se acomodó en su lugar favorito para dormir la siesta mientras hacía la digestión.
Tenía tiempo despierto, aunque se mantenía acurrucado en el sofá. El sol, a través de la ventana retiraba el brillo de sus rayos que estaban quedándose rezagados dentro de la casa, para irse a descansar tranquilo. El gato percibió un movimiento, irguió la cabeza, las orejas se dirigieron hacia ese punto para detectar un rasguño muy leve sobre el mosaico. Sigiloso descendió del sofá hasta llegar cerca de donde estaba la intrusa que no se había percatado de su presencia vigilante. La cucaracha asomó sus antenas. El gato sabía que este bicho no era bien recibido en la casa, le causaba repugnancia a la mujer, quien por cierto, cuando ve una de ellas, nada más se pone a gritar hasta que llega el hombre y las mata con pisotones aprovechándose de su tamaño y peso, pero es muy torpe y seguido se le escapan los bichos. El insecto, confiado salió de su escondrijo; de un brinco el gato cayó sobre él dejándolo atontado por la sorpresa. La cucaracha intentó huir, pero el gato, con un manotazo la empujó hacia un lado como si fuera la bola de estambre, luego con la otra seguía, si intentaba escapar, con una uña la detenía, hiriéndola pero sin matarla; desesperada en su lucha por la supervivencia intentaba huir con la mayor velocidad posible, pero siempre su camino era atajado por los manotazos del gigantesco cuadrúpedo que se divertía con su sufrimiento, hasta que al fin terminó por matarla. La cogió con el hocico y la llevó como un trofeo hasta los pies del amigo.
– Miauu, mira lo que te traigo en señal de nuestra amistad, te he salvado de esta horripilante cucaracha que se atrevió a invadir nuestro territorio.
– Muy bien gatote, eres un gran cazador no se te va ninguna viva –le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
Al término del día, la mujer y el hombre se encontraban acostados viendo una película en la televisión como parte de su rutina antes de dormirse. El gato se acurrucó entre ambos, es muy rico sentir el calor de los cuerpos a ambos lados, por lo que no tardó en ronronear, diciéndoles a sus amigos que se encontraba a gusto en ese momento.
Al tenerlo a su alcance, el hombre empezó a hacerle caricias, pero en una de esas, sin que lo esperara, el gato le dio un mordisco leve que le hizo retirar la mano.
– No me atosigues, vine a tu cama a descansar, no para que me estés dando lata con tus caricias en la barriga, ahí no me gusta que me toques, aunque te voy a dejar que me hagas piojito justo detrás de las orejas, eso me adormece.
Phillip H. Brubeck G.