Nico

NICO

En una escuela católica, se preparaban los niños que estaban en la edad apropiada para hacer la Primera Comunión. Entre ellos estaba Nicolás, quien era un niño que solía hacer muchas preguntas, y si no quedaba satisfecho con las respuestas recurría a su padre; en quien confiaba plenamente porque podía insistir, insistir e insistir sobre sus dudas sin temor a que se impacientase, mostrase enojo, o lo que es peor aún, que lo callase.

En cierta ocasión Nico, como le decían sus maestros y amigos, escuchó que Jesús, el hijo de Dios; tenía que bajar del cielo y convivir con la gente. Obvio que tendría que hacerlo naciendo como cualquier bebé. A Nico no le pareció lógico, pues si su padre era Dios, bien podría llegar como un hombre hecho y derecho. El maestro intentó explicarle, pero a Nico no le convencieron sus argumentos; así que recurrió a su papá para que lo sacara de dudas.

Ese día esperó ansioso a que su padre regresara de su trabajo, besara a su madre como era su costumbre, se pusiera sus pantuflas, y finalmente cuando consideró que era el momento propicio; se acercó a conversar con él.

– Papá –dijo Nico–¿estás muy cansado?

– Para ti, no –respondió su padre con una sonrisa–¿necesitas que te ayude con algo?

– Es que…hay algo que no entiendo –contestó Nico como buscando la manera de empezar la plática.

– A ver, dime… ¿de qué se trata?, ¿algún problema con tus compañeros o maestros?

– No, no tengo problemas con ninguno de ellos. Solo que el maestro dijo que Jesús tenía que venir al mundo para convivir y enseñar a los hombres lo que Dios quiere de ellos.

– Así es –contestó su padre, ansioso por conocer el problema que su hijo tenía en su mente inquisitiva.

– Pues, es que el maestro dijo que Jesús tenía que llegar al mundo como un bebé, así como nosotros venimos. ¿Por qué si su padre es Dios, no llega al mundo como hombre?

– Bueno –le contestó– es que si la gente lo conoce desde bebé, sabe que crecerá como cualquier persona y podrían confiar en él, de otra manera, si no lo conocen, no saben de dónde viene ni quiénes son sus padres, y además hablando del cielo, sabiendo mucho y tratando de enseñar lo que Dios quiere de nosotros, tal vez habría gente ahora que dijera que solo era un marciano porque nadie lo conoció antes como persona y nadie creería que era hijo de Dios.

– Pero cuando nació nadie sabía eso.

– Por eso Dios le dio a la Virgen María como madre, y a José como padre. Además, los profetas ya habían anunciado a los hombres que llegaría el hijo de Dios, como también lo hicieron saber a los tres Reyes Magos, que así llamaban a los sabios que lo encontraron porque un ángel en forma de estrella los guio.

– Sí, pero siendo bebé, ¿cómo podría enseñar algo?, si los bebés no saben hablar –contestó Nico frunciendo el ceño.

– Pues aún como bebé, Jesús nos enseñó algo muy importante –contestó el papá sonriendo.

– ¿Cómo qué? –preguntó Nico en tono de duda.

El padre se quedó un instante viendo a la ventana, pensando en cómo responder a la pregunta de su hijo de manera simple y satisfactoria. Después de algunos segundos que a Nico le parecieron horas, dejó salir las palabras que salían de su corazón.

– Resulta que Jesús, siendo hijo del Todopoderoso, nació, no en un palacio como el hijo de cualquier rey, rodeado de príncipes y de la nobleza, en cuna de oro y marfil, envuelto en telas finas que lo protegieran del frío. No, él nació en un pesebre, donde habitaban un burro, unos corderos y una vaca. No había grandes personajes, eran los animales que ayudaban en el trabajo a su dueño. Las únicas personas presentes eran José y su esposa María que con mucho amor y esperanza lo recibieron, a sabiendas que solamente eran sus padres terrenales. Así, al nacer, Jesús nos enseñó que aun siendo hijo del Dios todopoderoso, la humildad y el amor digno, son gloriosos y resplandecen sin importar el lugar o el tiempo.

– Sí –contestó Nico abriendo sus enormes ojos aún más– pero… ¿por qué tenía que crecer entre la gente aunque fuera ignorado?

– Porque solamente creciendo entre la gente, sentir hambre y sed; ver sus necesidades, su sufrimiento, sus enfermedades y todas sus dolencias y angustias, pudo comprender mejor a su pueblo y ayudarlo.

Al decir esto, el padre se quedó viendo intensamente a su hijo mientras preguntaba amorosamente –¿satisface esto tus dudas?

– Sí, papi, ¡gracias!… ahora lo entiendo mejor. Jesús tenía que sentir lo que nosotros sentimos y pensamos.

– ¡Claro! –respondió el papá.

– Bueno, pero… todavía tengo curiosidad por saber algo más –dijo Nico a su padre, quien sonriendo abrió los ojos y se sentó en franca posición de escucha.

– ¿Crees que Jesús se acordará de cuando era niño y de sus amigos de entonces?

– ¡Por supuesto!… Seguro que por eso quiere tanto a los niños.

– ¡Gracias, papá! has aclarado mis dudas y empiezo a entender otras cosas. ¡Te quiero papá! ¡Siempre tienes tiempo para mí! –dijo Nico al tiempo que saltaba para abrazar a su padre y plantarle un beso en la mejilla– ahora veré a los bebés con otros ojos. Tal vez alguno de ellos sea Jesús…

Beddy Nora Gamboa Lugo.

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