LA CONQUISTA.
En una tradicional colonia de la ciudad de Piedras Negras, Coahuila, en una simpática casita, vivía una hermosa gata blanca con graciosas manchas negras en el lomo que se fundían en una glamorosa cola negra, formando una “Y”. Eso le daba una apariencia única y especial que la hacía sentirse muy orgullosa.
Una cálida noche de verano, mientras paseaba sobre bardas y techos, fue vista por un apuesto gato blanco y gris que desde hacía algún tiempo la observaba en sus paseos, y aunque la gata ya había notado al sigiloso observador, ella pretendía ignorar su presencia, pues de ninguna manera era chica “fácil”.
Una noche, mientras el galán nocturno la seguía a prudente distancia desde un callejón, inesperadamente salió frente a él un gran perro callejero ladrando con fiereza. Al gato se le erizaron todos los pelos, se le dilataron las pupilas, enseñó sus afilados colmillos y sacó sus garras, listo para defenderse de su contrincante.
La pelea no se hizo esperar, saltos, golpes, tarascazos, ladridos, arañazos y maullidos llenaron el ambiente. Ninguno daba tregua, ninguno cedía. Después de un lapso en enconada lucha, ambos combatientes se encontraban exhaustos y jadeando.
— ¿Por qué me atacas? —preguntó el gato— Yo ni te conozco ni te provoqué, es más, nunca te he visto.
Con el aliento entrecortado el perro contestó:
—¿Acaso no sabes que entre perros y gatos existe un odio ancestral? Te odio y te ataco porque así lo establece la tradición. ¡Y no hay más que hablar!
— ¿Entonces me odias y me atacas tan solo por tradición? ¡Ah…! Mira… ¡qué interesante! —dijo el gato con un dejo de sarcasmo— pero mira, cuando una tradición no tiende razón de ser, lo mejor es romper con ella, ¿por qué ser enemigos cuando podemos ser amigos?, ¿cómo la ves?
Después de algunos minutos de mimos, Matt “despertó” mirando fijamente a los ojos de la hermosa gata que lo acariciaba tiernamente con su lengua.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó Matt con un maullido apenas audible—, ¿acaso eres un ángel del cielo?
— No soy un ángel —contestó coqueta la felina—, me llamo Huga, gracias por salvarme. Fuiste muy valiente al enfrentarte a dos perros furiosos que me atacaron, si no fuera por ti, yo ya estaría muerta, ¿qué puedo hacer por tan valeroso caballero?
— Con tu presencia me basta —contestó Matt—, sentirte cerca sanará mis heridas y fortalecerá mi corazón —respondió Matt sin dejar de admirar aquellos ojos tan bellos que brillaban como una promesa de amor.
Después de ese día, se hizo frecuente ver a Huga y a Matt pasear y corretear juntos sobre bardas y tejados para después acabar sentados uno al lado de la otra, entrelazando sus largas y sinuosas colas, muy juntas sus cabezas y la mirada al cielo, para contemplar la luna y las estrellas centelleantes que les hacían soñar.
Después de un corto tiempo contrajeron matrimonios, y hoy viven su eterna luna de miel entre juegos, mimos y caricias mutuas, bajo el amoroso cuidado de los amos de Matt.
De vez en cuando, Perro busca a Matt para salir pasear juntos por los callejones, recordando la aventura que dio inicio a una amistad que rompió con una tradición de odio ancestral, y una hermosa complicidad que propició la conquista del amor de Matt y Huga.
Beddy Gamboa Lugo.