El sapito y su mona bonita

El sapito y su mona bonita.

Un sapito salió del pantano y en su croa y croa, con sus pequeños pasos caminaba junto a la compañía danzante de los grillos, las mariposas y las cigarras, hacia un bosque extenso y bueno, que para recorrerlo se necesitaban varias semanas a paso de sapo, haciendo el camino sobre las hojas secas y suaves, más suaves que la seda, teniendo cuidado de no convertirse en el desayuno, almuerzo o cena de las serpientes o cualquier otro depredador. Allí permaneció un largo tiempo entre los charcos que nacían del agua que goteaba de las ramas de los árboles verdes y frescos, a orillas del riachuelo cristalino y largo, que no se sabía dónde empezaba ni donde terminaba y adornado por el terso de calas blancas.

Una tarde soleada de mayo, trepaba sobre las ramas una mona muy bonita, con los colores del arco iris en sus ojos, su cuerpo grácil y largo, con un pelo bruñido y suave. Al mirarse mutuamente se presentaron:

— Yo soy el sapito —dijo el batracio.

— Y yo la mona bonita y estoy a sus órdenes —contestó la hermosa primate. Se despidieron, el sapito a su charco y la mona a sus ramas.

Con el paso del tiempo esta pareja siempre se encontraba en el bosque, casi todos los días, se saludaban y compartían hasta hacerse muy buenos amigos y más tarde confidentes y cómplices de secretos y hazañas, estrechando lazos y vínculos de un inmenso compañerismo.

Durante la época más hermosa del año, en el centro del bosque se encontró el sapito con su mona bonita en un lugar donde se convertía en varios caminos y allí descubrió sentirse atraído por esta platónica, rápida y zagala mona. Un día el sapito le pidió:

— Como yo no puedo andar por las ramas ven y camina junto a mí por el largo camino.

— No me juegues sucio y por siempre me tendrás -contestó la mona bonita.

Pero el sapito le hizo saber:

— El hecho de que yo sea un ser del pantano no significa que juegue sucio.

— Más te vale —advirtió la mona.

Así va pasando la vida, muy rápido y junto a ella, la divina compañía que se aportan juntos; se aprecian, se apoyan y se estiman, convirtiéndose en indispensables cada día. La mona bonita se convierte en el éxtasis y el entorno anhelado del sapito y este con sus pequeños saltos hace cualquier cosa con tal de verla feliz, verla sonreír o cualquier situación que tenga motivos de armonía y paz.

Hacen temblar el inmenso bosque y danzar las hierbas juntos y en un mágico presente, se merecen que por las noches hagan entrar en eclipse a las estrellas construyendo un nido con sus sueños y sus sombras unidas en el impávido lazo de sus compañías, con la complicidad amena del aleteo del viento volviéndose viejo… juntos, juntos por siempre.

William García Molina.

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