La noche de San Silvestre.
La noche de San Silvestre, oscura de luna nueva, después del tronadero de cuetes y balazos volvió el silencio. Se dieron más abrazos de año nuevo y las buenas noches, unos regresaron a sus casas, otros fueron a sus recámaras. Por el vino de la cena, Pedro se sentía relajado, pero el sueño no alcanzó a dominarlo. Acostado en su cama, con la luz de la lámpara del buró encendida, se puso a repasar los detalles de la noche.
Como de costumbre toda la familia se había reunido en la casa para festejar el fin de año. Sobre la mesa los platones repletos de tapas de baguette con queso de cabra y ostiones ahumadas o jamón serrano, aceitunas, trocitos de queso Chihuahua, cacahuates salados. Llegada la hora de cenar, su mamá puso en la mesa la pierna de cerdo al horno, ensalada de manzana, pay de nuez, vino tinto, ponche, en abundancia hasta reventar.
Del televisor se escuchaba el canto de los artistas, sin que les hicieran mucho caso, de pronto la voz de los conductores en la televisión se animó, en ese momento se escuchó la primera campanada del reloj, todos fueron metiendo a sus bocas una uva al ritmo de cada una de las últimas doce campanadas del año, se suponía que con cada uva debían formular un deseo para que se cumpliera durante el año que iniciaba, pero con la emoción, las risas y las prisas que requería esta acción, ni siquiera pensaron en lo que deseaban. Cuando terminaron de tragarlas, todos gritaron: “¡Feliz año nuevo!” y se abrazaron unos a otros.
Los pequeños sobrinos estaban felices porque no los habían mandado a la cama, para ellos era un gran acontecimiento estar despiertos hasta la medianoche, gritando y riendo a carcajadas sin que nadie los callara o los mandara a dormir.
Su hermana Victoria, de manera discreta le dijo a Sara, su cuñada, que se había puesto ropa interior roja, para que le fuera bien en el amor; esperaba que ese año se le declarara Ezquiel. Javier tenía preparada una maleta a la puerta de la casa, salió a la calle con ella y corrió de una esquina a la otra, regresó agitado, dijo que era para que se le hiciera realidad viajar mucho en el año que iniciaba. Gloria abrió la puerta y barrió hacia la banqueta para sacar de la casa las malas vibraciones.
Acostado boca arriba, con las manos en la nuca, cerró los ojos tratando de dormir, pero su mente rebelde se negó a obedecerle, los recuerdos de hechos sucedidos durante el año que acababa de terminar saltaron de manera espontánea, algunas cosas buenas, otras no tanto. Una estroboscópica sucesión de imágenes.
La luz de la lámpara fue disminuyendo gradualmente.
Contrario a su costumbre, sin proponérselo, tal vez influido por los comentarios que hace toda la gente en esa fecha, empezó a pensar en las cosas que podría cambiar para mejorar, como dejar de fumar, ya sentía la necesidad de dejar ese vicio, aunque no era mucho lo que fumaba cada día, ya empezaba a cansarle. También hacer ejercicio y ser menos glotón.
Un suave balanceo lo meció. Las buenas intenciones, el anhelo de cambiar.
Patrañas, eso de los buenos propósitos son cosas que nadie cumple, tradiciones tontas, el simple deseo de ser mejor al final de un ciclo y el inicio de uno nuevo, pero eso se puede hacer en cualquier momento, cuando realmente existe la voluntad de cambiar.
Una mujer morena, de larga y abundante cabellera negra, grandes ojos seductores, con voz sensual le dijo:
–Esos propósitos son un símbolo de la esperanza de cambio para ser mejores personas, para desechar realmente lo negativo de su comportamiento, reestablecer la armonía en su ser y en la vida social. Es más, tú también así lo haces, aunque no lo aceptes, hace un rato estuviste pensando en lo que quieres mejorar.
El hombre, con la copa en la mano, desde el otro extremo del salón se quedó mirándola fijamente, ella platicaba alegre, despreocupada con un amigo. El alcohol le encendió los celos, llegó hasta donde estaba ella, la jaló por el brazo, mientras le gritaba que era su novia y no debía coquetearle a los otros, le dio una cachetada. El amigo la defendió y se liaron a golpes hasta que los separaron. Lo obligaron a abandonar el salón. Furioso montó en su caballo y partió a galope. En una calle oscura, una partida de bandoleros lo asaltó, él se defendió, hirió a algunos de sus atacantes, pero como eran muchos lo tumbaron del caballo, le cortaron la cabeza y le despojaron de la bolsa de dinero y el anillo de oro. Desde entonces, cada noche de San Silvestre se ve al jinete sin cabeza recorrer las calles de la ciudad buscando a su amada.
–Cuando pierdes las ilusiones y la esperanza pierdes el corazón y la razón, sin que luego puedas remediar la situación, como sucede con el jinete sin cabeza, quien cada año, en la noche de San Silvestre, cabalga por las calles solitarias tratando de regresar con su amada para pedirle perdón, y recuperar todo lo perdido en aquella noche vieja.
Phillip H. Brubeck G.