La Reina

La Reina

Se conocieron un día después de Navidad, las golondrinas revoloteaban, a la hora del crepúsculo cuando Francis Scott vio por primera vez a su vecina Ámbar.

Vestía una falda de múltiples colores, con el reflejo de los últimos rayos del sol se veía esplendida. La alegría del hogar con tus diarias visitas, la bien amada Kitiko; siempre dando la nota alta cuando traías tus instrumentos de música a casa y siempre, bien recibida estás Kitiko. Tu nombre es Ámbar. Blanco, café, y negro, tenías tu pelo teñido cual si hubiese sido pintado por el universo y tus mejillas pecosas se veían preciosas, recién pintadas, sonrojadas con el frio invernal cuando llegábamos de madrugada.     

Siempre tu carita simpática de colores que brotaban cuando a tu lado llegaba Francis Scott, como dos niños pequeños se miraban y tomaban de la mano corriendo y divirtiéndose en el patio de la casa, a tal punto que tenían una cama elástica donde aquellos cuerpos hacían ejercicios, para mantenerse tonificados y tener una vida sana.

Eras de los seres que todo lo que te ofrecían en el plato te lo servías (diría mi abuela, que educada). Agradeciendo y bendiciendo la mesa esperabas tu turno tal cual una dama el amor de Francis era, Kitiko.

En muchas ocasiones, el enamorado, dejaba la mitad de su comida o en otras oportunidades, tenía “la maña”, no quería nada y lo dejaba todo para su amada Ámbar, llamándote para que lo vinieras acompañar.

En un principio no lo pudo entender. Se enojaban por pequeñeces con el corazón dolido para ambos.

Mientras Francis en su pieza:

“Mi bien amada, Ámbar, ¿por qué peleamos si el puré se quemó cuando nos besábamos?, pongamos a cocer más papas, sigamos juntos mi vida hermosa.  Ahora lo veo con mayor claridad. ¡No quieres hablarme, lloro por tu pérdida!”

Llegó Pelusa, amiga de ambos, herida en uno de sus costados.

Kitiko sin saber que hacer llamó a Francis pidiendo ayuda, a lo cual concurrió presuroso. Al ver a Pelusa en esa condición se arrodilló, la alzó entre sus brazos, la llevó al cuarto y la depositó sobre la cama recién tendida, le brindó los primeros auxilios, necesarios antes que llegaran los paramédicos…

Ellos se tomaron de la mano y miraron profundamente dentro de sus ojos, pidiendo perdón el uno al otro mientras, la sangre todavía salía de la herida de Pelusa.

Llegó la ambulancia y se llevaron a la herida, los amantes se miraron, se abrazaron y en un largo y maravilloso encuentro de sus labios había quedado todo en paz, unidos por un largo y fortalecedor abrazo.

Ustedes eran pareja, antes que se conocieran con Francis Scott, destinados el uno para el otro.

Cuando estaban juntos se subían al techo y ahí esperaban con sus manos colgando y mirando al cielo, las gaviotas que comenzaban a sobrevolar sobre ustedes mientras entrelazaban sus cuerpos, uniendo la energía cuántica que existe en el universo y con las trampas que habían tendido para atrapar a las emplumadas, solo había que esperar para poder atraparlas.

Francis te invitaba a caminar sobre los palos de la torre de agua, tú lo seguías, siempre en sus aventuras que el mismo llamaba Gavio-lísticas.

La niña bien plantada, todos los días iba a dormir a su casa. Algunas veces rezongabas, por no querer despedirte, la luna daba paso a dos corazones enamorados, con el respeto que se merece la igualdad de género.

Kitiko-Kitiko, nunca traicionera, Siempre una verdadera hembra, esperando que Francis se decidiera a dar el primer paso y como toda hermosa princesa parabas tu trasero parado, dándole la espalda para que él te siguiera.

Pelusa se recuperó viniendo a agradecer a sus amigos lo que habían hecho por ella a los pocos días.

En esta hora de delirio, ¡en la cual nadie sabe, qué pasó! tu cuerpo tendido en el suelo del patio, pensé que jugabas, estabas estirada, languidecida, tal vez ¿agazapada?, al acercarme te encontré flácida, sin vida.

Quedé perplejo, sentado en el suelo con Kitiko en mis brazos, al sentir esta amargura que entraba en mi corazón y el llanto se derramaba fuera de mis ojos corriendo por mi rostro, ninguna palabra me salía.

–Amada Ámbar ¿por qué me haces esto?, ¿qué hare sin ti mi vida querida?

Mientras las aves volaban bajo, parecían dar sus condolencias también…

Llegó Pelusa y dio un fuerte abrazo en este momento tan doloroso de la vida en que has perdido a tu amada y querida compañera.

Francis Scott miró al cielo, triste quedó, porque su amor se había ido a vivir a otro lugar. La Reina del gato, Francis Scott, se había marchado para siempre.

René Julio Milla Auger.

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