Festival de teatro Camino de la lluvia

Festival de teatro Camino de la lluvia

Ese escrito sobre el Festival es mucho más que
eso, es una vivencia tan significativa y real que
en su relato hay sentimientos, lo real y por
siempre eterno… el amor, sí, el Amor por lo
que se hace.” Craiza Barranco: 30/06/18

Muchaní es el término aborigen que significa camino de la lluvia, producto de las corrientes de aire cálidos del gran Coquivacoa y fríos de la cordillera de los Andes que chocan en su afán de alcanzar primero el cielo —dice la leyenda—. También representa la raíz de la palabra Tucaní, nombre con el que se identifica el pueblo merideño. Pero, sobre todo, significa el encuentro del saber hecho cultura, arte, trabajo, docencia en los estudiantes del Liceo Bolivariano “Vicente Campo Elías”, desde mil novecientos noventa y seis, y cómo llegaron a contar con un festival de teatro que les dio razón para estudiar, pensar, convivir, y ocuparse durante el año de estudio, mientras llegaba la fecha del evento que culminaba con una fiesta de celebración y entrega de premios.

Cuando llegué a trabajar como docente en el pueblo (todavía con algunas calles de tierra, y sin lugar donde comerse una arepa en la noche), con la nostalgia de alejarme de mi casa, de mi familia, y superando la depresión —muy normal en esos casos—; tenía ideas claras de lo que debía hacer, dejando “por ahora” como diría aquel gran hombre y mejor líder, mi pasión por la escritura.

Tucaní me abrió sus brazos. Lo primero que observé cuando me invitaron ese año al acto de grado (1996) como orador de orden, fue la existencia del centro cultural “José María Osorio”. “Pequeño, pero me será útil” -pensé-. El promotor cultural se había ido, y solo Danzas “Tucandes”, hacía frente a la rica cultura de la zona. Ese año estudié lo que significaba trabajar con un proyecto que permitiera hacer de la educación un espacio para el dinamismo, la recreación y el conocimiento. Al año siguiente, comencé la tarea pedagógica, recuperé, con ayuda del estudiante Jairo Córdoba, un viejo teatrino abandonado porque su titiritero mayor había partido al reino de los artistas. Ese instrumento de cultura nos acompañó en nuestro recorrido por escuelas, la plaza del pueblo, Tovar, Mérida; hasta que un mal día se perdió, desapareció, no lo sé. Tal vez fue olvidado como antes, y estará a la espera de que alguien vuelva a despertarlo para que actúe una vez más, y haga sonreír y redoblar las palpitaciones de los corazones en el actor o titiritero, en su enamorado encuentro con el amigable público.

Durante el año (1997) preparé, junto a los estudiantes, pequeñas piezas teatrales para títeres que culminaron con una presentación en la plaza, y la visita a las escuelas de la parroquia. Recuerdo nombres de grupos como “Dedos Encantadores”, “Manos Mágicas”, “Trapos Voladores”, entre tantos que demostraban la rica capacidad de creación e inventiva presente en nuestros brillantes compañeros de aula. Nacía así un proyecto participativo, protagónico, con una metodología inductiva, con ejemplo —porque tuve la dicha de actuar junto a ellos—; endógeno, que se llevó desde el aula hasta la comunidad. Los grupos eran sorteados para que presentaran su trabajo a una determinada sección; un reto, sobre todo si era 4° o 5° año. Ya en escena, y realizada la función, la felicidad era plena; y el éxito, total. El acto de títeres culminaba con una exposición que engalanaba el aula. Luego vendría el teatro de sala, pues también dictaba cátedra de castellano y literatura a nivel de media diversificada. Si el títere fue exitoso, el teatro lo sería más porque marcó el inicio para quienes hoy día hacen cultura en la región. Verlos actuar años después en Mérida, encontrarme con personas, diciéndome que retomarían el Festival, significó que mi trabajo había logrado el objetivo más importante: aprendizaje significativo, ese que queda grabado en las entrañas del ser, esperando el momento propicio para irrumpir cual volcán y desparramar su lava de conocimiento.

Capítulo aparte merecen los estudiantes Edgar, Ronny, Yovanni quienes ya están en el reino de los artistas —producto de lamentables accidentes que lo alejaron definitivamente de la vida cultural—. De los primeros, resalto su facilidad para actuar, su carisma y humildad; del segundo, su capacidad para escribir guiones que nos hacían reflexionar y reír; quién no recuerda personajes como Paco y Gelo. Otros, estudiantes ayudaron y se comprometieron para que el festival tuviese un diploma, un premio, un evento, una celebración.

El Festival tuvo un momento de esplendor cuando participó casi todo el liceo en el renglón de títeres. Luego fue solo teatro de sala por lo complejo que era montar las obras de títeres en un escenario que transformábamos con gran dedicación, con la participación de colegas, directivos, el fiel y leal jurado, el animador estrella, el equipo de apoyo y técnico; quiénes coadyuvaban para que el éxito fuera de todos. Los demás (siempre los menos, afortunadamente), criticaban: “Tú me tienes a…, no me dejas dar clase; pero está bien eso es bueno para los muchachos”, o las palabras de otro colega, quien manifestó: “el liceo parece una academia de arte”. Pero también oí: “que haces, cómo haces para mantener a los muchachos motivados, todo el tiempo están hablando de lo que tienen que hacer contigo y tu clase”. A ella le di el secreto: hacer cosas “difíciles”, ponerles retos. Los demás docentes hacían posible el evento, los acompañaban en sus presentaciones; eran parte del festival.

La entrega de premios significó la oportunidad también pedagógica para compartir con los representantes quienes siempre apoyaban con el vestuario, la presentación y el reconocimiento; en un encuentro donde se valoraba el papel de cada agrupación con alguna nominación. Y las Danzas Tucandes, colaborando, como lo hacían las autoridades locales y regionales, y la belleza de las chicas y la elegancia de los muchachos; todo era un logro de la educación, la convivencia y la autogestión (pago de entradas para cancelar el trabajo artístico de las estatuillas (hechas por el artista plástico José I., Lobo P. (Joseito (+)), buscar libros en instituciones públicas y privadas), y de un año escolar que se iniciaba en octubre con la preparación de guiones; en enero-febrero la selección de las piezas, cuya presentación era en el escenario para de esta manera ocupar a quienes por diversas razones no tenían clase y estaban libre; de allí la selección para el festival, la publicación del listado para alegría de unos y decepción de otros quienes esperaban clasificar para la final. Allí comprendí el alcance del festival. El trabajo pedagógico está hecho —me dije un día—he logrado que el evento tenga la importancia necesaria.

El festival nos permitió participar en el Primer Encuentro Pedagógico del Estado Mérida con la ponencia y demostración: el teatro como herramienta pedagógica en el aula, asistir al festival de Tovar y eliminatoria para el festival de teatro estudiantil.

Así, cada año hasta el dos mil tres, la semana del festival era una auténtica fiesta. Los estudiantes trabajaban duro, días completos ensayando, arreglando, preparando escenografías, haciendo los trípticos, las carteleras, la enumeración de las localidades o sillas; transformar el centro en algo más parecido a un teatro, percibir un costo por entrada para luego regarles un viaje a los ganadores, gracias a Dios fue algo maravilloso, como darle a cada uno un abrazo antes de salir a escena porque, sabiendo yo lo que era actuar, no podía menos que desearles lo mejor, ayudarles a controlar el temido miedo escénico, el riñón del actor, a quienes daban vida a un evento que llenaba de satisfacción al liceo, al pueblo; y mantenía en vilo a las y los ganadores hasta el día de la premiación, gracias al trabajo leal de los colegas: Glinda, Ramón, Fátima…, quienes junto a un servidor guardábamos el secreto hasta que el día de gala, y uno a uno los reglones comenzaban a tener dueño en la voz inconfundible de Germán Gregorio, “Rufini”.

El premio a mejor actor es para… Y la emoción se mantenía hasta el final.

Verlos en eso es lo que necesitamos, les decía a los colegas con quienes me encontraba el día de la premiación compartiendo, sólo así, con ellos trabajando en tareas que les ocupen su mente no tendremos problemas en la sociedad. Por eso sentí una profunda emoción cuando me dijeron en aquella jornada que retomarían el festival, luego de una pausa de más de diez años, me quedé encantado, porque la semilla comienza a germinar de nuevo y es menester que el jardinero la abone y consienta para que se levante hermosa y radiante en busca de la luz del sol. Adelante con el Festival, les felicito por la iniciativa, no olviden a quienes en un pasado hicieron posible esta magia. No será fácil, porque los enemigos de la cultura pondrán obstáculos. Demuestren que el protagonismo cultural es presente en ustedes, y nada ni nadie los sacará del camino de la lluvia que ahora debe incluir (además de teatro de sala y títeres), poesía, canto, música, composición musical, danza, escultura, pintura; y toda aquella manifestación del hombre y la mujer de Tucaní a partir del concepto antropológico de cultura.

“¡Qué la cultura sea siempre con ustedes!”
“¡Un abrazo infinito desde mi corazón!”

“Sabes qué? Lloré mientras leía.
Es que reviví cada momento y
eso para mí fue tan bonito que
viéndolo así relatado
pues nada que me eché a llorar…
¡qué tonta! ¡Gracias!
Craiza Barranco: 30/06/18

Tulio Aníbal Rojas.

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