LAS MANOS DE PAPÁ.
A Don Edison Gallo Gutiérrez,
de su hijo César Gallo Cortez.
En las manos de mi padre aprendí un sinfín de cosas de la vida.
Sus manos tomaban las mías y así aprendía de él, con su lento andar me conversaba y educaba cuando salíamos a caminar.
Íbamos a cazar zorzales, él, mi hermano y yo, pasábamos días enteros divirtiéndonos, cerro arriba, cerro abajo, más eran los zorzales que se arrancaban con nuestro bullicio, que los que traíamos a casa, al entrar, mi madre te miraba y preguntaba: “¿Solo estos zorzales andaban en el campo?”, y agregaba: “¡Con estos zorzaleros!, lávense las manos y la cara para servirles comida, que la tengo en la estufa ya calentada.” Mientras tú nos mirabas y nosotros nos encogíamos de hombros, sin decir nada.
Mi madre en la cocina tarareaba, sirviendo ese guiso que tanto nos gustaba y al rato llegaba con los zorzales fritos, acompañados de papas doradas. Mientras comentábamos cómo había sido la cacería de ese día, mamá miraba y sonreía. “¡Tres zorzales servidos caballeros!, los otros quedan para mañana.”
Mi padre rezongaba: “¡El bullicio que tenían estos pequeños, hacían que volarán las parvadas!”
Y yo agregaba: “¡No te preocupes mamá la próxima vez traeremos más!, ¿no es así papá?” Tú me mirabas y asentías con tu cabeza. Mientras ni los huesos de los zorzales quedaban, para detener el apetito de nuestras panzas, ¡jaaajaaaaass!
Crecí y en mi corazón tenía tu enseñanza sembrada, construí una casa para que cuando envejecieran, yo los cuidara.
Te agradezco padre, tus consejos que aún me brindas, hablando por horas platicando en esa banca y recordando a mamá, ruedan las lágrimas.
Tus manos en mi vida, Padre, son un tesoro inmensamente grande.
Rene Julio Milla Auger.