Semblanza
La mujer llegó puntualmente a la oficina el día y hora señalado por el cartel de invitación para la entrevista de rigor. Se ubicó en el lugar asignado por la secretaria. Mientras esperaba su turno, —lapso durante el cual simplemente fijó su mirada en aquel objeto en movimiento que colgado de la pared, no dejaba de observarla—, pensó una y otra vez si sería aceptada en la empresa. Cuando escuchó su nombre, se levantó y entró a la oficina. Allí la esperaba un hombre joven, quien la saludó y, sin mirarla, le pidió que tomara asiento, e inició el interrogatorio.
—¿Cómo se llama? —Preguntó el hombre con impaciencia.
—Valentina Pérez. —respondió con calma y segura de sí misma.
—¿Edad?
—21 años, señor.
—¿Qué hace? ¿A qué te dedicas?
—El amor. Hago el amor. —Expresó firmemente la hermosa dama.
—Perdón, —intervino el hombre, sorprendido. Levantando su mirada por vez primera hacia la entrevistada—. No pregunté eso. Simplemente quiero saber ¿qué sabe hacer?
—El amor. Hago el amor —insistió la dama.
—Perdón, usted no me ha entendido, no te pregunté…
—Pero eso es lo que hago, señor.
—Entonces eres una…
—No, señor., se equivoca; ayudo a las personas, les sirvo, estoy a su lado cuando me necesitan; es decir, les hago el amor: por eso vine, porque el aviso dice que la empresa se encarga de ayudar a las personas, y el perfil debe tener esas características, y como yo…
—Ya sé, hace el amor. —la interrumpió su entrevistador.
—No me mal interprete, señor. Pero usted se está burlando de mí.
—¿Ahora dígame qué otras cosas sabe hacer, digo además de…? —continuó-, acentuando su tono sarcástico.
—No se burle. —Recalcó la mujer, una vez más.
—No me estoy burlando, es que…
—Soy virgen. —Dijo la joven.
—No sigas, por favor. Ya basta, primero me dice que hace el amor, ahora que es virgen, luego que me va a decir que es una diosa, monja o algo así. Discúlpame, pero no tengo tiempo para perderlo con usted. Retírese —Ordenó.
—Es en serio, pertenezco a una organización llamada VIRGEN que significa Voluntariado Integral… —Intervino la mujer, queriendo explicarle.
El hombre la interrumpió una vez más e insistió que desalojara la oficina. Valentina se levantó de su asiento y miró fijamente los ojos contrariados del hombre.
—Está bien, me retiro, pero antes déjame decirle algo más: soy todo aquello que se pueda imaginar; porque eso es lo que pasa por su cabeza —continuó—. Simplemente le dije la verdad; quería el trabajo porque tengo dos seres maravillosos que atender: mis hijos. —Luego de una pausa agregó:
—Aquí tiene mis datos, mi entrevista. Gracias, ha sido un disgusto conocerlo y saber a qué se dedica su empresa —La hoja de la entrevista quedó en cuatro pedazos sobre el escritorio—. ¡Ah! Una última cosa, señor, también soy MONJA. Pertenezco al movimiento Nacional de Jóvenes Amenazadas. ¡Pero, por sobre todo, soy mujer!
La chica dio media vuelta y salió de la oficina. Atrás quedó el ruido de la puerta cuando cerró, y un hombre que observó detenidamente el movimiento sensual de sus caderas mientras desaparecía de su vista; pero que sobre todo no entendió las palabras de la dama porque sencillamente no la escuchó.
Tulio Aníbal Rojas.