Mujer

MUJER

Mujer de tierra y miel, desde una esquina del mundo, bebes sin querer, el quejumbroso acento del Big Ben de una tragedia. Ésa que tan diáfanamente se oye, pero que no se escucha. La que a través de cauces subrepticios y perversos, desolla sin piedad la vida. Por ello, desde un ayer no tan lejano, la existencia germina con vocación de tallo sin corola y bajo lunas y soles opacos, diferentes. Te has percatado, mujer, que el aire del ave se envenena, que se pudre el agua del pez y que la tierra de todos languidece. Porque como nunca antes, ha desandado la virtud su senda, con un tufo de complicidad, dinero y muerte.

Por eso entiendo, mujer, que como Penélope zurzas noche tras noche el corazón y como la pleamar frente a la playa, sientas la soledad a quemarropa. Y más aún, cuando en cada rincón de cada casa, de cada país y cada continente, por la polución ésa del alma, palidecen en su mar de cicatrices, los colores del amor y la bondad humanas. Con el horizonte herido, con un mundo sin puertas ni ventanas y ante una masa amorfa, indiferente…te adivino, mujer, con una lágrima en suspenso, bajo el umbral de la orfandad y una sinfonía de sinsabores. Porque éste puede ser –al vez te lo digas– el último rescoldo de la vida y a la sombra de la desgracia que repta –quizás insistas– podría ser que no escuchen la voz del oráculo que advierte, que en la orilla de esta hora, la Tierra en pedazos se pronuncia y clama.

Pero mujer, ¿no eres acaso una Juana de Arco sin fronteras, que al blandir su espada de luz a todos obnubila? No sucumbas ahora. ¿Acaso no eres tú, quien ha pergeñado y sostenido al mundo, desde el principio de los tiempos? La alegría de tu corazón –suma de universos– y el núcleo inadvertido de tu alma, son un puño de fuego que abate los goznes añosos de cualquier puerta milenaria. Entonces…ve pues y desmenuza el ahora, que viste de un gris prosaico y trócalo en un luminoso mediodía.

A pesar de que éste pudiera ser el último día, ve pues, mujer, con la soberbia amorosa de un relámpago, a pintar el mundo con tu voz, que es una pincelada de amor y de esperanza. Mañana, cuando amaine la tormenta, nuestros ojos podrán ver, quizás, gracias a ti, la luz de una nueva aurora. Sí… gracias a ti, mujer de tierra y miel. Mujer universal de herencia redentora.

José Humberto López Medrano.

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