Domingo de Resurrección

DOMINGO DE RESURRECCIÓN.

Aquí estoy Señor, frente a tu santo altar, adornado con gran profusión de flores, todos están alegres, es Domingo de Resurrección, festejamos tu triunfo sobre la muerte, es la garantía del futuro cumplimiento de tu promesa, la vida eterna en la casa del Padre.

Ha pasado la misa de Gloria, con el lucernario que encendió la nueva luz tras la oscuridad del sepulcro. Cuántos hemos estado así, en las tinieblas del pecado, donde nada podemos ver, el alma avanza con paso vacilante, con las manos por delante buscando los obstáculos que puedan detener nuestro camino. La carne es débil, se empecina en mantenerme atado a las pasiones que me alejan de ti, me mantienen en la mediocridad.

Se puede decir que cumplo con la ley. No tengo ninguno de esos horribles pecados de los hombres malvados, pero no he sido capaz de desterrar mis “pequeñas” faltas cotidianas de las palabras que ofenden a mis hermanos, dichas algunas veces por desahogo, otras por inconsciente impaciencia, y las más por el coraje no controlado.

Cuánto quisiera controlar mis pensamientos, son demasiado ágiles, inquietos, rebeldes, de pronto me asaltan en los momentos menos convenientes, son impuros que ofenden a quienes me rodean aunque no los externe, aunque ellos no lo sepan, pero Tú conoces todo lo que hay en mi corazón a cada instante, y cuando me doy cuenta de ello me avergüenzo y busco eliminarlos, pero me dejan el rastro de su iniquidad.

A veces me asalta la soberbia de sentirme mejor que los otros, por haber realizado un pequeño acto de bondad, o por tener más conocimientos o experiencia para solucionar un problema o hacer lo adecuado en el momento preciso, y por ello considero ser merecedor del reconocimiento de mis hermanos.

Son muchas mis faltas que no alcanzo a enumerarlas por completo.

La misa ha terminado, el templo está vacío con su silencio festivo. En este momento, en que estamos solos Tú y yo, con el corazón contrito, infunde en él la humildad de reconocer mi pequeñez, mi debilidad, mi estulticia e ignorancia. Dame Jesús mío la templanza para controlar las pasiones que me esclavizan sin que los demás se den cuenta. Comunícame la prudencia que guíe mi juicio de conciencia en tu caridad. Confiéreme la fortaleza para ser firme en el actuar constante del bien.

Aquí estoy Señor, frente a tu santo altar, este Domingo de Resurrección, tómame de la mano y levántame para caminar a tu lado, imitando en todo momento tu vida, con la sencillez de las aves que te alaban con sus cantos.

Phillip H. Brubeck G.
México.

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