Frente al nacimiento

FRENTE AL NACIMIENTO.

Frente al nacimiento iluminado con foquitos de colores me quedé sentado en el suelo, como un niño, cuando ya todos se habían ido a dormir.

Un tropel de pensamientos brincaron en mi cerebro inquieto que no sabe guardar silencio, bailoteando sin ton ni son, con el escándalo de una fiesta donde se reúnen los amigos y terminan platicándose sus penas con un vaso de vino en la mano, los pesares de un año difícil, los amigos enfermos, los parientes que se llevó la pandemia, el encierro, la quiebra de negocios, el desempleo. Al mismo tiempo, otros bailan al son de la música estridente para escapar de esa realidad, gritan con júbilo simulado por el vapor del alcohol mientras los agobia su pesar. ¡Ah! Mis pensamientos tan locos, siempre se quieren desahogar.

Mi vista saltó el techo del portal de Belén, se puso a trepar de esfera en esfera por entre las ramas del árbol, cada vez más arriba, asiéndose de los cables de las luces, luces de colores que se encienden y apagan, titilan las ideas en medio de la oscuridad, muchas están fijas dominando el éter, otras son fugaces, chispazos que no se dejan atrapar, hasta que una me hace llegar al pináculo donde mi hija colocó la estrella, representación de aquel astro memorable.

Cerré los ojos, por unos segundos los fosfenos parpadearon hacia el interior queriendo abrir las persianas a los recuerdos, cual si desearan hacer el recuento tradicional. Su efecto fue transitorio, se anuló la acción que estaba por iniciar, la oscuridad se hizo con el silencio.

Era lo que anhelaba en realidad: silencio, nada de palabras ni sonidos discordantes. Oscuridad, nada de imágenes distractoras. El vacío… no… esto no… mi espíritu captó algo más, la nada se siente muy distinta, es vértigo, angustia del abandono, soledad. No, no era esa mi percepción.

Silencio, quietud armónica. Alguien estático permanecía observándome. Como la luz del amanecer poco a poco se fue revelando, sin prisa alguna. Sentí una manita coger mi índice derecho, el simple contacto me inundó de paz. Jaló hacia él mi mano. Sin palabras me hizo comprender que la sobresaturación de actividades me alejaba de él, aunque yo expresaba lo contrario, constantemente me decía que todo lo hacía por él, mas al parecer mi justificación no era totalmente cierta, pues de haber sido así no me hubiera abrumado, ni me atosigaría la forma de ser o de actuar de los demás, ni ese cúmulo de situaciones que me desesperaban.

Con los ojos cerrados me dejé llevar por esa manita. No es fácil precisar la distancia ni el tiempo, simplemente me dejé guiar.

Entonces comprendí que al solo confiar en ese Niño de Belén, pase lo que pase, siempre me acompañará; la luz de la estrella del portal iluminará el sendero; el amor de su corazón inundará mis acciones.

Al contemplar su rostro radiante vi el camino, la verdad y la vida.

Phillip H. Brubeck G.

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