Reflexión: ¡Señor, hazme un instrumento de tu paz!

Armonía

¡SEÑOR, HAZME UN INSTRUMENTO DE TU PAZ!

Armonía

“¡Señor, hazme un instrumento de tu paz!” El santo de Asís se dirige a Dios para hacerle una súplica muy especial, pues solo Él, con su sabiduría y misericordia infinita, es capaz de inflamar los corazones de los hombres para hacer cosas que superan en mucho la pequeñez de la naturaleza humana, obras titánicas como ser un medio para lograr la paz en el seno de la sociedad donde vivimos.

Actualmente vivimos en un mundo marcado por la violencia, las guerras causan sus estragos en Medio Oriente y África; el terrorismo mantiene angustiada a la población de Europa y Estados Unidos; en México la lucha contra los narcotraficantes es aprovechada también por todo tipo de delincuentes. Los noticieros nos presentan noticias de balaceras, asesinatos en escuelas y casas por todo el mundo. Se escuchan muchos casos de maltrato entre los esposos, a los padres ancianos o a los niños. Pero también muchas personas están inconformes consigo mismas y por eso se auto maltratan, no tienen armonía en su ser, les falta la paz interna.

Al tiempo que deseamos la paz, la vemos tan lejana, como si fuera una utopía, por lo que muchas veces nos sentimos impotentes para hacer algo efectivo a su favor, por eso además de orar para que impere la paz en el mundo, es conveniente convertirnos en agentes de la misma, haciendo acciones que ayuden a la conciliación de las personas y de uno mismo, con actos que pueden parecer muy pequeños, pero pueden ser efectivos con grandes consecuencias posteriormente.

Hablamos de la paz, lo que conocemos como el “sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos.” Pero además de la vida social, también se refiere a la vida interna de la persona, y por eso el Diccionario de la Real Academia nos proporciona otra acepción: “Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones.” En pocas palabras, nos lleva a una situación de ausencia de conflicto en el alma del individuo y en sus relaciones con los demás.

Así, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña como “el respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).”

“La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “El es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9).”

Ahora bien, pide ser un instrumento, una herramienta que se deja manipular según la voluntad de quien la lleva en su mano y por lo tanto no puede hacer cosa distinta. Aquí me viene a la mente esa parte del Padre Nuestro “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Un abandono total a los designios amorosos del Maestro de Nazareth, quien nos recalcó como principales mandamientos de la ley divina: El primero, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, y el segundo “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En esta línea, San Francisco pide le permita hacer una serie de actos amorosos según las circunstancias lo vayan requiriendo como consecuencia de las flaquezas de la naturaleza humana.

Phillip H. Brubeck G.

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